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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Centenares de miles de israelíes tendrán que hacer frente a la vergüenza y la culpa

Nadie puede decir que no escucha el sollozo insoportable de varias generaciones de jóvenes y niños palestinos sin esperanza

Sol Gallego
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Se cumplen 10 meses de continuos ataques contra el territorio de Gaza. En ese espacio de tiempo, ha recibido más bombas que la ciudad de Dresde, al final de la II Guerra Mundial. Las autoridades de Gaza afirman que hay más de 40.000 muertos y un número sin determinar de cuerpos todavía enterrados entre los escombros. Pero un artículo publicado en la prestigiosa revista médica británica The Lancet calcula que el número de muertos, directos e indirectos, supera ya, seguramente, los 186.000, es decir, casi las mismas víctimas que sufrió Tokio, la capital del imperio japonés, en los bombardeos de 1945. La Agencia France Press advertía el pasado día 19 que se han detectado polivirus muy dañinos en las aguas residuales de Gaza, capaces de provocar enfermedades mortales. Pero el Gobierno y el Ejército de Israel no permiten, ni mucho menos, la entrada de ayuda médica humanitaria ni consienten que le llegue a la población más que un número mínimo de víveres, para que solo reciba las llamadas “calorías del hambre”. Por supuesto, no admiten la presencia de periodistas internacionales que expliquen qué están haciendo sus tropas y qué están ordenando sus jefes militares y políticos. Esa misma semana, más de 60 medios periodísticos reclamaron al Gobierno de Israel acceso “independiente” a Gaza. ¿Pero por qué dejarles entrar, si está claro lo que van a ver y contar? Crímenes de guerra.

¿Todo esto por qué? Hamás atacó una población israelí el 7 de octubre y mató a más de 1.000 hombres, mujeres y niños que acudían pacíficamente a un festival musical. Violaron a mujeres y se llevaron rehenes. El Gobierno israelí asegura que sus ataques tienen por objetivo recuperar a esos rehenes y destruir a Hamás. Ninguna de las dos cosas las ha conseguido hasta ahora y, según los expertos, ninguna de las dos cosas podrá conseguirlas con estas masacres. Solo la negociación puede devolver a los rehenes con vida, pero esas conversaciones no avanzan y algunos familiares sospechan que su propio Gobierno las paraliza.

El Parlamento israelí ha vuelto a votar, por enorme mayoría, contra la posible creación de un Estado palestino, tal y como pretenden las resoluciones de Naciones Unidas. Votaron en contra 68 diputados (laboristas y Likud juntos) y 9 a favor. En ningún momento el Gobierno israelí (ni los conservadores ni los socialdemócratas) ha explicado cómo piensan organizar las cosas cuando acabe su ataque sobre Gaza (y también el acoso contra habitantes de Cisjordania). No habrá dos Estados, entre otras cosas porque ya hay medio millón de colonos israelíes fuertemente armados en territorios que pertenecen a Palestina y que no piensan marcharse (y nadie, por lo que se ve, piensa exigírselo).

Así que, ¿qué otras posibilidades hay? Solo dos. Una, la total limpieza étnica, expulsar a todos los palestinos del territorio que los extremistas israelíes quieren hacer suyo (del río al mar), es decir, deportar a unos cinco millones de personas. Parece difícil que los países limítrofes lo consientan. Solo queda, pues, la segunda solución: crear zonas especiales donde se obligue a vivir a los palestinos, sometidos a unas condiciones extremas de control, falta de infraestructuras y medios, y donde no se acepte ni tan siquiera la presencia de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos que se ha encargado, mal que bien, todos estos años, de procurarles comida, asistencia sanitaria y educación y que el Gobierno israelí califica ahora de organización terrorista. (Afortunadamente, más de 100 países que habían dejado de financiar a la UNRWA han vuelto en los últimos meses a proporcionarle fondos, el Reino Unido entre ellos. El Gobierno español nunca dejó de hacerlo).

Los extremistas de Israel (y una parte de la población que no quiere mirar ni oír) están convencidos de que es posible un nuevo sistema de apartheid. El régimen racista de Sudáfrica resistió entre 1948 y 1990, pero Israel dispone de muchos más medios económicos y de una tecnología muchísimo más potente. Seguramente los defensores de este sistema creen que son muy capaces de crear un apartheid, no menos cruel pero sí más sofisticado.

Nadie puede decir que no está oliendo la carne quemada de los palestinos ni el sollozo insoportable de varias generaciones de jóvenes y niños sin esperanza. Están muy cerca. Ayudar a Israel sería ayudarle a renunciar a su espantoso proyecto. Fracasarán. Y centenares de miles de israelíes tendrán que hacer frente largo tiempo a la vergüenza y la culpa.

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