Europa busca una nueva defensa para un nuevo mundo
Un alejamiento de EE UU sin parangón en ocho décadas de alianza transatlántica impulsa una urgente reconsideración de la arquitectura de seguridad europea

Tras ocho décadas marcadas por la estrecha alianza transatlántica, Europa se ha despertado de forma abrupta en una nueva realidad. Las últimas dos semanas han dejado claro con una serie de mensajes brutales un alejamiento de EE UU que ya no permite confiar plenamente en que siga desempeñando su función protectora de los aliados europeos. Friedrich Merz, líder de la CDU alemana, lo resumió así el viernes: “Debemos prepararnos para el hecho de que, para Donald Trump, no sea válida de manera ilimitada la promesa de defensa mutua de la OTAN”. Y, en efecto, los líderes europeos estudian en estos días con urgencia e inquietud cómo dar grandes pasos hacia un nuevo marco de defensa europeo adecuado a un mundo diferente y hostil.
¿Está el Viejo Continente preparado para una eventual retirada del paraguas de seguridad del hasta ahora aliado americano? Un informe publicado este viernes por los centros de estudio Bruegel y Kiel Institute calcula en unos 250.000 millones de euros anuales las necesidades financieras adicionales para constituir una fuerza disuasoria creíble ante Rusia si Washington retira su compromiso. En términos de efectivos, el estudio apunta a la necesidad de más de 300.000 soldados extra. Actualmente hay alrededor de 1,5 millones en países europeos.
Las grietas en la defensa europea son varias, desde la falta de financiación, a la fragmentación entre los Ejércitos de los Estados miembros de la UE hasta cierta falta de voluntad política, dice Josep Borrell, hasta el pasado diciembre alto representante para Política Exterior y Seguridad. “La producción, la industria de defensa, las capacidades, son solo parte del problema. Pero incluso si nuestras fábricas tuvieran capacidad de producir todo lo que necesitamos, seguiríamos sin tener una defensa común, integrada”, señala.
Mientras, la maquinaria bélica rusa avanza. Ha sufrido enormes pérdidas en la invasión, pero tiene ahora más efectivos desplegados que entonces y su industria deshorna muchas armas, aunque en muchos casos con calidad subóptima según los expertos.
Mientras, en las cúpulas de poder europeas se ha instalado la sombría incertidumbre de si Washington se encamina a retirar parte de sus tropas en suelo europeo. Empezando por el refuerzo de unos 20.000 soldados que el demócrata Joe Biden envió a Rumania, los Bálticos y Polonia en los primeros compases de la invasión rusa a gran escala sobre Ucrania, en 2022. El secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, ya ha advertido a los aliados que sus tropas —ahora, unas 90.000 entre las que ya estaba estacionadas y el refuerzo—, no estarán en Europa “para siempre”.
“Tenemos que estar preparados y ahora no lo estamos. Falta presupuesto, coordinación, faltan plataformas de logística e incluso la guerra de Rusia contra Ucrania nos ha demostrado que nos faltan armas, desde municiones de largo alcance a preparación”, lanza una alta fuente europea. “La cuestión ahora es dejar de debatir y empezar a trabajar”, remarca.
El despertar de Europa, la secuencia de los hechos ha sido (y sigue siendo) demoledora. Desde la llamada de Trump a Vladímir Putin hasta el inicio de las negociaciones formales ruso-estadounidenses sin contar con los europeos ni con Ucrania, pasando por el ataque del vicepresidente J. D. Vance a las democracias europeas en la conferencia de seguridad de Múnich. Si todo el mundo era consciente desde hace años del deseo de EEUU de reducir su implicación en Europa, y nadie dudaba de que Trump habría avanzado en esa dirección sin grandes contemplaciones, pocos imaginaban un desgarro tan brutal.
“Lo que ha ocurrido en la última semana, y sobre todo lo que ocurrió en Múnich, cambia Europa”, dice Arancha González Laya, decana de la Paris School of International Affairs (PSIA) de Sciences Po y exministra de Exteriores de España. “Creo que Europa se da cuenta de que no tendremos el lujo del medio-largo plazo, y que la tarea de construir más autonomía estratégica europea en defensa es necesaria ahora. La administración americana está dando una señal muy clara de un cambio, una ruptura con Europa, que afecta claramente al tema de seguridad y defensa”, remarca.
Los contornos exactos de la ruptura de la que habla González Laya no pueden preverse con exactitud ahora. Un plano concierne la retirada de apoyo estadounidense a Ucrania —o incluso el paso hacia una actitud hostil—; otro, esa posible retirada de tropas en el flanco Este de la OTAN; otro más, la falta de compromiso con la mutua defensa que evocaba Merz. Pero nadie duda de que se ha producido una ruptura incomparable con lo ocurrido en ocho décadas de alianza transatlántica, con todos sus altibajos. Eso es lo que produce vértigo.
