Afrodita contra Hitler y el olvido
Una exposición sobre la estatua que regaló el Führer a la ciudad de Linz revela los problemas de Austria para abordar su pasado nazi.
EN VERANO de 2008 Afrodita desapareció del parque Bauenberg. Al llegar, los funcionarios encontraron la estatua de bronce dentro de una caja de madera y una nota: “Regalo de Hitler”. En el Archivo Municipal de Linz tardaron poco en comprobar que la obra, colocada en 1942 bajo un templete, fue un encargo del Führer al escultor Wilhelm Wandschneider para regalársela a la ciudad donde creció y en la que soñó jubilarse.
La acción, anónima, llegaba meses antes de que Linz fuera Capital Europea de la Cultura y artistas como Alexander Jölch aprovecharon la coincidencia para que la cita europea abordara un debate sobre su pasado que seguía postergando y que era pertinente porque Linz no sólo fue la niña de los ojos de Adolf Hitler. Además de su proximidad al campo de concentración de Mauthausen, albergó el conglomerado industrial Reichswerke Hermann Göring, que concentró el doble de esclavos extranjeros que cualquier región de la Alemania nazi. Finalmente, el tema se tocó pero no como sus impulsores esperaban pues exposiciones como La ciudad cultural del Führer, en el Schlossmuseum, se limitaron a exponer las obras hechas durante el Tercer Reich sin un atisbo de crítica.
Dos de cada tres ciudadanos quería que se dejara donde había estado siempre
Hoy, la diosa se exhibe en una sala del Museo Nórdico y recibe a los visitantes con una pregunta: “¿Es Afrodita una obra de arte nazi?” El museo no se moja y se limita a explicar que si bien la copia es de 1941, el molde original de Wandschneider es de 1918, “que claramente queda fuera de la época nazi”. Además de la estatua, la base y la caja donde la encontraron, hay fotografías, maquetas de la ciudad y libros que informan de la persecución a la que se sometió a los judíos y el modo en que Hitler, de la mano del arquitecto Hermann Giesler, usó la capital de la Alta Austria como modelo de urbanismo del nacionalsocialismo. Fruto de esa idea son dos de las obras más emblemáticas de Linz: el Puente de los Nibelungos y la Universidad de Arte y Diseño.
La exposición recoge las opiniones enconadas que suscitó el origen de Afrodita: voces que pidieron que la escultura se tratara como una esvástica y se retirara del espacio público; estudiosos que exigieron su permaneciera por ser parte de la Historia o editoriales de diarios que sugirieron, con sorna, que si se retiraba a “la pobre Afrodita”, se destruyeran puentes, universidades y todo lo que hubiera encargado Hitler. Y una encuesta: dos de cada tres ciudadanos quería que se dejara donde había estado siempre. Ese malestar, según la historiadora Monika Sommer es “el síntoma de una sociedad que no ha encontrado una posición sobre su historia reciente”.
Su afirmación hace pensar en los diez años que el Ayuntamiento ha tardado en decidir exponerla en un entorno contextualizado pero también en las urnas: tras una década de dominio socialdemócrata, desde 2017, Sebastian Kurz, líder de la derecha, gobierna con el partido ultraderechista FPÖ. Mientras, Afrodita se exhibe en una sala a la que apenas entra nadie. En dos horas de visita, sólo un señor se asoma, lee la pregunta que inaugura la muestra y sale. Y en Bauenberg, los lincienses pasean sin reparar en la placa que explica por qué tras seis décadas como inquilina, ya no mora allí la diosa del amor y la belleza.
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