Así crucé África para salvar mi vida
Ceuta es el lugar elegido por miles de migrantes para entrar en Europa. Pero antes de llegar a la ciudad viven historias estremecedoras. Estos son sus testimonios
MAGHNIA ES UNA pequeña ciudad del noroeste de Argelia con apenas 200.000 habitantes. Por este lugar, sin ningún interés histórico o turístico, pasan casi todos los migrantes subsaharianos que intentan saltar las vallas de Ceuta y de Melilla. Se alojan en sus arrabales, en chabolas hechas con plásticos y cartones. La policía argelina no suele molestarlos porque sabe que están de paso hacia Marruecos, el país vecino. De los 15 internos del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta que relataron a El País Semanal el viaje desde sus países hasta esa ciudad autónoma, 14 habían pasado por Maghnia. El número 15 llegó a Marruecos en avión. Sus historias dan fe de su perseverancia para llegar a Europa superando los mayores contratiempos. Maghnia está situada junto a la frontera con Marruecos. Al otro lado, a solo 15 kilómetros, se halla la ciudad marroquí de Oujda, que tiene medio millón de habitantes, un aeropuerto internacional y una universidad. Para llegar a ella desde Maghnia, los migrantes tardan tres días. Hacen el camino a pie, dando grandes rodeos y resguardándose siempre en zonas boscosas. A pesar de su sigilo, la mayor parte de las veces son descubiertos por la policía, que los golpea y los devuelve a Argelia.
Los que logran llegar a Oujda y quieren entrar en Europa a través de Ceuta suelen dirigirse a Tánger en autobús. Una vez allí, si tienen dinero, pagan para subirse a una zódiac y alcanzar una playa ceutí. Si no lo tienen, se refugian en los bosques cercanos a la valla que cierra su camino e intentan saltarla. Unos y otros procuran llegar a un edificio situado a las afueras de Ceuta y encaramado en la ladera de un monte poblado de árboles: el CETI.
Este organismo del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social alberga a los migrantes que han entrado en la ciudad autónoma de forma irregular hasta que se resuelva su situación administrativa. Algunos logran que se aprueben sus peticiones de asilo, otros son devueltos a sus países y otros son trasladados a la Península e ingresados en centros de internamiento de extranjeros (CIE) o en instituciones de acogida.
El régimen del CETI es abierto: los migrantes pueden entrar y salir de él entre las 7.00 y las 23.30. El trasiego en la puerta es constante. De controlarlo —y de mantener el orden en las instalaciones— se encargan 39 empleados de una empresa de seguridad. Además, 21 personas se ocupan de la cocina, 11 de la enfermería, 10 de la mediación social, hay 2 traductoras… A mediados de septiembre estaban alojadas allí 985 personas de 20 países; de ellas, 70 eran mujeres y 12 eran menores.
Las historias de los internos entrevistados reflejan un anhelo capaz de resistir las mayores adversidades. Diallo Abdourazak, un joven de 20 años que dice haber llegado de Costa de Marfil, relata: “Salí en coche de Adiame, la ciudad donde vivía, el 6 de diciembre de 2016 y tardé un año en llegar a Argelia. Dormí en el desierto, en la calle y en el bosque”. Mamadou Diallo, de 18 años y que dice proceder de Sierra Leona, cuenta: “Íbamos en tres camiones, cada uno con 50 personas. Viajábamos día y noche. Solo parábamos para hacer nuestras necesidades. Los tuaregs nos asaltaron varias veces…”. Junior Cámara, que afirma haber salido de Guinea-Conakry y tener 18 años, llora al recordar su vida en Tánger: “Dormíamos en chabolas de plástico y cartón. Nos levantábamos a las siete de la mañana para ir a pedir limosna”. ¿Qué expectativas tienen estos muchachos? Mohamed Honda (de 18 años), de Níger, señala la más común: “Vivir en Barcelona y jugar al fútbol”.
