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La revancha del “alborotador” Merz

Cae mal, tiene fama de impulsivo y quiere deshacer el legado de la también democristiana Merkel: el pueblo del vencedor ofrece algunas claves sobre cómo gobernará Alemania

Friedrich Merz, tras votar este domingo en Arnsberg (Alemania). Foto: Hesham Elsherif (Getty Images) | Vídeo: EPV
Marc Bassets

A los 69 años, Friedrich Merz ha llegado por fin donde siempre quiso estar. La victoria de los democristianos que él lidera en las elecciones de este domingo le sitúa a las puertas de la cancillería alemana, una vez que haya encontrado a uno o más socios de coalición y negocie un programa de Gobierno. Es un éxito tardío para un político presente desde hace décadas en la vida pública alemana. Y una revancha.

Es la revancha de Merz contra un país en el que nunca fue popular y en el que se le ve como un político polarizador y antipático; “impulsivo”, admiten incluso en su partido, una cualidad que casa mal con el gusto alemán por el consenso y la moderación. Una revancha, también, contra su partido, la Unión Democristiana (CDU) que, repetidas veces, le negó la posibilidad de liderarlo y le abocó a abandonar la política durante unos años, un tiempo que aprovechó para trabajar en Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo, y hacerse multimillonario. Dentro de su partido, es una revancha específicamente contra Angela Merkel, democristiana como él, canciller entre 2005 y 2021 y antagonista por talante e ideología. Y es, finalmente, una revancha contra sí mismo, el desquite personal de alguien que, en la edad que sus coetáneos se han jubilado, vive su última oportunidad.

Para entender a Merz ayuda acercarse a Brilon, municipio de 25.000 habitantes en el corazón del Sauerland, la región de bosques, colinas y pequeñas fábricas y empresas familiares en el centro de lo que fue la Alemania Occidental. Aquí no llegan, o llegan muy amortiguados, los problemas sociales y económicos del resto del país, y las noticias de sucesos o atentados son un eco lejano. “Se vive bien, es tranquilo”, dice el cocinero de un restaurante italiano, a cuatro pasos de la Casa Sauvigny, la mansión del siglo XVIII de la familia materna del canciller in pectore, y del Ayuntamiento, donde su abuelo, Josef Paul Sauvigny, fue alcalde entre 1917 y 1937. Paisajes y pueblos pintorescos en los que Alemania parece haberse detenido en otro tiempo: el del milagro económico de la posguerra, el de un confort que parecía inacabable.

“Para los del Sauerland, la fuerza reside en la calma”, dice, como si recitase un proverbio oriental, Eckhard Lohmann, que conoce a Merz desde que eran niños. En la biblioteca de Brilon, Lohmann intenta explicar al visitante las virtudes locales y las conecta con su viejo amigo. “Esta firmeza, continuidad y coherencia son típicas de aquí”, afirma, “y Friedrich Merz procede de esta ciudad”.

Carteles de Merz, durante la campaña, en su localidad natal, Brilon.
Carteles de Merz, durante la campaña, en su localidad natal, Brilon.ÓSCAR CORRAL

En Merz —en su manera de hablar, en su gesticulación— hay algo de otro tiempo, también. Algo de la antigua República Federal, del sistema en el que políticamente creció —el de la CDU de Helmut Kohl, la Guerra Fría, el mercado único de Jacques Delors que observó como joven europarlamentario— y de la próspera provincia germano-occidental de la que es un producto perfecto. Como un regreso —o la revancha— de los años de Kohl y el conservadurismo de Wolfgang Schäuble, otra presencia eterna en la política alemana de aquella época, su modelo y mentor. El credo de la ley y el orden, la fe europeísta y atlantista, y las cuentas equilibradas.

Pero Merz nunca encajó del todo en el Sauerland, esta tierra de consenso. Era un joven rebelde, “un mal estudiante… con fama de alborotador”, escribe Volker Resing en Friedrich Merz. Sein Weg zur Macht, una biografía recién publicada. Fumaba, bebía, iba en moto, llevaba melena. Y, en realidad, nunca ha dejado de ser un “alborotador” en la política, “alguien que es capaz de molestar, que no rehúye las críticas”, dice Resing al teléfono. “Es alguien que cree que se puede llegar a buenas soluciones por medio del conflicto y la provocación”.

