Cuando los Habsburgo tenían los dientes negros
El historiador Ulbe Bosma traza la historia de la humanidad a través del comercio de azúcar. Un relato de guerras, esclavitud y un enorme daño para la salud


Hoy, convulsionados como estamos por guerras que hacen tambalear nuestras fuentes de combustible, es difícil imaginar otra realidad, pero existió: el azúcar era en el siglo XIX lo que ha sido el petróleo en el XX, un elemento tan geoestratégico y clave que marcaba todas las relaciones y podía matar. A lo largo de los siglos, el azúcar ocasionó guerras y degeneró en el secuestro de millones de africanos y su traslado a plantaciones donde morían esclavizados en muy pocos años. Todo por endulzar el té a masas cada vez más ingentes de población y no solo a las élites como anteriormente. Lo ha analizado el historiador holandés Ulbe Bosma en el libro Azúcar (Ariel), que traza una historia de la civilización humana a través de este dulce aditivo que se ha vuelto nocivo, omnipresente, poderoso y fundamental.
“En los siglos XVII y XVIII las potencias coloniales hicieron más por conquistar las colonias azucareras de los demás que por expandir su propia producción”, cuenta Bosma en Madrid. “Españoles, franceses, holandeses y británicos luchaban constantemente y convirtieron el Caribe en una gran zona de guerra. Y las plantaciones llenas de esclavizados eran el trofeo en esos conflictos”.
Ulbe Bosma, doctor en Historia por la Universidad de Leiden y especializado en las fronteras de los productos básicos, prefiere hablar de esclavizados que no de esclavos y así lo hace en esta conversación y en su libro, ya que esta “no es una situación lógica para una persona; ser esclavizado no es una profesión; sino una condición causada por otros”.
Esclavo o esclavizado, lo más dramático es que más de 12 millones de personas fueron secuestradas en África y trasladadas en penosas condiciones en barcos que atravesaron el Atlántico rumbo a América. Las condiciones eran tan extremas y ellos estaban tan reventados que los capataces les vigilaban con un hacha en la mano por si se dormían trabajando. Cuando el molino que ellos alimentaban con caña atrapaba los miembros de los trabajadores, se lo cortaban.

“De los 12,5 millones de esclavizados que fueron secuestrados en África y que cruzaron el Atlántico, dos tercios fueron para las plantaciones de azúcar y allí las condiciones eran mucho peores que en las de tabaco o café. Por ello el azúcar es tan importante en la historia de la esclavitud”, asegura Bosma. Seguimos viendo cifras: entre un 25% y un 30% no sobrevivían al trayecto. Y cuando llegaban, muchos morían en los dos primeros años. La esperanza media de vida allí era de siete u ocho años ya que, además de hambrientos, trabajaban descalzos, con heridas en los pies, infecciones, bajo un calor extremo y una deshidratación inclemente. Durante los tiempos de cosecha, 18 horas al día. “Era un infierno en la tierra”.
Por ello siempre necesitaban nuevos barcos cargados de esclavos que repusieran a los muertos. ¿Fue un holocausto, un genocidio? “Hay autores que lo llaman así, pero yo soy cuidadoso porque Holocausto es una cosa y la esclavitud es otro crimen contra la humanidad. La mayor razón que les movía era el beneficio, no el propósito de matar a cuantos más africanos mejor. No. Era un negocio despiadado en busca de ganancias”.
Su libro recoge los movimientos iniciales para abolir la esclavitud y boicotear el consumo que recuerdan los que luego se hicieron contra Suráfrica por el apartheid o contra el Israel de los colonos. Un abolicionismo contra el azúcar manchado de sangre que también corrió parejo a la alerta sobre los nocivos efectos para la salud. Cuando el azúcar se empezó a extender, primero desde Asia hacia el Mediterráneo y solo tardíamente desde aquí hacia el Atlántico, era un objeto de lujo para castas poderosas. Las esculturas de azúcar eran comunes en bodas y fiestas en países muy diversos. El añadido a las bebidas era un privilegio de reyes. No en vano Isabel I de Inglaterra y todos los emperadores Habsburgo, cuenta, tenían los dientes negros por las grandes cantidades que ingerían. Durante mucho tiempo se le atribuyó un efecto medicinal y solo tardíamente se empezó asociar a las caries, la obesidad y muchas enfermedades.

Bosma se remonta al siglo II, “cuando las ideas del médico y filósofo Galeno viajaron de Europa a China y se hicieron muy influyentes”, asegura. “La salud humana para él se basaba en la balanza entre cuatro conceptos: caliente, frío, húmedo y seco. Y si había desequilibrio, el azúcar podía ayudar a restaurar la balanza. El azúcar además da energía inmediata y se le dio un atributo médico. Solo después de la Segunda Guerra Mundial empezó la resistencia contra las bebidas azucaradas”. Pero antes la humanidad conoció la CocaCola, “una bebida azucarada con algo de coca y cafeína que hacían las farmacéuticas y era considerada bebida medicinal”. Y además las bebidas dulces se consideraban una alternativa saludable al alcohol, causante de tantos problemas. Y en países como México, algo más higiénico que el agua.
Para entonces, el daño ya estaba hecho y el lobby azucarero empezó a ejercer prácticas que luego ha copiado el del tabaco. “En los años cincuenta empezaron las críticas por los riesgos para la salud, pero la industria del azúcar logró influir en la ciencia. Financiaron estudios e investigaciones en Harvard, por ejemplo, para descubrir que la grasa era la culpable de las enfermedades cardiovasculares y no el azúcar, y desviaron la atención del azúcar a la grasa. Solo los nutricionistas del siglo XXI lo han vuelto a abordar”.
Más allá del que cada uno añada a la taza, el azúcar está presente en toda la dieta a partir de la comida manufacturada debido a su poder conservante. Hoy, la producción se ha mecanizado y la comida azucarada “es mucho más barata que las manzanas o los tomates o cualquier producto artesanal. Es uno de los problemas que afrontan los gobiernos. Defender el consumo saludable es una gran idea, pero la comida mala es mucho más barata que la saludable”.
“Algunos gobiernos lo han abordado bien, pero muchos gobiernos no quieren hacerlo. El poder del lobby del azúcar juega un papel muy importante”. Cuenta que las viejas familias azucareras han logrado mantenerse al frente, como la dinastía Rabbethge, con grandes factorías en Alemania, o los hermanos de origen español Fanjul en Florida tras su marcha de Cuba. Y otros, a pesar de los cambios de propiedad, han mantenido el nombre como Tate&Lyle en Inglaterra, que da su denominación a la galería Tate de Londres, o Booker, dinastía que “lavó su imagen con el premio literario tan famoso”. “Son muy buenos en lavado de imagen cultural, en mostrar preocupación por la naturaleza y responsabilidad social. De eso no puedo culparles”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