Sudán Madi: “Me salvó un guardia civil”
Origen: Comoras. 20 años
Nací en Bambao Mkogi, muy cerca de Moroni, la capital de mi país. Mi madre quería que estudiara, pero éramos pobres, así que dejé el colegio. Al poco tiempo me casé. Mi marido era mecánico y peluquero. Unos meses después emigró y me quedé en casa de mi suegra. Aunque era inválida, vendía comida y gorros en el mercado. Me dio el dinero que tenía ahorrado para que comprara un billete de avión a Senegal y fuera a reunirme con su hijo. Salí el 4 de octubre de 2017.
En Dakar estuve tres semanas en casa de un estudiante de mi país. Mi marido, que estaba en Marruecos, me animaba por teléfono y me decía que íbamos a vivir juntos en Fez.
Unos pasadores con los que él contactó me llevaron en un camión con decenas de guineanos y senegaleses a través de Mauritania y Argelia hasta la ciudad marroquí de Oujda. Allí fueron a buscarme unos amigos de mi marido, que me trasladaron en tren a Fez. Me puse muy contenta al verlo: hacía un año que se había marchado.
Durante seis meses vivimos en una casa con otras personas de Comoras. Él trabajaba en una peluquería y yo me quedaba en la casa. Un día alguien le habló de Ceuta y me dijo que nos marchábamos. Quería que fuésemos a Francia. Viajamos en tren a Tánger y de allí a Castillejos, ciudad marroquí vecina a Ceuta. Estuvimos escondidos entre unos arbustos junto a la costa desde las diez de la noche. A las cinco de la madrugada, unos árabes vinieron a buscarnos y nos metieron en una zódiac. Había muchas olas y, cuando ya estábamos llegando, la barca volcó y me golpeó en la cabeza. No sé cómo llegué a la orilla. Me han dicho que un guardia civil me rescató. De eso hace cinco meses.
Hace dos semanas mi marido fue trasladado a la Península. Ya está en Francia. Por teléfono me dice que la vida es así y que lo vamos a superar.
Ddam Hassan: “Caminé 630 kilómetros por el desierto”
Origen: Chad. 19 años
Mi padre tenía varias casas en Yamena, pero cuando murió nos quedamos sin nada y me fui a vivir con mis abuelos. Dejé el colegio y monté un puesto en el mercado para vender teléfonos móviles. Pero el negocio no iba bien. Entonces pensé en emigrar. Tenía dinero ahorrado: unos 500 euros.
Salí de Yamena el 21 de abril de 2017. Iba en un camión con otras 14 personas. En la frontera de Níger, la policía nos pidió los papeles. Yo les di mi móvil. Por eso me dejaron pasar. El dinero no lo encontraron porque lo llevaba escondido en el calzoncillo. Me sirvió para pagar el transporte hasta Tamanrasset, al sur de Argelia. Nadie quería llevarme en coche más al norte, porque la policía multa a los conductores que transportan a negros.
Decidí ir andando. Recorrí 630 kilómetros de desierto en 20 días, hasta que un camionero se compadeció al ver mis pies destrozados. Siguiendo la ruta hacia el norte, llegué a Maghnia. Me quedé allí medio año. Intenté cruzar la frontera con Marruecos siete veces, pero la policía siempre me descubría, me daba una paliza y me devolvía a Argelia. El 2 de octubre logré pasar.
Cogí un autobús hasta Rabat, y allí viví en la calle hasta que Cáritas me alojó en una casa con otra gente. Estuve seis meses. Entonces me fui e intenté entrar en Melilla en tres ocasiones, sin éxito. Luego traté de saltar la valla de Ceuta. No lo logré. Fui entonces a Tánger, para pasar a España en una zódiac. Tampoco tuve suerte: la policía siempre me detenía y en cada ocasión me mandaba al sur del país. El 26 de julio, cansado y sin dinero, volví al bosque de Ben Younes. Esa misma noche se produjo el ataque a la valla y conseguí entrar en Ceuta. Ahora quiero ir a Barcelona para jugar al fútbol.