La suya es una carrera jalonada por salidas de tono y expresiones que, ya en su momento, sonaban anacrónicas, o peor. Una muestra: “Mientras no se me acerque, me da igual”, dijo cuando en 2001 le preguntaron por la decisión del entonces alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, de hacer pública su homosexualidad. En otra ocasión se refirió a los inmigrantes que “van al médico a arreglarse la dentadura mientras que los ciudadanos alemanes no reciben ninguna cita”, o calificó a los alumnos árabes en las escuelas alemanas de “pequeños pachás”. Su imagen es la de un político agresivo, y muy conservador: el anti-Merkel.

Merkel, de familia protestante, creció en la Alemania Oriental; Merz, católico, es un puro germano-occidental. Ella, casada en segundas nupcias, sin hijos; él, casado desde 1981 y padre de tres. Ella buscaba el centro; él, la polarización. Ella sabía tejer consensos; él tiende a la decisión unilateral. Ella apenas hizo reformas económicas; él, en este aspecto, se mira en el espejo del socialdemócrata Gerhard Schröder, el más reformista de los cancilleres recientes. Ella permitió en 2015 la entrada de los refugiados; él quiere endurecer las leyes de inmigración y reniega del legado merkeliano. “He hecho correcciones”, alardeaba Merz en campaña al referirse al legado de Merkel, su enemiga íntima desde hace un cuarto de siglo.

El padre de Merz, que tiene 101 años y vive, junto a la madre, de 97 años, en una residencia en Brilon, abandonó la CDU en los años de Merkel, y no ha vuelto. Los Merz-Sauvigny son patricios del lugar y en el archivo local hay información sobre la familia y el abuelo, Josef Paul Sauvigny, que fue alcalde durante 20 años y cuya historia es común en Alemania. Una historia de padres, hijos y nietos.

Vivienda familiar de los Merz-Sauvigny en Brilon (Alemania).
Vivienda familiar de los Merz-Sauvigny en Brilon (Alemania).ÓSCAR CORRAL

El padre de Merz era juez —como lo fue el propio Merz al inicio de su carrera— y, como tal, participó en procesos a dirigentes nazis después de la guerra. El abuelo había sido nazi. Lo detalla un documento del archivo: Sauvigny ejerció su cargo como miembro, en los años de la República de Weimar, del Zentrum, el gran partido católico. Cuando Hitler llegó al poder, el abuelo ingresó en el NSDAP, el partido nacionalsocialista, y siguió en el cargo hasta 1937.

“Sobre estos temas no se hablaba cada día”, dijo Merz en una entrevista con el semanario Die Zeit. Y recordó que el abuelo murió en 1967, cuando él tenía 12 años. “Por entonces la confrontación en Alemania con el nacionalsocialismo justo acababa de empezar”. Es una historia lejana —la de los moderados que se dejan seducir por los extremistas— y a la vez cercana. A Merz le han acusado, desde la izquierda, de coquetear con el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) al aceptar sus votos para varias iniciativas sobre política migratoria. Él siempre ha insistido: “No colaboraremos con este partido. Ni antes de las elecciones, ni después, ni jamás”.

Cuenta su amigo Lohmann que los sauerländer, gentilicio alemán de la región, se sienten bien representados por los socialdemócratas, pero también por los ecologistas y los liberales… Por todos, “salvo AfD”, insiste. Explica que aquí el consenso campa a sus anchas y esto, según el eslogan de los omnipresentes carteles de Merz en su patria chica, vale para todo el país: “Más Sauerland para Alemania”. A partir de hoy, el futuro canciller necesitará, para negociar una coalición, más diálogo que confrontación. Algo más de Sauerland para sacar Alemania del marasmo. Algo más de Merkel que de Merz.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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