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Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

Johnny Cash: la gran novela americana

Un nuevo disco de homenaje al 'hombre de negro' recuerda que nadie como él en su vejez narró ni cantó mejor la aspiración humana de la gran epopeya de América

Fernando Navarro

Dijo una vez el escritor Manuel Vilas que “la gran novela americana podía estar en Bob Dylan o Lou Reed”. Vilas, gran admirador de ambos, aunque más obsesionado con la figura de Lou Reed, al que le dedicó su libro Lou Reed era español, hacía este comentario a propósito del Nobel de Literatura a Dylan. Fue el pasado marzo cuando comí con Vilas y, acompañados de más amigos, pudimos charlar animosamente sobre literatura y música. Sobre esta reflexión del escritor, salió también el nombre de Johnny Cash en la mesa, presidida por una exquisita fabada asturiana. El hombre de negro visto como el gran narrador de América, ese concepto, esa realidad esperanzadora y agrietada, esa vasta nación formada por 50 naciones distintas, pero unidas por los surcos de su historia, de su sueño, de su necesidad y urgencia, de sus dispares comunidades de inmigrantes venidos de todas partes del mundo.

Vilas, que vive a caballo entre Iowa y Madrid, sabe de lo que habla. El autor de Ordesa, uno de los grandes libros del año con esa literatura poéticamente confesional en primera persona, comentaba cómo los creadores estadounidenses fueron casi pioneros en colisionar con la realidad y alterarla, expandiendo la literatura más allá de la página y desde la libertad de otras artes. En este sentido, Dylan es el gran literato norteamericano desde su visión tan poética como cruda de Norteamérica, a la que en un juego incansable de medio siglo ha perseguido -o le ha perseguido- como una ballena blanca. Es esa América –tal y como lo llaman los estadounidenses- que forma parte de una idea, de un anhelo, y que, como dice Ismael en Moby Dick al referirse a su lugar de procedencia, “no está en ningún mapa”. Porque “los verdaderos lugares nunca lo están”.

Ese no-lugar planea sobre la más inspiradora y fascinante literatura norteamericana, obras que van desde La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne de mediados del siglo XIX hasta las más actuales de Jonathan Franzen o Cormac McCarthy, pasando por clásicos como Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, Las uvas de la ira de John Steinbeck, Llámalo sueño de Henry Roth, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, En la carretera de Jack Kerouac o Ragtime de E. L. Doctorow. El cine (John Ford), la pintura (Edward Hopper),la fotografía (Dorothea Lange) y el teatro (Tennessee Williams) también han ahondado en la grandeza y en la basura de ese no-lugar. En la música se cuentan por decenas los creadores que lo han hecho, desde Elvis Presley, Tom Waits y Bruce Springsteen hasta más de nuestros días como Wilco, The War on Drugs y Father John Misty. Pero nadie simboliza mejor esa aspiración humana de la gran epopeya americana como Johnny Cash. Su vida y obra son esencia misma de América, como bien se encargan de recordar muchos músicos. De hecho, el disco The Music: Forever Words, recién editado, lo recuerda. Un álbum que se compone de escritos encontrados cuando murió, sus estudios sobre pasajes de la Biblia o cartas que nadie había visto y que antes fue parte recogido en el libro Eternas palabras. Los poemas inéditos (Sexto Pisto). Las canciones están cantadas por Rosanne Cash –su hija-, Alison Krauss, Chris Cornell, Willie Nelson, Elvis Costello, John Mellencamp o T Bone Burnett. Un más que interesante y emotivo homenaje que me ha hecho volver a Cash.

Nacido en Arkansas, en plena Depresión, el primer hogar de Cash fue una cabaña mísera, regalo del programa de ayudas federales New Deal, que compartía con sus padres y seis hermanos. Entre el algodón y la música, trabajó en un taller de coches en Michigan, fue interceptor de mensajes cifrados en las Fuerzas Aéreas durante la Alemania de la postguerra y vendedor a domicilio en Memphis. Se crio con el góspel de la iglesia y los programas de radio sobre blues y country, que alimentaron la imaginería de la generación que inventó el rock and roll, de la que forma parte como pionero de los cincuenta.

Su autobiografía, donde narra vivencias y despliega un rosario de pensamientos sobre sí mismo y su país, es un valioso documento para explicar la profundidad moral e intelectual de Cash. Leyendo sus páginas, como otras biografías sobre él, se conoce al hombre de valores, pero también lleno de contradicciones, como sus tormentos por las drogas, el alcohol, el fracaso o la culpa –desde niño le persiguió la muerte de su hermano-. Cash era un hombre apegado espiritualmente a América. Como recoge en uno de los pasajes de su autobiografía para hablar del country, el género musical del que se convirtió junto con Willie Nelson en su mayor embajador mundial: “La vida en el campo como yo la conocía es posible que sea algo del pasado y cuando los músicos actuales, intérpretes y fans por igual, hablan de ser country, eso no significa que sepan qué es o se preocupen por la tierra y la vida que esta sostiene y regula. Hablan más de opciones: un modo de vestir, un colectivo al que pertenecer, un tipo de música a la que llamar suya. Lo que suscita una pregunta: ¿hay algo detrás de los símbolos del country moderno, o son esos mismos símbolos toda la historia? ¿Son los sombreros, las furgonetas y las poses de honky-tonk todo lo que queda de una cultura que se desintegra? En aquella Arkansas, un modo de vida producía un cierto tipo de música".

