La violencia deja huella en los genes incluso antes de nacer
Una investigación descubre que los conflictos en Siria han marcado el ADN de las mujeres que los sufrieron, pero también de sus hijas y nietos

Que los traumas padecidos pueden imprimir una huella de por vida es algo que no necesita demostración; pero sí que esta huella sea capaz de llegar hasta la caja fuerte que guarda lo más íntimo de nuestra esencia biológica, los genes. La epigenética es una ciencia joven que estudia cómo, por ejemplo y según un nuevo estudio, la violencia sufrida por familias de Siria puede dejar cicatrices moleculares en el ADN incluso antes del nacimiento. Pero como toda ciencia nueva, la epigenética plantea incógnitas que suscitan debates científicos.
La epigenética, “sobre los genes”, se refiere a ciertos cambios estructurales en el material genético de las células que no modifican la secuencia del ADN, los textos del genoma, pero sí la expresión de los genes, si esos textos se leen o no. Una modificación epigenética común es la unión de un grupo químico metilo a una citosina, una de las bases que forman el ADN. A efectos de la lectura del genoma —la ristra de A, C, G y T—, una citosina metilada y otra que no lo está se leen igual, “C”, pero la primera puede causar que ese gen quede apagado.
Esta metilación es un mecanismo normal en la regulación de los genes; todas nuestras células contienen el mismo genoma, pero no todos los genes se expresan igual en todas ellas, lo que determina las diferencias entre una neurona y una fibra muscular, por ejemplo. Las modificaciones epigenéticas son comunes en el desarrollo del organismo, y esto era todo hasta la década de 1990.
Tres generaciones expuestas a la violencia
Pero a comienzos de este siglo se reveló que había mucho más: influencias ambientales como el estrés, la dieta o los contaminantes pueden imprimir esas marcas en el ADN, que en plantas y otros organismos se transmiten a la descendencia. Así, el estrellato actual de la epigenética se apoya en dos ideas que hacen torcer el gesto a no pocos expertos: ¿pueden esas marcas ambientales traducirse en algún rasgo —un fenotipo—, incluso en uno que ofrezca una adaptación a ese ambiente? Y ¿son heredables en los humanos? Hay quienes ven en ello una forma de “herencia blanda”, más allá de la pura y dura de la secuencia genética.
Muchos de los estudios de epigenética ambiental analizan el efecto de la exposición a factores de estrés. En la Universidad de Florida, la antropóloga y genetista Connie Mulligan se alió con la bióloga molecular Rana Dajani, de la Universidad Hachemita de Jordania, y la antropóloga Catherine Panter-Brick, de la Universidad de Yale, para estudiar marcas epigenéticas en tres generaciones de familias sirias emigradas a Jordania huyendo de la violencia en su país; la propia Dajani es hija de refugiados sirios.
Las investigadoras han estudiado tres grupos: el primero comprende mujeres que estaban embarazadas en 1982, supervivientes de la masacre dirigida por el régimen de Hafez al Asad contra una revuelta en la ciudad de Hama, así como sus hijas y nietos. El segundo grupo incluye mujeres que estaban embarazadas en 2011, durante la guerra civil, y sus hijos. El tercero es el grupo de control, familias que emigraron a Jordania antes de estos conflictos. En total, el análisis comprende 138 personas de 48 familias.
“Hemos identificado marcas de metilación del ADN asociadas a la exposición a la violencia, directa o a través de la línea germinal”, resume Mulligan. Las autoras hablan de un envejecimiento epigenético acelerado, y nada de esto aparece en el grupo de control. El estudio, publicado en Scientific Reports, no es el primero que muestra cambios epigenéticos asociados al estrés, pero, según Mulligan, su trabajo “es el primero que estudia tres generaciones de humanos con diferentes exposiciones a la violencia”.
La hambruna holandesa
Uno de los trabajos más citados en este campo es una investigación sobre las personas que eran fetos en gestación cuando sus madres sufrieron la gran hambruna holandesa del invierno de 1944-45, durante la Segunda Guerra Mundial. Los científicos descubrieron ciertas señales epigenéticas, junto con una propensión a desarrollar sobrepeso y diabetes de tipo 2.
“Los cambios epigenéticos son una explicación verosímil a priori, ya que sabemos que estos mecanismos funcionan como la memoria del ADN”, relata el coautor de aquellos trabajos, Bas Heijmans, del Centro Médico de la Universidad de Leiden. No obstante, Heijmans se muestra cauto a la hora de atribuir directamente el riesgo de enfermedad a estos ingratos recuerdos en el ADN: “Se necesitan estudios cuidadosos, aunque ciertamente el comienzo está ahí”.
El epidemiólogo del Centro Médico de la Universidad de Columbia L. H. Lumey, coautor de aquellas investigaciones, se muestra escéptico sobre una relación causa-efecto de las marcas en el ADN con un fenotipo. Cuando trataron de vincular las señales con la enfermedad metabólica, vieron que “hay una contribución de la epigenética, pero no es dominante”, dice. “Los fenotipos se determinan por un gran número de loci [lugares en el genoma]; patrones epigenéticos simples no logran explicar fenotipos comunes y complejos”.
Pero incluso si pudiera llegar a establecerse una causalidad, lo que Heijmans descarta por completo es que esos cambios epigenéticos puedan ofrecer una ventaja de adaptación al estímulo que los originó, el hambre: “En el pasado, algunos investigadores han argumentado (ya no) que la exposición a la hambruna en el seno materno llevaba a una adaptación a la hambruna después de nacer; era una apuesta equivocada”.
Herencia blanda, un hueso duro de roer
Claro que, para que exista cualquier clase de herencia blanda, adaptativa o no, las marcas epigenéticas deberían poder heredarse. Tanto en los estudios holandeses como en el nuevo de Siria y en otros similares, esto no ocurre: sin ser conscientes de ello, los hijos sufrieron el estrés de sus madres en el interior del útero; y los nietos, en el caso del trabajo de Mulligan, proceden de los óvulos que estaban ya presentes en los ovarios de ese feto femenino.
A esta situación, algunos científicos la denominan intergeneracional, para distinguirla de la transgeneracional, una en la que alguien heredase cambios epigenéticos de sus progenitores sin haber tenido la menor exposición al estímulo, ni siquiera en forma de célula simple. “Es muy difícil obtener datos fidedignos de este fenómeno, si es que existe en humanos”, valora Heijmans. De hecho, precisa que, en los humanos, “la información epigenética se resetea por completo dos veces durante el desarrollo, una después de la fecundación y otra vez cuando se forman los gametos”. Lumey añade: “Tal como lo entiendo, esto iría contra todo lo que sabemos sobre los principios y la cronología de la metilación del ADN”.
Por su parte, Mulligan se muestra más favorable a estas ideas: “Hay evidencias intrigantes de que algunas marcas pueden escapar a la reprogramación”. La investigadora propone que algunos de estos cambios heredables podrían ofrecer una adaptación al estrés psicosocial o la violencia. “Creo que esta adaptación a través del epigenoma puede haber evolucionado en humanos para permitirnos responder y adaptarnos a un ambiente físico y psicosocial siempre cambiante, más rápidamente de lo que es posible mediante la evolución más lenta del genoma humano”. Pero para probar todo esto, admite, “se necesitan más estudios”.
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