Los ratones ayudan a sus camaradas caídos
Tres experimentos independientes han comprobado que los roedores prestan una atención especial a sus congéneres inconscientes tirándoles de la lengua hasta reanimarlos
Los ratones acuden a ayudar a un compañero inconsciente en el suelo y no paran de incordiarlo hasta que no se recupera. En ciencia no hay verdades absolutas, pero que tres grupos de científicos de tres laboratorios diferentes hayan observado la misma conducta prosocial en centenares de ratones se acerca mucho. Mediante una serie de experimentos cuyos resultados se han publicado en Science (dos estudios aquí y aquí), los investigadores comprobaron que cuando un roedor se encontraba con otro caído, primero lo olisqueaba, después le lameteaba, sobre todo la cara, y, si no respondía, acababa mordisqueando su boca y tirándole de la lengua. Los animales así tratados se recuperaron mucho antes. Tal conducta no la observaron si el otro estaba activo o dormido. Un tercer trabajo no relacionado y publicado hace unos días había encontrado una conexión neuronal entre la lengua y el cerebro que se activaba en los caídos y que los buenos samaritanos recibían un chute de oxitocina.
Ayudar a quien se cae o acudir raudo a socorrer a alguien inconsciente o herido está entre las conductas más humanas y humanitarias que hay. Pero no es exclusiva de los humanos. Entre los grandes simios, como los chimpancés, se han demostrado la solidaridad y hasta el altruismo. El largo viaje (y dos veces) de la orca Tahlequah con el cadáver de su cría emociona. Igual de dramático fue el hallazgo de crías de elefantes enterradas y no precisamente por personas. Todo esto indicaría que entre los animales, en especial las especies más sociales, se ayudan entre ellos y cuidan de los más necesitados. Pero, ¿también los ratones?
Partiendo de observaciones previas en las que comprobaron que algunos ratones (Mus musculus) de su laboratorio acicalaban a compañeros que habían pasado por una situación estresante, investigadores de la Universidad del Sur de California (Estados Unidos) han realizado una serie de experimentos para estudiar la conducta de los roedores hacia otro inmóvil en el suelo, en su caso inconsciente. Compararon dos centenares de parejas en diferentes situaciones: la interacción con otro activo, con unos que dormían, con otros inconscientes (tras anestesiarlos) y unos pocos recién fallecidos.
Lo primero que vieron es que los ratones interaccionan mucho más con los inconscientes que con los activos (un 47,7% del tiempo grabado frente al 5,8%). Lo segundo es cómo va cambiando esa interacción. Al principio olisquean tanto a despiertos como anestesiados. Pero al olisqueo inicial (que protagoniza casi todo el rato que pasan junto a los activos), le siguió el típico lameteo de los mamíferos. Gracias a cámaras de alta velocidad, observaron también otra conducta: si el compañero no respondía a sus mimos, sus acciones se volvían más enérgicos, con los lametones concentrados en los ojos, empellones y, sobre todo, mordiscos en el hocico. Y no dejaban de morder hasta sacarle la lengua y tirar de ella (ver fotografía). Ante el caído, los distintos ratones pasaron de media un 5,9% de su interacción oliéndolos, otro 37,8% lamiéndolos y un 56,3% concentrados en su hocico y ojos.
Por un accidente, en uno de los casos, el yacente tenía un objeto en la boca. Además de la lengua, el roedor observador se lo sacó. Intrigados, los investigadores colocaron una bolita de polietileno en un grupo de ratones para comprobar que, en el 80% de las ocasiones, se la sacaban. Y resulta que esto funcionaba: los ratones a los que tiraron de la lengua y/o le sacaban la bola se recuperaban mucho más rápido que aquellos que no tuvieron ayuda. Los autores pensaron que podría deberse a que facilitaban su respiración, pero la razón sería otra (ver más abajo).
En una nueva serie de experimentos, vieron que los ayudantes discriminaban entre amigos y desconocidos. Aunque no vieron que su conducta fuera diferente según el sexo del caído, los lameteos y bocados en el hocico los reservaban para los ratones con los que compartían caja.
Buscando qué había detrás de estas conductas, los investigadores se fijaron en la actividad neuronal de una región del hipotálamo, que concentra la producción y liberación de oxitocina. Este neurotransmisor y a la vez neurona favorece la interacción social, convirtiendo a leones en lindos gatitos o capaz de reducir el odio al otro. Observaron que la activación de estas neuronas se triplicaba cuando un ratón estaba ante un inconsciente. Para confirmarlo, los científicos manipularon la liberación de oxitocina, bloqueándola o forzándola. De nuevo, vieron cómo modulaba la conducta hasta vencer el reparo ante los desconocidos. Lo cuenta en un correo la investigadora de la Escuela Keck de Medicina de la universidad californiana y coautora del primero de los estudios, Huizhong Tao: “Según nuestros resultados, la activación de las neuronas de oxitocina promovía una actitud prosocial hacia los ratones extraños”. Y al revés, al bloquear la liberación de esta hormona, reducían al mínimo sus acciones reanimadoras aunque fueran compañeros de caja.