Abdulaziz Miah: “He venido a salvar mi vida”
Origen: Bangladés. 40 años
Soy de Faridpur, una ciudad cercana a la capital de Bangladés. Emigré hace cuatro años, tras morir mi padre. Necesitaba dinero para mantener a mi madre y a mi hermana. Me dijeron que en Sudáfrica había trabajo y fui allí. Conseguí empleo en un ultramarinos. Tres años después, se me paralizaron el brazo y la pierna derechos tras un infarto. Un doctor blanco me dijo que en Francia había buenos médicos. Por eso estoy aquí: he venido a salvar mi vida.
El viaje desde Sudáfrica lo organizó mi madre. Pidió dinero y me lo envió para que comprara los billetes de avión. Volé a Dubái y desde allí a Argelia. En el aeropuerto me esperaban dos hombres con los que ella había contactado. Estuve un mes en un piso con gente de otros países. No sé en qué ciudad. Luego me acompañaron para cruzar la frontera marroquí, me subieron a un autobús y me llevaron a Rabat. Allí viví encerrado en una habitación con otras ocho personas durante dos meses. Me daban las medicinas que me había recetado el doctor sudafricano.
Un día me llevaron a Tánger en autobús. Me dijeron que me iban a pasar a Ceuta en una zódiac, pero yo les contesté que no sabía nadar y que no podía mover los brazos. Entonces contrataron un barco pesquero que me trajo hasta la playa de Ceuta. Desembarqué a primera hora de la mañana y vine andando hasta el CETI. Eso fue hace cuatro meses.
Aquí estoy contento porque me tratan los médicos y me dan medicación. Cuando salga de Ceuta no sé adónde iré. Estoy muy mal. Solo quiero un doctor que me salve la vida.
Kossi Atchene: “Viví siete meses pidiendo en la calle en Casablanca”
Origen: Togo. 28 años
Vivía en Tomegbé, cerca de la frontera de Togo con Ghana, y estaba implicado en política. El 18 de agosto de 2017 participé en una manifestación y la policía me pegó mucho. Aquel mismo día decidí irme a Europa. Dejé atrás a mis padres y a cinco hermanos.
Viajé en coche hasta Abiyán. Tenía 400 euros para pagar el transporte, Empleé cuatro meses para llegar a Argelia en camiones. En Malí, los tuaregs nos asaltaron y nos quitaron todo lo que llevábamos. Cuando llegamos a Argel, conseguí trabajo de albañil. Por la noche dormía en la obra. Un día, leyendo un periódico, supe de la existencia de Ceuta y de lo que había que hacer para entrar en la ciudad.
Fui a Tánger con la esperanza de pasar a Ceuta en una zódiac, pero la policía me acosaba y tuve que marcharme a Casablanca. Allí viví siete meses pidiendo en la calle y dormí en la estación de autobuses. A veces, las madres marroquíes me daban comida que les sobraba. Estaba solo. No conocía a nadie.
Un día decidí cambiar mi suerte. Tomé un autobús hasta Castillejos. Desde la estación me fui directamente al bosque. Tuve suerte. En aquel momento, cientos de personas salían para saltar la valla. [Era el 26 de julio]. Me corté con las cuchillas. [Muestra una cicatriz en el dorso de la mano derecha]. Cuando llegué al otro lado, todo el mundo corría, y yo corrí con los demás. Así llegué al CETI.
Silla Diawara: “Viví más de dos años en el bosque”
Origen: Malí. 18 años
En 2012 me fui de Malí huyendo de la guerra civil. Ese fue el único motivo. Mi padre había muerto y a mi madre le habían pegado un tiro en la espalda y la habían dejado paralítica. Un hermano mayor había logrado entrar en Ceuta y me animó a reunirme con él.
Fui hasta Argel en un camión con 90 personas: 89 hombres y una mujer. Allí trabajé de pintor durante dos meses. Luego crucé a Marruecos y llegué a Tánger. Estuve más de dos años viviendo en los bosques. Personas de muchos países montamos allí un campamento con tiendas de campaña que compramos en el Decathlon de la ciudad. Por el día ganaba algo de dinero ayudando a la gente con las maletas en las estaciones de tren y de autobús. Comía sardinas en conserva y un poco de pan. Por la noche, en el bosque, cocinábamos espaguetis.
