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Tintín viajó a la Luna 20 años antes que el ‘Apollo 11’

Ilustración de Georges Remi, Hergé, para el álbum Aterrizaje en la Luna, de 1952.
Ilustración de Georges Remi, Hergé, para el álbum Aterrizaje en la Luna, de 1952.

Tintín protagonizó en la ficción la primera llegada a la Luna a bordo del cohete X-FLR6. Fue en las páginas de Objetivo: la Luna y Aterrizaje en la Luna, casi 20 años antes de la hazaña del Apollo 11 en 1969. Una exposición rescata aquella premonición de Georges Remi, más conocido como Hergé

En el siglo XX produjo una serie de iconos gráficos universalmente reconocibles: la botella de Coca-Cola, el paquete de cigarrillos Lucky Strike, la boca con la lengua fuera de los Rolling Stones, el lema de I Love New York con el corazón rojo y las letras negras, el huevo frito de Miró para la campaña turística española y… el cohete rojo y blanco, el X-FLR6, con el que Tintín viajó hasta la Luna, casi dos décadas antes de que la realidad, con el Apollo 11, alcanzase al héroe de los pantalones de golf creado por Hergé. Objetivo: la Luna y Aterrizaje en la Luna se publicaron por entregas entre el 30 de marzo de 1950 y el 30 de diciembre de 1953 y rápidamente se convirtieron en algo más que tebeos.

Desde el 17 de diciembre, con motivo del 50º aniversario de la llegada del hombre al satélite terrestre, el 21 de julio de 1969, CosmoCaixa dedica en Barcelona una exposición a la hazaña del personaje de Hergé titulada Tintín y la Luna. 50 años de la primera misión tripulada. “La fuerza del álbum consiste en que no se trata de un relato de ciencia-ficción”, explica Dominique Maricq, uno de los grandes tintinólogos, autor de libros como Hergé por él mismo e investigador desde hace 25 años de Studios Hergé, la fundación que se ocupa de conservar y difundir la obra del autor belga. “Su opción fue desde el principio dibujar una aventura seria, de divulgación científica, eso sí, con el humor típico de sus álbumes y con una intriga de espionaje”, prosigue el experto.

El genio de Hergé reposa sobre todo en la combinación entre realismo y fantasía. El padre de Tintín era un obseso de la documentación

El éxito de los dos tebeos, el decimosexto y el decimoséptimo de la serie, de 62 páginas cada uno, se basa precisamente en eso: dentro de la fantasía, Hergé (1907-1983) trató de ser realista y convincente. No aparecen marcianos, ni rayos láser, ni civilizaciones ocultas en la cara oscura de la Luna, ni otros elementos que proliferaban en la ciencia-ficción aquellos años de descubrimientos y de incipiente carrera espacial, sino que utilizó todos los datos que tenía a mano para tratar de construir una historia verosímil —de hecho, acertó en cosas entonces ignoradas, como la existencia de hielo en el satélite—. Aunque no es el tebeo de Tintín más influido por la Guerra Fría —es justamente el siguiente, El asunto Tornasol, otra de las obras maestras de Hergé—, sí que está muy marcado por el momento en el que fue concebido, en plena pugna de bloques: el intento de alcanzar el espacio se concibe como una hazaña política tanto como un logro científico, y sobre el relato flotan el espionaje, la seguridad y el secretismo.

“Buscó fuentes muy buenas, se documentó sobre experimentos científicos, sobre todo en Estados Unidos”, señala Maricq. “Hergé siempre fue muy sensible a la actualidad, era algo que le interesaba mucho. En 1949 se había lanzado un cohete desde una base estadounidense y al final de la Segunda Guerra Mundial se arrojaron los cohetes V2 nazis. También conoció a ingenieros y hasta a un responsable de investigación atómica en Bélgica, que le dio pistas, a medio camino entre la utopía y la ciencia. Se documentó sobre aspectos muy técnicos sobre el átomo, las máquinas, la energía nuclear. Supo rodearse muy bien para hacer algo creíble”.

El célebre cohete X-FLR6, concebido por su ayudante Bob de Moor.
El célebre cohete X-FLR6, concebido por su ayudante Bob de Moor.Hergé-Moulinsart 2018

Es uno de los álbumes donde la obsesión por los detalles de Hergé es más evidente; por ejemplo, en los dibujos de la superficie lunar o del espacio. Introduce el asteroide Adonis, que no fue descubierto hasta 1936, y el cohete es propulsado por energía atómica, que era entonces un campo en pleno desarrollo. Este realismo, eso sí, se produce paradójicamente dentro de la suspensión de la realidad que caracteriza la serie, no solo porque transcurra en un país inventado, Syldavia, sino porque acaban viajando a la Luna los astronautas más inverosímiles que se puedan concebir. Aparte del ingeniero Frank Wolff y de un polizón, los viajeros espaciales son Tintín, su perro Milú, el capitán Haddock, el profesor Tornasol y los desastrosos detectives Hernández y ­Fernández, que se cuelan por error en la nave, pero para los que también tienen a mano los famosos trajes espaciales naranja que les permiten pasear (con sus bastones) por la Luna. Pero el genio de Hergé reposa precisamente en esa combinación imposible, que sin embargo funciona perfectamente, entre el realismo —­era un obseso de la documentación, consultaba todo tipo de publicaciones para sus esbozos, y un dibujante de una extraordinaria precisión— y la fantasía.

