Quién es Friedrich Merz, viejo rival de Merkel y favorito para suceder a Scholz en Alemania
El candidato democristiano es un conservador de larga trayectoria, exdirigente en el fondo de inversión BlackRock y sin experiencia gubernamental
Friedrich Merz (Brilon, 69 años) lo tiene todo para ser un mal candidato a la cancillería alemana. Demasiado arrogante, demasiado conservador. Multimillonario y propietario de una avioneta. Más aún: exdirigente en Alemania de BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo, asociado en la imagen de muchos de sus conciudadanos al capitalismo global desenfrenado. Viejo conocido de la política de su país, a finales de los años noventa ya estaba en primera fila, pero nunca fue especialmente querido, ni siquiera en las filas de la Unión Democristiana (CDU), el partido de toda su vida y que, según se dijo en su momento, sopesó abandonar después de romper con la popular canciller Angela Merkel. Un has-been, se le describía hasta hace no mucho, usando el anglicismo que describe a alguien que vivió su momento glorioso tiempo atrás y que no volverá. Pese a su veteranía, jamás ha llegado a ministro. Experiencia parlamentaria: décadas. También en el sector privado. Pero, ¿experiencia gubernamental? Cero.
Con todos estos ingredientes, podría pensarse que, cuando en septiembre la CDU y su partido hermano, la Unión Socialcristiana bávara (CSU), eligieron a Merz ―presidente de la primera formación y jefe del grupo parlamentario― como candidato, asumían riesgos incalculables. No es así. Ya hay fecha para las elecciones anticipadas —el 23 de febrero, siete meses antes de lo previsto— y este hombre de perfil rectilíneo y 1,98 metros de altura es el favorito indiscutible.
El has-been, que después de sufrir varios reveses en las luchas internas por el poder en su partido abandonó durante 12 años la política para dedicarse a los negocios, regresó en el ocaso de Merkel y hoy se ve más cerca que nunca de la ambición que desde joven le guio. Todos los sondeos señalan que, si las elecciones se celebrasen ahora, la CDU-CSU las ganaría con más de un 30% de votos. Lo dice, con meses de antelación, Christian Lindner, líder liberal: “La carrera a la cancillería está decidida”, y Merz —que ha cerrado la puerta a una colaboración futura con la ultraderecha— será el canciller “con toda seguridad”.
Quienes le conocen lo definen como un clásico político democristiano de su época. El aspirante a suceder al socialdemócrata Olaf Scholz creció en el lado próspero, democrático y libre de la Alemania partida en dos de la Guerra Fría. Se crio en una familia católica de notables locales (su padre era juez; su madre, la hija de alcalde) en Brilon, en la aburrida provincia de los años del milagro económico. Un pueblo de 25.000 habitantes del Sauerland, en el centro de lo que fue la Alemania Occidental. La Alemania del confort y de las pequeñas y medianas empresas, un lugar donde la gente “con los pies en el suelo se guía por una brújula clara y tiene opiniones claras, y es cabezota”, dice por teléfono Jutta Falke-Ischinger, coautora de un ensayo biográfico sobre Merz titulado Der Unbeugsame (El inquebrantable) y, como él, originaria del Sauerland.
Ideológicamente, Merz es un discípulo del evangelio de Ludwig Erhard, padre del milagro económico tras la hora cero de 1945, y de Helmut Kohl, canciller entre 1982 y 1998, los años en que Merz entra y se afianza como promesa parlamentaria. Primero en Bruselas y Estrasburgo. El diputado democristiano en el Bundestag Norbert Röttgen explica a EL PAÍS que estos son años fundamentales para entender a Merz: los años de la creación del mercado único y la Comisión Europea de Jacques Delors marcaron al joven eurodiputado.
Röttgen lo define así: “Tres elementos son importantes en él. Primero, la economía social de mercado. Segundo, es un europeísta. Y tercero, es un atlantista”. Dichos así, estos rasgos pueden querer decirlo todo, o nada. La CDU es lo que en Alemania recibe el nombre común de Volkspartei —un partido popular que abarca corrientes que van desde el socialismo cristiano a la derecha dura, pero con un apego común a Europa y la OTAN— y Merz es un representante puro de su ala conservadora y liberal.
Falke-Ischinger define a Merz como un político “más bien law and order” —lo dice así, en inglés: ley y orden— y un partidario “de que el Estado tenga un papel más pequeño” que se reclama del espíritu de un antiguo eslogan de Kohl: “El trabajo debe valer de nuevo la pena”. Es decir, la idea según la cual el Estado del bienestar es demasiado robusto en Alemania y algunos subsidios desincentivan el trabajo. De ahí, por ejemplo, las críticas contra el Bürgergeld o renta ciudadana, la prestación que reciben quienes han agotado el paro y carecen de otros medios de subsistencia.
“Por supuesto que ayudaremos a quienes de verdad necesitan ayuda”, dice el candidato en una entrevista con el semanario Stern. “Pero quien pueda trabajar debe trabajar y, en caso contrario, no podrá optar a las ayudas integrales del Estado”. Sobre los demandantes de asilo que, pese a las órdenes de expulsión, siguen en el país, declaró este verano: “Quieren recibir todos los beneficios, todos los cuidados de salud. Van al médico y se arreglan los dientes, y mientras tanto los ciudadanos alemanes no consiguen una cita”.
No se entiende la trayectoria de Merz, ni su espantada al abandonar la política para irse al sector privado (“es la hora de ganar dinero”, les dijo entonces a sus amigos, según la biografía) sin la rivalidad con Merkel. Ella había crecido en la Alemania Oriental y era mujer: una extraña en la CDU occidental y masculina de Merz, pero se impuso a él en la carrera por el poder y gobernó durante 16 años.
Ahora, el legado de Merkel está en cuestión y en su partido se la considera demasiado centrista. Se le reprocha la ausencia de reformas o la política de puertas abiertas en plena crisis migratoria de 2015. La antipatía entre ambos era ideológica y personal. Hoy Merz se presenta como la antítesis de Merkel: un tipo con las ideas claras y capacidad de decisión, un conservador pata negra en tiempos de Donald Trump, Vladímir Putin y Viktor Orbán. Y así, tres años después de que un socialdemócrata relevase a la canciller, devolver a la democracia cristiana al poder.
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