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palos de ciego
Columna
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Lecciones no aprendidas de la historia

Javier Cercas

Hay algo que muchos saben y nadie dice: el proceso independentista hubiera sido imposible sin el concurso de las élites económicas catalanas

AFIRMAR QUE la historia nunca se repite es resignarse a la obviedad. Claro que la historia no se repite, como mínimo no exactamente, o no sin máscaras; lo que se repite, y además sin descanso, son los errores que cometemos quienes a diario fabricamos la historia. Para no repetirlos, o al menos para disponer de las herramientas necesarias para no repetirlos, es indispensable estudiar el pasado, y de ahí que Cervantes (Quijote, I, 2) sostenga que la historia es “ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. Pero para que lo sea hay que saber leerla.

Es lo que hizo, pocos meses después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el historiador norteamericano Christopher Browning en un ensayo publicado en The New York Review of Books, donde, con la excusa de la publicación de una nueva biografía de Hitler, trazaba un paralelismo entre el líder nazi y el mandatario estadounidense. Valientemente inmune al chantaje analfabeto de la famosa ley de Goodwin (según la cual cualquier discusión se acaba en cuanto alguien menciona la palabra Hitler, como si no tuviéramos la obligación de compararlo todo con Hitler, para que nada semejante a él se repita), Browning llega a algunas conclusiones valiosas. Menciono sólo dos. La primera es que se paga un precio altísimo por subestimar a un outsider político con carisma sólo porque su carácter nos parezca defectuoso, sus ideas repulsivas y su atractivo para las masas incomprensible; es lo que les ocurrió a tantos con Hitler, lo que está ocurriendo con Trump y, añado yo, con todos esos machos alfa (Putin, Erdogan, Jinping, Bolsonaro, Maduro, Orbán, Salvini) que se han apoderado de la política mundial, convertidos en tóxicas encarnaciones ambulantes de sus pueblos. La segunda conclusión de Browning posee también un alcance general. Éric Vuillard acaba de recordar en su novela El orden del día una verdad que se olvida a menudo, y es que la élite económica alemana de entreguerras (los Opel, Krupp, Siemens, Bayer et alia) contribuyó de forma decisiva al ascenso de Hitler, convencida de que, una vez instalado en el poder, el Führer serviría a sus intereses, cosa que consiguieron, y que además podrían controlarlo, cosa que no consiguieron. Es el mismo error que han vuelto a cometer los conservadores estadounidenses con Trump, según Browning, y el mismo que los dueños del mundo siguen cometiendo con todos esos matones y demagogos siniestros que, aquí y allá, están haciéndose con el poder. En Cataluña tenemos un ejemplo, a la vez perfecto y peculiar, de esa desastrosa operación universal. Hay algo que muchos saben y nadie dice, y es que el llamado proceso independentista hubiera sido imposible sin el concurso inicialmente entusiasta de las élites económicas catalanas (los Godó, Rodés et alia). No es que esta gente, cuando todo empezó hacia el verano de 2012, se volviera de un día para otro independentista; lo que ocurrió fue que vieron en el independentismo una herramienta ideal para presionar al Gobierno de Madrid y surfear con comodidad la ola destructiva de la crisis económica, manteniendo a los suyos en el poder con el fin de que preservasen sus intereses. Así que apoyaron a Artur Mas, que era su hombre, y, respaldados por los medios ingentes del Estado (la Generalitat es el Estado en Cataluña) y por los suyos propios, sacaron a la gente a la calle con la promesa mirífica y embustera de la independencia. El problema fue que la gente se creyó el embuste y que, presionado por los más creyentes, Mas tuvo que entregar el poder a Puigdemont, con lo que a las élites se les fue de las manos la situación, porque Puigdemont es ingobernable, más creyente que los más creyentes, un independentista de verdad. Y en esas estamos: con las élites intentando a duras penas recuperar el control, tratando de surfear el maremoto que ellas mismas han creado. Un maremoto que puede llevárselo todo por delante, salvo a las propias élites.

Es lo que ocurre cuando no se sabe o no se quiere aprender de la historia y se es incapaz de reconocer el pasado en el presente: que una y otra vez se cometen los mismos errores.

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