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Sunny’s Bar, los mil sonidos de Brooklyn

Ambiente nocturno en el Sunny’s Bar de Brooklyn durante una de sus ya legendarias sesiones de bluegrass de los sábados.
Ambiente nocturno en el Sunny’s Bar de Brooklyn durante una de sus ya legendarias sesiones de bluegrass de los sábados.Pascal Perich

Frente a especuladores, gánsteres y huracanes, esta institución de la música en vivo sigue en pie. Desde 1850…

UNO DE LOS lugares más especiales para escuchar música en Nueva York es el Sunny’s Bar, ubicado en una calle solitaria del antiguo barrio portuario de Red Hook, en Brooklyn. Fundado en 1850, el local ha sido regentado por cuatro generaciones de la misma familia y ha tenido una vida azarosa y fascinante. A lo largo de los años ha sobrevivido al impacto de los huracanes, el asedio de los especuladores, las disputas de los gánsteres, la codicia de los herederos, las amenazas municipales e incluso la muerte, hace dos años, del personaje que dio su nombre actual al lugar. Llevado por su viuda, la noruega Tone Johansen, el local parece tener más vitalidad que nunca.

Son tres las actividades que hacen que el Sunny’s sea inolvidable. Los miércoles se celebran las sesiones de western swing conocidas como los Round-Ups de Smokey. Smokey ha tocado profesionalmente con Neil Diamond, Mick Jagger, Jeff Beck, Sam Cooke, Johnny Cash, Norah Jones y Tom Waits, pero para él no hay nada comparable a estas actuaciones improvisadas durante las cuales está pendiente de lo que ocurre en la pista de baile. Ahí actúa el otro gran protagonista de la noche, su amigo Blaise, un bailarín afroamericano elegantemente vestido, cuya destreza es tal que la cola de mujeres que aguardan turno para bailar con él dura toda la noche.

Sunny, Smokey y Blaise coinciden en su afán por borrar su apellido. Es una forma de dar a entender que para ellos la música es un espacio en el que la individualidad no importa. El fenómeno se acentúa en las jam sessions de los fines de semana. En las de los domingos por la tarde, que se celebran en el patio trasero del local, el detalle más llamativo es que algunos de los músicos acuden con sus hijos pequeños, que traen instrumentos hechos a su medida.

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Sin duda, la verdadera seña de identidad del Sunny’s son las sesiones de bluegrass que tienen lugar los sábados por la noche. Los músicos vienen de todas partes, algunos de muy lejos. Entre ellos hay profesionales, aunque prefieren ocultarlo. La mayoría ejercen otros oficios. No se conocen entre sí, y apenas se saludan ni hablan. Es la música lo que los une. Stan, que ronda los 60 años, toca el acordeón y la guitarra. Steve es ingeniero y viene desde el Bronx dos veces a la semana. Toca el contrabajo. Amanda se gana la vida como cantante de folk. Es sureña, pero vive en Edimburgo, de donde acaba de llegar. John, que toca la guitarra acústica, es programador. Es neoyorquino. Spencer, que es de North Carolina, toca el banjo. Es periodista. La sesión se inicia religiosamente a las nueve de la noche y concluye con la misma puntualidad a la una de la madrugada.

Ron, cliente del Sunny’s desde hace décadas, conoce los títulos de todas las canciones y las va diciendo: White Freightliner, Ride Me Down Easy, de Bobby Bare; Stay All Night, Stay A Little Longer, de Willie Nelson. “Muchos de los que a lo largo de los años han pasado por aquí”, dice de repente, “han muerto. Un día su lugar deja de ocuparse y todos sabemos por qué es”. Uno de los músicos ataca los primeros compases de un tema y el resto se suma como por ensalmo. “T.B. Blues, de Jimmie Rodgers”, anuncia Ron, y ­remata su taza de sidra caliente mezclada con whisky.

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