Un modo de vida, un tipo de música, y una forma de contarlo. Ese no-lugar llamado América nunca ha sido cantado cómo lo cantó Cash. Como decía Louis Armstrong, “hay que amar para poder cantar”. Y Cash amaba como pocos América, la idea, pero también la tierra. Ese entorno, visto de mil formas distintas a través del cine, la televisión y la fotografía. Las canciones de la primera época de Cash, con ese innovador boom-chicka-boom, recreado con dos guitarras y un contrabajo, eran como un tren de mercancías atravesando el paisaje estadounidense. Pero, si Cash se alza con el título de gran narrador de América, es también por sus American Recordings, esa colección discográfica de seis volúmenes, al que sumar el inmenso Unearthed.

Conviene detenerse en este legado inconmensurable. Cash había caído en el ostracismo en los ochenta. De alguna forma, era una leyenda desahuciada tras sus discos para Columbia y Mercury -algunos de esa época como otros anteriores fueron buenas pifias artísticas-. Nada parecía indicar que volvería ni siquiera a ser una sombra de lo que fue. Pero apareció el productor Rick Rubin, destacado por sus trabajos en el mundo del hip hop. Cash fichó por su sello, American Recordings, mientras el productor entendió que había una fuerza innata en el modo íntimo de cantar del hombre de negro. American Recordings, el primer álbum que grabaron juntos en 1994, era como un testamento en vida de un mito mirándose al espejo. Oscuro, melancólico, bello. Con esa gravedad tan personal en el fraseo, se podían notar las arrugas en la voz de Cash. También sus cicatrices. Todo en composiciones de Neil Diamond, Nine Inch Nails, Lennon y McCartney, Nick Cave, Beck, Soundgarden, Danzig, Leonard Cohen, Neil Young o Depeche Mode. Fue la piedra filosofal de la gran narracion americana de Cash.

Desde ese álbum hasta su muerte casi una década después –falleció en 2003-, Cash no paró de meterse en el estudio a grabar canciones. Algunas suyas, otras tradicionales y otras de otros, la mayoría de músicos estadounidenses de todos los géneros y de todas las épocas. Pioneros el country y el folk como Maybelle Carter (su suegra al ser la madre de June Carter de la Carter Family), Jimmie Rodgers, Merle Travis, Billy Joe Shaver, Kris Kristofferson, Hank Williams, Willie Nelson… O nombres clásicos como Roy Orbison, Dolly Parton, Neil Young, Nick Cave, Simon & Garfunkel, Steve Earle… Hasta músicos como Red Hot Chili Peppers, Sting, Will Oldham, Sherly Crown…

Conmueve escucharle con esa voz en primer plano, plena, llenando todos los rincones. Sobrecoge notar el peso de su existencia en temas que suenan como plegarias. Cantándose a sí mismo, frente al espejo de la música, rastrea en el mito roto de América. Eso que Bruce Springsteen dice que aprendió de Bob Dylan: escribe y canta sobre lo concreto para hablar del todo. A través de decenas de canciones, hablando sobre el amor, la familia, la amistad, la soledad o la pérdida, la fábula norteamericana se convierte en historia cotidiana, construida con remiendos y anhelos humanos. Sumergirse en esa fábula que es todo el legado de American Recordings es una aventura que deja tocado. Tiene algo de místico, de espiritual. Cambia tu perspectiva, tu modo de sentir. Es como leer esas grandes novelas que nos enseñan el camino hacia ese lugar único y extraordinario que no está “en ningún mapa”, allí donde se esconde la ballena blanca. Pero basta una canción de toda esa productiva y rica colección para entenderlo. Por ejemplo: If You Could Read My Mind, perteneciente al American V: A Hundred Highways. Una entre muchas. Esta composición del magnífico y desconocido cantante canadiense Gordon Lightfoot abruma en voz de Cash. Ese susurro grave, ese mordisco en las palabras, ese ritmo cansado pero orgulloso, esos simples acordes como gotas de un cielo ensombreciéndose con el encanto invencible de la naturaleza.

Las canciones del American Recordings de Cash se despliegan como fotografías de Robert Adams, donde se suceden los ríos, los álamos, los chopos, los caminos, los tendidos eléctricos, los cementerios o las escuelas abandonadas. Adams, tal vez el fotógrafo que mejor captó el paisaje de esa idea de América, decía que sus fotografías siempre buscaban “el insondable misterio y la apabullante belleza de Estados Unidos”. Esa visión era como la propia visión de Cash en el otoño de su existencia. Su voz era como narrar una novela tan épica como nostálgica de la historia de Estados Unidos. Como escribía Cash en su autobiografía: “Puedo andar descalzo, aunque las plantas de los pies de este viejo de sesenta y cinco años no sean ni la mitad de duras que las de aquel chico de campo de Arkansas. Puedo sentir los ritmos de la tierra, el nacimiento, el florecimiento, el declive y la muerte, en mis huesos. Mis huesos”.

Los ritmos de América, esa quimera, en los huesos de su gran narrador emocional. En los huesos de Johnny Cash.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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