Tras la invasión a gran escala de Ucrania hace tres años, los países europeos han emprendido movimientos significativos para reforzar sus capacidades de defensa. El gasto militar ha aumentado. En el caso de los países de la UE, por ejemplo, ha pasado de 214.000 millones de euros en 2021 a 326.000 en 2024. Se han puesto en marcha iniciativas significativas como el European Sky Shield —para constituir capacidades conjuntas de defensa antiaérea— y se han hecho cambios institucionales como la creación del cargo de comisario de Defensa (asumido por el lituano Andrius Kubilius) para impulsar un desarrollo estratégico del aparato productivo del sector.
Pero los avances no son suficientes para garantizar a Europa auténtica autonomía estratégica y una verdadera capacidad disuasoria propia si la credibilidad de la garantía estadounidense viene menos.
Los problemas son de varia índole. De entrada, aunque el gasto conjunto es notable —más aún si se suma el del Reino Unido— la fragmentación del mismo entre multitud de países hace que la generación de capacidades sea muy inferior de la que un gasto unitario racionalizado podría permitir. Así, los países europeos sufren a la vez de duplicaciones innecesarias, de falta de interoperabilidad y de graves carencias de medios esenciales para los cuales siempre se confío en las capacidades estadounidenses.
“El desafío es claro y enorme a la vez pero nos obliga a ponernos al día”, afirma Camille Grand, ex alto cargo de la OTAN, ahora en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). “Hay que dotarse de un Ejército capaz y con buen nivel de preparación, pero no es tan fácil, porque lo habíamos olvidado. También dotarse de de capacidades de las que hemos sido muy dependientes de los estadounidenses e incentivar el desarrollo tecnológico, como el papel de la Inteligencia Artificial. Tenemos la tecnología, la industria en los grandes países…”, dice.
También Luis Simón, director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas apunta que los países europeos son sociedades económicamente y tecnológicamente desarrolladas y que las capacidades militares que Estados Unidos tiene en Europa son casi todas reemplazables. “Hay algunas que cuesta más reemplazar -como defensa antimisiles avanzada o inteligencia, vigilancia y reconocimiento, y otras que cuestan menos. Pero luego hay dos cosas que son extremadamente difíciles de sustituir, que son el paraguas nuclear y el mando de control militar. Las dos están directamente relacionadas con el principal problema que tiene Europa que es la falta de unidad. El problema de Europa es político, es falta de unidad y un liderazgo claro y una jerarquía clara, tanto a nivel político como a nivel militar”, prosigue Simón.
En Europa, Francia y el Reino Unido disponen de armamento nuclear. Pero sus arsenales son muy inferiores a los de EEUU y Rusia —que, además, ha hecho de su producción un gran elemento propagandístico— y, sobre todo, falta la línea de conexión entre arsenal nuclear, mando e control operativo continental y capacidades convencionales de los que dispone Washington y que se despliega a través del marco OTAN. Si eso fallara, sustituirlo con algo comparable a escala europea representaría un desafío descomunal.
Pero ello no significa que no se puedan hacer cosas de enorme calado para lograr que Europa tenga una capacidad disuasoria frente a una Rusia que parece lanzada en una política imperialista.
Un aspecto concierne el ulterior aumento del gasto. Casi todos los países han alcanzado el umbral del 2% del PIB comprometido en la cumbre de Gales de la OTAN hace una década —con la notable excepción de España e Italia— pero es ampliamente mayoritaria la convicción de que será necesario ir más allá, como además reclama Washington. De hecho, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha advertido a los aliados de que habrá que superar el 3% del PIB en gasto militar y en los corredores de la Alianza Atlántica se habla ya del 3,7%, una cifra que se debatirá en junio, en la cumbre de la OTAN en La Haya.
El punto, remarca Camille Grand, es encontrar los recursos para dar vuelo al gasto en defensa y seguridad y construir una verdadera defensa europea. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ya ha anunciado su voluntad de establecer una excepción para que las inversiones en defensa no estén sometidas al corsé fiscal del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, aunque eso significa fundamentalmente que esa apuesta por la inversión sigue dependiente de los presupuestos nacionales. También baraja abrir la mano para reutilizar parte de los fondos de recuperación pospandemia para elementos relacionados con la defensa, pero sin llegar a gasto militar: como investigación y desarrollo o infraestructuras de doble uso. También está la opción de emplear fondos de cohesión para esas opciones no tan enfocadas directamente en armamento.
Además, crecen las voces que reclaman que se haga una emisión de nueva deuda común —como se hizo con la crisis pandémica— para financiar un salto en las capacidades defensivas. Ese sistema de eurobonos para defensa afronta de momento las reticencias de países como Alemania y Países Bajos, pero no se perfilan como una negativa insuperable en las actuales circunstancias. Sobre todo, si se logra como paso previo un consenso acerca de los recursos propios de la UE suficientes para garantizar el repago de la deuda pandémica.
