Se me olvidó que lo inventé
Cuando un relato o recuerdo se construye no existe forma de distinguir lo verdadero de lo falso. El neurólogo Oliver Sacks escribe sobre la falibilidad de la memoria en un libro póstumo de ensayos
Se presta demasiada atención a los así llamados recuerdos recuperados, recuerdos de experiencias tan traumáticas que se reprimen de manera defensiva y que luego, con la terapia, se liberan de la represión. Encontramos formas especialmente tenebrosas y fantásticas que incluyen descripciones de rituales satánicos acompañados a menudo de prácticas sexuales coercitivas. Dichas acusaciones han arruinado vidas y familias. Pero se ha demostrado que esas descripciones, al menos en algunos casos, son insinuadas o implantadas por otros. Esta frecuente combinación de un testigo influenciable (a menudo un niño) y una figura autoritaria (quizá un terapeuta, un maestro, un asistente social o un investigador) puede ser especialmente poderosa.
Desde la Inquisición y los juicios contra las brujas de Salem, pasando por los juicios soviéticos de la década de 1930 y Abu Ghraib, se han utilizado variedades de “interrogatorio extremo”, o tortura física y mental sin disimulo para obtener “confesiones” religiosas o políticas. Aunque estos interrogatorios en principio se conciban para obtener información, sus intenciones más profundas podrían ser lavar el cerebro, provocar un auténtico cambio de opinión, para llenarlo con recuerdos implantados autoinculpatorios, algo en lo que podrían dar muy buenos resultados. (En este sentido, no hay parábola más relevante que 1984, de Orwell, donde al final Winston, sometido a una presión insoportable, acaba cediendo, traiciona a Julia, se traiciona a sí mismo y a sus ideales, traiciona sus recuerdos y su criterio y acaba adorando al Gran Hermano).
Pero a lo mejor no hace falta una sugestión enorme o coercitiva para influir en los recuerdos de una persona. Todos sabemos que el testimonio de los testigos está sometido a la sugestión y al error, a menudo con funestos resultados para las personas que han sido erróneamente acusadas. Con las pruebas de ADN, ahora es posible obtener en muchos casos una corroboración o refutación objetiva de dichos testimonios, y [el investigador] Schacter ha observado que “un análisis reciente de 40 casos en los que la prueba de ADN estableció la inocencia de individuos injustamente encarcelados reveló que en 36 de ellos (el 90%) los testigos se habían equivocado al identificarlos”.
Si las últimas décadas han sido testigos de un surgir o un resurgir de la memoria ambigua y los síndromes de identidad, también han conducido a una importante investigación —forense, teórica y experimental— sobre la maleabilidad de la memoria. Elizabeth Loftus, psicóloga investigadora de la memoria, ha documentado los inquietantes éxitos obtenidos a la hora de implantar falsos recuerdos simplemente sugiriéndole a un sujeto que ha vivido un suceso ficticio. Tales pseudosucesos, inventados por los psicólogos, pueden variar desde incidentes cómicos a otros levemente perturbadores (por ejemplo, que de niño te hubieras perdido en un centro comercial), y otros aún más graves (que uno hubiera sido víctima de un ataque animal o de una agresión por parte de otro niño). Tras el escepticismo inicial (“nunca me he perdido en un centro comercial”) y una posterior vacilación, el sujeto puede acabar sintiendo una convicción tan profunda que seguirá insistiendo en la verdad del recuerdo implantado incluso después de que el experimentador confiese que, para empezar, no ocurrió nunca.
Lo que está claro en todos estos casos —ya sean abusos infantiles reales o imaginarios, recuerdos auténticos o implantados experimentalmente, testigos manipulados y prisioneros a los que se ha lavado el cerebro, el plagio inconsciente y los falsos recuerdos que todos hemos atribuido erróneamente o hemos confundido su origen— es que, en ausencia de cualquier confirmación exterior, no existe una manera fácil de distinguir un recuerdo o una inspiración auténticos, sentidos como tales, de los que se toman prestados o se sugieren, entre lo que Donald Spence denomina la “verdad histórica” y la “verdad narrativa”.
No existe mecanismo en la mente ni en el cerebro que asegure la verdad, o al menos, el carácter verídico de los recuerdos
Aun cuando se descubra el mecanismo subyacente de un falso recuerdo, puede que tal cosa no altere la sensación de una experiencia o “realidad” vivida que poseen tales recuerdos. Y no solo eso, sino que quizá las evidentes contradicciones o absurdos de ciertos recuerdos tampoco alteren nuestra convicción o creencia. Cuando la gente que afirma haber sido abducida por los alienígenas relata sus experiencias, no miente en la mayor parte de lo que dice, y tampoco son conscientes de haber inventado una historia, sino que realmente creen que ocurrió.
En cuanto este relato o recuerdo se construye, acompañado de una viva imaginería sensorial y fuertes emociones, no existe una manera psicológica interior de distinguir lo verdadero de lo falso, ni tampoco una manera neurológica exterior. El correlato psicológico de dichos recuerdos se puede examinar utilizando la producción de imágenes cerebrales funcionales, y estas imágenes nos muestran que los vivos recuerdos producen una activación cerebral general en la que participan áreas sensoriales, emocionales (límbicas) y ejecutivas (lóbulo frontal): un patrón que es prácticamente idéntico si el “recuerdo” se basa en la experiencia o no.
Al parecer, no existe ningún mecanismo en la mente ni en el cerebro que asegure la verdad, o al menos el carácter verídico, de nuestros recuerdos. No poseemos ningún acceso directo a la verdad histórica, y lo que nos parece cierto o afirmamos que lo es se basa tanto en nuestra imaginación como en nuestros sentidos. No existe manera alguna de transmitir o grabar en nuestro cerebro los sucesos del mundo; se experimentan y se construyen de una manera enormemente subjetiva que, para empezar, es diferente en cada individuo, y cada vez que se evoca un hecho se reinterpreta o se reexperimenta de manera diferente. Nuestra única verdad es la verdad narrativa, las historias que nos contamos unos a otros y a nosotros mismos: las historias que continuamente recategorizamos y refinamos. Dicha subjetividad se incorpora a la mismísima naturaleza de la memoria y es consecuencia del fundamento y mecanismos de nuestro cerebro. Lo asombroso es que las aberraciones exageradas son relativamente escasas, y en su mayor parte nuestros recuerdos son sólidos y fiables.
Nosotros, en cuanto seres humanos, acabamos teniendo recuerdos falibles, frágiles e imperfectos, pero también poseen una gran flexibilidad y creatividad. La confusión sobre sus orígenes o la indiferencia hacia estos pueden resultar una fuerza paradójica: si pudiéramos identificar el origen de todo nuestro conocimiento, acabaríamos saturados de información a menudo irrelevante. La indiferencia hacia las fuentes nos permite asimilar lo que leemos, lo que nos cuentan, lo que los demás dicen y piensan, lo que escriben y pintan, con la misma riqueza e intensidad que si fueran experiencias primarias. Nos permite ver y oír con los ojos y oídos de los demás, entrar en mentes ajenas para asimilar el arte, la ciencia y la religión de toda la cultura, entrar y contribuir a la mente común, a la riqueza general del conocimiento. La memoria no surge solo de la experiencia, sino del intercambio de muchas mentes.
Oliver Sacks (1933-2015) fue neurólogo y escritor. Este texto forma parte de la colección ‘El río de la conciencia’ que publica Anagrama el 16 de enero. Traducción de Damià Alou.
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