Algunos de mis compañeros lograron saltar la valla de Ceuta. Yo nunca lo intenté, por miedo a las cuchillas. En el campamento vi a un hombre herido con ellas y eso me quitó el valor. Decidí cruzar en una zódiac, pero nos detuvo la policía.
Cuando me soltaron, viajé a Rabat, invitado por un amigo. Estuve tres semanas en el bosque que hay cerca de la ciudad. Entonces volví a Tánger.
No sé cuánto tiempo estuve allí esa vez. Mucho. En 2017 compramos otra zódiac y la policía nos volvió a detener.
Dejé el bosque y me fui al pueblo de Belyounech, que está muy cerca de Ceuta. Un grupo de 30 personas contratamos una zódiac con motor. Con nosotros iban dos mujeres y una niña de tres o cuatro años. Salimos de noche y el viaje duró dos horas. Durante todo ese tiempo tuve miedo de que la barca volcara, pero logramos desembarcar en una playa de Ceuta. Eso fue en abril.
Quiero ir a Francia, a trabajar como monitor deportivo de menores.
Rebeca Fontcha: “No sabía qué era Europa”
Origen: Camerún. 25 años
Cuando decidí irme de Duala, capital de Camerún, estaba embarazada y no sabía qué era Europa. Fue el 12 de septiembre de 2017. No les dije nada a mis padres. Me fui al norte de Nigeria. Estuve allí un mes, viviendo con otros cameruneses. Un día, varios dijeron que se iban a Europa y yo me apunté.
Fuimos hasta la frontera de Níger en una furgoneta, pero no podíamos cruzar con ella, así que contratamos a unas personas que se dedican a pasar a los extranjeros en moto. En mi moto íbamos tres: el motorista, otro hombre y yo. Luego pagamos al conductor de una pick-up, con la que recorrimos el desierto de Níger en cinco días.
Éramos cinco mujeres y ocho hombres. Seguimos en un camión hacia Argelia. Desde Orán llamé a mi padre para pedirle dinero. Estaba muy enfadado. Me dijo: “¿A ti qué te ha pasado en la cabeza?”. Pero me lo envió. Seguimos a Maghnia. Cruzamos la frontera de Marruecos a la primera. Para llegar a Oujda tuvimos que caminar tres días. No tenía molestias por el embarazo. Yo soy fuerte.
En Oujda tomé un autobús hasta Tánger. Allí había mucha gente que quería pasar a Ceuta en zódiac. Participé en ocho intentos de entrada, pero las ocho veces nos cogió la policía. Nos llevaban a la cárcel, pero a las mujeres nos soltaban enseguida.
La novena vez estaba embarazada de seis meses. La policía nos descubrió y azuzó los perros contra nosotros, pero nos metimos en el agua y les lanzamos piedras.
Pagué 50 euros por el viaje. Remaba y achicaba agua, por eso me cobraron menos. Tardamos tres horas en llegar a Ceuta. Fue el 29 de diciembre de 2017. Mi hijo nació el 31 de marzo. Se llama David Lorenzo. David, porque el salmo 23 de la Biblia dice que Dios lo protege. Y Lorenzo por mi hermano Laurent: cuando era pequeño le llamábamos Lorenzo.
En Europa me gustaría trabajar en control de calidad en la agricultura. Es lo que estudié en Camerún.
Amadou Sané: “Me quedé sin dinero a base de pagar sobornos a los militares de Malí”
Origen: Guinea-Bisáu. 27 años
Hace tres años me marché de mi país porque mi familia no podía pagarme el colegio. Antes de eso fui desde mi pueblo, Gabú, a la capital. Mi idea era trabajar y destinar a los estudios el dinero que ganara. Pero fue imposible. Durante dos años trabajé como marinero. Al cabo de ese tiempo ya no tenía dinero ni para lograr que los patrones me incluyeran en las listas de embarque. Yo no pensaba en ir a Europa; cuando rezaba le pedía a Dios que me diera un destino.