Otro elemento más es el de la racionalización de las inversiones para lograr que la industria tenga mayor capacidad productiva y avance en segmentos en los que Europa no tiene potencial autónomo. Actualmente, un tercio del gasto militar europeo (alrededor el 0,7% del PIB) va dirigido a compras de armamento y sistemas operativos, una cifra que ha aumentado pero es considerada todavía insuficiente por muchos expertos.
La cuestión, considera Josep Borrell, es que habría que decidir primero qué se financia y luego ver cómo se financia y quién dirige el proyecto. La Comisión Europea, que prepara un libro blanco sobre la defensa que presentará en marzo y en el que ahondará en el abanico de fórmulas de financiación, analiza ya varios proyectos europeos.
Además, la Estrategia Europea de Defensa, que alumbró el propio Borrell junto al antiguo comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, ya daba una serie de opciones sobre fomentar las compras conjuntas, potenciar la industria europea e integrar a aliados como Reino Unido o Noruega. Esa estrategia para impulsar la industria, que se ha descuidado durante años, que tenía como base la idea de comprar juntos y comprar europeo, no ha terminado de despegar.
“Las empresas europeas de defensa pueden prepararse para una mayor expansión, pero, para invertir fuertemente en capacidades de producción y gestionar los riesgos financieros, necesitan contar con contratos firmes y compromisos a largo plazo por parte de sus clientes gubernamentales”, señala Jan Pie, secretario general de la asociación de las empresas del sector aeroespacial, seguridad y defensa.
“Creo que habrá una enorme presión política para que los líderes europeos realicen los pedidos en el mercado estadounidense, y considero que este es uno de los mayores errores y fracasos que Europa puede cometer. Si se quiere tener una base industrial de defensa europea sostenible, fuerte y no dependiente, la única manera de lograrlo es realizar las inversiones en el lado europeo”, apunta Pie.
La presión a la que se refiere Pie deriva de un doble factor: por un lado la perspectiva de tener que suministrar con rapidez a Ucrania armamento que Europa no produce y que se puede encontrar en el mercado estadounidense. Por el otro, usar esas compras como elemento negociador con Trump. Es evidente que esos factores están sobre la mesa, pero lo es también que en Europa avanza la conciencia de la necesidad de contar con industria propia con amplitud y profundidad productiva.
El aspecto industrial puede impulsar una mayor cooperación operativa. La excesiva pluralidad de sistemas de armamento es uno de los elementos que complica la interoperatividad europea. No obstante, este plano va mucho más allá de la simple coordinación en cuanto a armas en uso, y es claramente uno de los objetivos más difíciles de cumplir.
En definitiva, todo avance depende de la voluntad política. La terapia de shock de los últimos días sin duda ha causado una sacudida, pero ello no significa que los obstáculos desvanezcan.
“La cuestión es que en Europa hay fuerzas que se alinean con Trump y hay países que siguen teniendo reparos, tienen miedo de dar pasos, de alejarse definitivamente del fuego que más calienta”, dice Pol Morillas, director del centro de estudios CIDOB y autor de En el patio de los mayores. Europa ante un mundo hostil, ensayo que será publicado próximamente por Debate (Penguin Random House)
“Europa necesita sus tiempos. Pero Europa hace cosas. Hemos aprobado 16 rondas de sanciones a Rusia, ahora vamos a flexibilizar las reglas fiscales y, aunque los quintacolumnistas dentro de la UE se sienten fuertes por discurso como el de Vance, sabemos que el viento está cambiando”, dice González Laya. “Necesitamos pensar bien qué hace falta y en qué orden. Yo creo que lo primero es reforzar Ucrania para que pueda negociar en mejor situación posible. Luego, ver cómo podemos contribuir para garantizar un eventual alto el fuego. Y mientras tenemos que ir viendo qué necesidades tenemos, cómo las financiamos”.
Borrell lo tiene claro. “Hay que empezar a pensar en una OTAN europea, en potenciar el pilar europeo de la OTAN reforzando una coalición de países europeos dentro de la alianza. Si queremos sobrevivir, debemos empezar a pensar en ello, pero quienes deben hacerlo son los Gobiernos. Tenemos que existir por nosotros mismos. Al servicio de la OTAN pero por nosotros mismos”, abunda.
También Morillas y González Laya apuntan a la importancia fundamental de pensar en geometrías variables de cooperación europea que vayan más allá de la UE y que aprovechen en la medida de lo posible el marco OTAN y esa idea de un pilar europeo dentro de ella. Morillas señala la iniciativa franco-británica, y González Laya apunta al interés de buscar una coordinación con Turquía, país al que viajó el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, mientras EE UU y Rusia consumaban su deshielo.
En la conferencia de seguridad de Múnich el presidente de Ucrania declaró que ha llegado la hora de constituir unas fuerzas armadas europeas. El camino hacia ella parece largo y tortuoso. Pero antes de llegar a esa meta hay etapas que pueden cambiar significativamente el escenario de seguridad del continente y requieren saltos de integración notables pero tal vez no más difíciles de otros que han sido posibles en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
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