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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Trump obliga a la UE a adaptarse al siglo XXI

Un presidente tan reaccionario como el estadounidense puede forzar a los europeos a dar el gran salto que el club está aplazando desde hace dos décadas

Donald Trump llega a la Casa Blanca después de su intervención en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), este sábado.
Donald Trump llega a la Casa Blanca después de su intervención en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), este sábado.John McDonnell (AP)

Paradojas de la historia. Un presidente estadounidense tan reaccionario y decimonónico como Donald Trump puede forzar a la Unión Europea a dar el salto adelante que el club lleva aplazando desde principios del siglo XXI por las sucesivas dificultades políticas y económicas. En las últimas dos décadas, Bruselas se ha conformado, y no es poco, con capear crisis propias y ajenas, desde la del euro al Brexit, de la pandemia a la invasión rusa de Ucrania. Los cambios siempre podían esperar.

Pero la arremetida geopolítica de un dirigente que se inspira en William McKinely, el inquilino de la Casa Blanca que en 1898 arrebató sin miramientos Cuba y Filipinas a España, y que invoca tácitamente la doctrina de Woodrow Wilson (presidente entre 1913-1921) para amenazar la soberanía de Canadá y Panamá, coloca a la UE ante la realidad de un siglo XXI en el que los consensos internacionales se desmoronan: fronteras en entredicho, infraestructuras neurálgicas saboteadas, magnates con poderes propios de un Estado, derecho de asilo en vías de cancelación, una justicia internacional que difícilmente sobrevivirá a los gatillazos contra Putin y Netanyahu. Y numerosas políticas, de la energética a la migratoria o de la tecnológica a la comercial, convertidas en armas de la guerra híbrida por el poder geoestratégico que se está librando en estos momentos en el planeta.

En ese ambiente hostil y en ocasiones predatorio, la UE parece condenada a actualizar sus ritmos y modales, so pena de zozobrar si no lo hace en medio de las turbulencias provocadas por la regresión en marcha al otro lado del Atlántico. El pasado curiosamente empuja hacia el futuro. Trump, como fue la pandemia con la creación del histórico Fondo de recuperación, podría servir de catalizador para acometer las reformas siempre postergadas tanto a nivel institucional como económico o presupuestario.

En Bruselas, sin embargo, cunden las dudas sobre el capital político disponible para dar el salto. Los partidos ultras y euroescépticos, más próximos a Trump que a los fundadores de la UE, son la primera o segunda fuerza en numerosos países, incluidos Francia y Alemania. De los seis grandes, solo en España ocupan el tercer lugar.

Pero la causa europea no está perdida y el Brussels Institute for Geopolitics, fundado por el pensador Luuk van Middelaar, animaba hace unos días a aprovechar la nueva situación para seguir adelante: “La era transatlántica ha sido una edad dorada para Europa (Occidental). Siempre estuvo llamada a acabar un día. Y puesto que el presidente número 47 de EE UU acelera el proceso, Europa necesita considerar la transición a una nueva relación no como un cambio indeseado, sino como una oportunidad para controlar su propio destino”.

El último avance trascendental, el euro

El último avance trascendental de la integración europea llegó en los coletazos del siglo XX, con el nacimiento del euro en 1999. Desde entonces, el club se ha dedicado a digerir su vasta ampliación hacia el este, pero sin lograr rematar ninguno de sus grandes proyectos de integración política (como la frustrada Constitución Europea) ni económica (en el alero siguen la unión bancaria o la unión de mercados de capitales). Más lejos aún siguen las próximas fronteras del proceso de integración que deberían cruzar el Rubicón de la unión fiscal y la política exterior y de defensa común.

La estructura institucional también se mantiene casi intacta, a pesar de sus conocidas ineficiencias (la más visible, pero no la única, la hipertrofiada Comisión, con 27 miembros); el presupuesto europeo alcanza apenas el 1% del PIB del comunitario, con casi el 90% preasignado y sin apenas margen de maniobra ante posibles imprevistos.

Y los ritmos legislativos de la UE no logran compaginar, salvo en casos excepcionales como la pandemia, el imprescindible escrutinio democrático con la transformación acelerada de la realidad de este siglo XXI. Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, advertía el pasado lunes en un discurso en la sede del Parlamento Europeo, que “si seguimos nuestro procedimiento legislativo actual, que a menudo requiere hasta 20 meses, nuestras respuestas políticas pueden estar obsoletas tan pronto como son concluidas”.

Un ejemplo reciente de tamaña disfunción es el Reglamento general de protección de datos (RGPD), una de las joyas legislativas europeas según Bruselas. Entró en vigor en 2018, en vísperas de la explosión de la Inteligencia Artificial (IA) pero ni siquiera menciona esa nueva tecnología porque el texto llevaba años tramitándose. Para enmendar el despiste, la Unión aprobó el año pasado un nuevo Reglamento específico para la IA, pero las normas sobre sistemas de alto riesgo no entrarán en vigor hasta tres años después, en agosto de 2027.

“Somos nuestro peor enemigo”

A la velocidad de la era marciana de Elon Musk, en tres años las normas de Bruselas sobre IA pueden parecer códices medievales. Mientras tanto, según Draghi, el RGPD ha encarecido para las empresas europeas un 20% la gestión de datos. Y de los sistemas punteros de IA, ocho son estadounidenses y dos, chinos. “A menudo somos nuestro peor enemigo”, lamentó el italiano.

Esta vez, sin embargo, el inesperado enemigo es el antiguo mejor aliado. Trump, su vicepresidente J. D. Vance y el electrón libertario, Elon Musk, no ocultan su intención de hacer trizas los vínculos transatlánticos con “la vieja Europa”. Y parece imposible que la UE pueda sortear el vendaval sin una adaptación que va más allá de agilizar el ritmo legislativo o de gastar más en armamento americano.

Entre las tareas pendientes, Bruselas y muchos analistas coinciden en la necesidad de crear un verdadero mercado europeo de capitales, de energía y digital; en la supranacionalización de los proyectos de defensa y computación; o en el aumento y centralización del gasto en I+D. “Cada vez está más claro que necesitamos actuar más y más como si fuéramos un solo Estado”. Palabra de Draghi.

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