Curiosamente, los diseños, sobre todo el del cohete, han envejecido muy poco durante este periodo, pero una parte del humor aparece hoy como totalmente incorrecto, porque se basa en las tremendas borracheras que se agarra el capitán Haddock, mientras suelta sus maravillosos improperios —“cataplasma, ectoplasma, iconoclasta, astronauta de agua dulce”—, que ponen en peligro su propia vida y la de los demás. La obsesión del capitán es llevarse whisky a la misión lunar, pese a que se lo habían prohibido explícitamente, algo que consigue escondiendo el alcohol dentro de un libro. De hecho, cuando en 1962 se adaptó en dibujos animados, los autores instauraron la ley seca para Haddock y reemplazaron el whisky por café, y el motivo de su salida al espacio ya no fue una borrachera, sino su habitual torpeza. Sin embargo, el tebeo provocó un pequeño escándalo por otros motivos: la Iglesia católica belga protestó por un detalle —el suicidio del ingeniero Wolff para salvar a sus compañeros ante la falta de oxígeno en el regreso—. En la versión que finalmente se publicó en forma de álbum, Hergé accedió a cambiar el tono y la letra de la carta de suicidio para que no pareciese que se quitaba la vida, sino que se sacrificaba por todos lanzándose a una misión con pocas esperanzas de sobrevivir.

Viñeta de Aterrizaje en la Luna, obra clave de Hergé.
Viñeta de Aterrizaje en la Luna, obra clave de Hergé.Hergé-Moulinsart 2018

“Gráficamente representa una depuración de todo lo que significa Tintín”, explica el autor de cómics Paco Roca, que acaba de publicar El tesoro del cisne negro (Astiberri), un tebeo de corte tintinesco y que, como Hergé, ha cultivado la línea clara como estilo. “Todos sus tebeos, pero en especial los de la Luna, resumen lo que significaba el cómic en ese momento: transportarnos a lugares a los que la humanidad no había llegado, y que solo se podían alcanzar a través de los dibujos y del cine. Además, Hergé se tomaba el cómic muy en serio, aunque en principio se dirigía a todos los públicos, en particular a los niños, no dejaba nada al azar”, prosigue Roca. Este tebeo, sin embargo, se encuentra entre los más oscuros de la serie, sobre todo la segunda parte, y tal vez precisamente por eso sea uno de los que más permanecen en la memoria de los adultos.

La obra de Hergé por la que más se ha pagado en una subasta es una plancha original del álbum 'Objetivo: la luna'. Se adjudicó en 1,55 millones de euros

El año 1950 es muy importante para el dibujante belga porque es cuando funda su estudio ante la enorme repercusión que alcanza su obra, y se convierte así en una industria del entretenimiento. Cuando la editorial Casterman empezó a publicar hace tres años la Integral Hergé, que pretende recopilar en 12 tomos toda su producción, desde los tintines hasta dibujos desperdigados en todo tipo de revistas, no arrancó cronológicamente, sino con el tomo que cubre el periodo 1950-1958, que concentra muchas de sus obras maestras. No es una casualidad tampoco que el dibujo de Hergé que ha alcanzado un precio más elevado en una subasta sea una plancha original de Objetivo: la Luna en tinta china por la que se pagaron 1,55 millones de euros.

Pruebas en blanco y negro y en color de distintas páginas del álbum Aterrizaje en la Luna. Todas ellas forman parte de la exposición Tintín y la Luna. 50 años de la primera misión tripulada, que acogerá CosmoCaixa Barcelona.
Pruebas en blanco y negro y en color de distintas páginas del álbum Aterrizaje en la Luna. Todas ellas forman parte de la exposición Tintín y la Luna. 50 años de la primera misión tripulada, que acogerá CosmoCaixa Barcelona.© Hergé-Moulinsart 2018

Como en muchos de los tebeos de Hergé, su viaje a la Luna fue un trabajo de equipo. En este caso, colaboró con Bernard Heuvelmans y Jacques Van Melkebeke en la historia que fue perfilando y profundizando según se iba publicando en la revista Tintín. Los álbumes que aparecieron posteriormente, en 1954, también presentan cambios con respecto a la historia difundida por entregas. Cuando comenzó la serie, muchos detalles técnicos se le escapaban y el equipo fue solucionándolos sobre la marcha, pero tuvo la suerte de que justo en 1950 apareciese un ensayo científico de Alexandre Ananoff titulado Astronáutica. De hecho, le rindió un homenaje explícito, ya que el libro aparece en una de las portadas de la revista, sobre la mesa del estudio del profesor Tornasol. Pero, por encima de todos los demás, un dibujante tuvo un papel especialmente importante: se trata de Bob de Moor, que, entre otras cosas, fue quien concibió el icónico cohete y se ocupó de la superficie lunar. “El genio de gran narrador de Hergé se refleja en que algunos objetos acaban por ser tan importantes como los propios personajes. Es sin duda el caso del cohete o del ídolo Arumbaya de La oreja rota”, explica Maricq. Hoy se recuerdan las palabras que pronunció Neil Armstrong al pisar el satélite —“un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”— por encima de las de Tintín –“ya está, he dado unos pasos, por primera vez en la historia de la humanidad, hemos caminado sobre la Luna”—, pero sin duda el rojo y blanco del X-FLR6 ha ganado la batalla al Apollo 11 en la imaginación planetaria. 

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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