Lo pasé muy mal durante todo el viaje. En Malí me quedé sin dinero a base de pagar sobornos a los militares de los controles de carretera. Viajaba en un camión con otras muchas personas, pero ninguna me echó una mano. Como no tenía dinero, no me daban comida. En las paradas me sentaba solo, procurando no mirarlos.
En Argelia me robaron dos veces. La primera, cuando acababa de comprar un teléfono para llamar a mi familia. La segunda, cuando mi patrón me acababa de pagar dos meses de trabajo: me pusieron un cuchillo en el cuello.
En Argelia viví en Tamanrasset, en In Salah, en Orán y en Maghnia. En Maghnia vivía en una chabola con otro de Guinea-Bisáu. Crucé la frontera de Marruecos a pie con otras 60 personas. Todas fueron capturadas, excepto mi amigo y yo. Cuando la policía marroquí atacó, todo el mundo echó a correr de un lado a otro, pero yo le dije a mi amigo: “Tranquilo”. Y nos quedamos quietos en el sitio del bosque donde estábamos. Así logramos pasar.
En Oujda tomamos un autobús hasta Casablanca. Allí limpié las calles durante 20 días para reunir dinero, y me fui con otros amigos a Tánger para comprar una zódiac. Nos capturaron tres veces, las tres en el mar.
Como me quedé sin dinero, volví a Casablanca. Allí un amigo me dio 42 euros para que fuera al bosque de Ceuta. Estuve casi dos meses. En ese tiempo intenté saltar la valla cinco veces y a la quinta entré. Dos veces me pegaron los militares marroquíes antes de saltar la primera valla. Otras dos veces, la Guardia Civil me cogió entre las dos vallas. El 8 de julio saltamos cinco, pero solo un amigo de Guinea-Conakri y yo conseguimos pasar.
Farikou Allasane: “Me enamoré de una cristiana”
Origen: Benín. 22 años.
Yo estudiaba secundaria en Bougou y estaba enamorado de una chica. El problema es que ella era cristiana y yo musulmán. Ni su familia ni la mía aprobaban que nos casáramos. Entonces me convertí en cristiano. Cuando mi padre se enteró, empezaron los problemas. Entonces decidí irme. Mi novia no estaba de acuerdo con que lo hiciera. Se enfadó, y todavía hoy me regaña por Messenger.
Yo quería venir a España. Era el país de mis sueños, por el fútbol. No recuerdo el día exacto que salí de Bougou. Fue hace año y medio. Iba en un coche con otras ocho personas. Fuimos a Malanville, que está en la frontera de Benín con Nigeria. Desde allí seguimos andando, en moto taxi y en autobús hasta Tamanrasset. Durante tres meses estuve haciendo puertas en una empresa de construcción de unos chinos. Los chinos tienen muchas empresas en Argelia. Cuando reuní suficiente dinero emprendí viaje. Me detuvieron dos veces por no tener papeles: una en Tébessa y otra en Argel. Llegué a Maghnia y crucé la frontera marroquí.
Fui a Nador [la ciudad marroquí fronteriza con Melilla] y estuve cinco días escondido en el monte Gurugú, pero no traté de saltar la valla. No veía cómo hacerlo. Me fui a Rabat y desde allí a Castillejos. Estuve un mes en el bosque. En ese tiempo intenté saltar la valla en tres ocasiones, siempre solo. La primera vez me hice heridas con la alambrada y tuve que renunciar. La segunda vez me cogió la policía marroquí. La tercera vez lo conseguí. Entré en Ceuta a las cuatro de la madrugada del 8 de julio y corrí hasta que llegué al CETI. Al día siguiente llamé a mi novia. Le dije que cuando estuviera en la Península la traería a España. Se puso muy contenta. También hablé con mi madre. Con mi padre no he vuelto a hablar.
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