La neurobióloga Ye Emily Wu, responsable del laboratorio de conducta prosocial de la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos) es coautora de otro trabajo muy similar al de Tao. El equipo de Wu, liderado por el profesor de neurobiología Li Zhang, no anestesió a los ratones, sino que los sedó con dexmedetomidina, un ansiolítico y sedante. En una de sus pruebas pusieron al sujeto en una caja conectada con otras dos, en una había un ratón sedado y en la otra uno activo. Como en el otro estudio, los ratones siempre pasaban más tiempo con los caídos. La otra gran diferencia es que, mientras el grupo de Tao apuntó a la actividad en el hipotálamo, el de Wu encontró una gran activación en la amígdala, otra parte del cerebro más profundo y que, entre otras cosas, procesa las señales olfativas y el sistema de feromonas.
William Sheeran, del Centro de Neurociencia de la Universidad de Colorado en Boulder (Estados Unidos) no ha participado en estos experimentos, pero ha escrito un comentario en el mismo número de Science. Sobre la aparente contradicción de que dos regiones diferentes del cerebro intervengan en la misma conducta prosocial, Sheeran lo explica en un correo: “Si bien cada grupo solo observó una región, es razonable pensar que estas dos regiones podrían estar participando juntas en un único circuito neuronal que es importante para la conducta de reanimación”. Esta idea estaría respaldada por otros trabajos anteriores que han demostrado que tanto el hipotálamo como la amígdala “están conectadas anatómicamente y que la oxitocina da forma al procesamiento de la información social en otras partes del cerebro”.
Quedaba responder la penúltima pregunta, ¿por qué los ratones olisquean, lametean y le tiran de la lengua a los que ven que no se mueven? La primera respuesta es porque funciona, ya que recuperaban la consciencia más rápido. El cómo lo apuntaría el tercer trabajo, publicado hace unos días por un grupo diferente de investigadores. Como los dos anteriores, realizaron una serie de experimentos similares, pero con ellos buscaban qué pasaba en el cerebro del animal inconsciente, no solo en el que le ayudaba. Y encontraron lo que no hallaron los anteriores: una conexión física entre la lengua y el cerebro. Mediante el uso de la quimiogenética, vieron como muchas terminaciones nerviosas de la lengua eran extremos de neuronas que despliegan su acción desde una zona del tallo cerebral que produce la mayor cantidad de noradrenalina del cerebro, clave para la activación del organismo.
“Cuando hablamos de humanos, es fácil inferir intencionalidades a las acciones. Cuando hablamos de investigación con animales hay que ser muy cauteloso en atribuir intencionalidades a secuencias de comportamientos como causa-efecto”, alerta la neurocientífica española Cristina Márquez, principal investigadora del Centro de Neurociencia y Biología Celular de la Universidad de Coimbra (Portugal). Es muy tentador humanizar las conductas de los animales. A eso ayudan detalles de los experimentos, como los del primer estudio: cuando comprobaron que uno de los roedores le sacaba un objeto de la boca a otro, replicaron la situación, pero no solo poniendo bolitas en la boca, también las entremetieron en el ano y, en el caso de las hembras, en el área vaginal. Los socorristas ni se fijaron en ellas, yendo a por las que podrían complicar la respiración del otro ratón.
Tanto Márquez, como Sheeran y los autores de los experimentos rechazan la tentación de humanizar estos comportamientos. “Seguramente hay un mecanismo muy simple que lo explica, sin necesidad de atribuir intencionalidades a los animales de intentar salvar la vida de otros”, dice la investigadora española, añadiendo que “hay muchos ejemplos de conductas que parecen complejas que se explican por un mecanismo muy simple, que quizás es el origen evolutivo de acciones que vemos como muy humanas”. A eso también apunta Sheeran: “Se cree que las conductas sociales innatas se conservan evolutivamente. Si es así, aunque podamos ver esas conductas a través de nuestros diversos contextos culturales, eso no hace necesariamente que la versión humana de la conducta o los procesos neuronales subyacentes sean verdaderamente distintos de los de un elefante o un ratón”.
Los autores de los dos primeros trabajos señalan también a la evolución de las especies sociales. Wu, una de las autoras del segundo trabajo, lo resume así: “Nuestros datos sugieren que se trata de un comportamiento instintivo desencadenado por la falta de respuesta de los congéneres, atribuible a circuitos cerebrales conservados y conectados”, Esto produciría efectos beneficiosos inmediatos, como la recuperación del caído, y a largo plazo, ya que salvan a un miembro del grupo aumentando las posibilidades de supervivencia.
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