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A la caza del doctor muerte

'La desaparición de Josef Mengele' es un extraordinario reportaje de investigación de Olivier Guez que mereció en Francia el premio Renaudot

Juan Luis Cebrián
Josef Mengele (a la izquierda), junto a los comandantes de Auschwitz y Bergen-Belsen, Rudolf Hoss y Josef Kramer, y un oficial sin identificar. 
Josef Mengele (a la izquierda), junto a los comandantes de Auschwitz y Bergen-Belsen, Rudolf Hoss y Josef Kramer, y un oficial sin identificar. getty images

Cada vez que una tregua, una amnistía, un acuerdo o una victoria ponen fin a un conflicto armado o a una oleada terrorista, suele ocurrir que la administración de la paz se convierte en más compleja y difícil que la gestión de la guerra. La memoria histórica es un material sensible, altamente inflamable si quienes la administran no son consecuentes con los principios que la inspiran. Exige reparación a las víctimas y justicia para los delincuentes, especialmente si se trata de culpables de delitos de lesa humanidad, aunque también capacidad de mirar hacia el futuro sin anclarse en los delirios y sufrimientos del ayer. El ejemplo aún paradigmático de estos procesos es el juicio de Núremberg, que condenó a muerte o a severas penas de prisión a algo más de una veintena de los responsables principales del Holocausto perpetrado por la Alemania nazi contra los judíos. No obstante, muchos otros lograron escapar y esconderse entre las sombras de la renacida Alemania federal, o en las playas gaditanas de Zahara de los Atunes, el Buenos Aires de Perón y el Paraguay de Stroessner. Incluso fueron cooptados por los servicios secretos del nuevo Estado o de las naciones aliadas. El comienzo de la Guerra Fría concitó las preocupaciones de Occidente en defenderse del comunismo como enemigo global antes que en castigar la barbarie nazi; y el recién estrenado Estado de Israel estaba preocupado sobre todo por la confrontación con los países árabes. En este entorno, durante los años cincuenta decenas, quizá centenares, de asesinos, torturadores y confidentes de las SS instalaron su residencia en diversos países sudamericanos y construyeron una red de acogida y apoyo para los fugitivos de lo que debiera haber sido la primera experiencia histórica de una justicia universal. Beneficiario de esa red fue Adolf Eichmann, capturado posteriormente por el Mosad, enviado a Israel y juzgado y condenado a muerte; también el doctor Josef Mengele, el Ángel de la Muerte, como le apodaron sus víctimas y sus colaboradores en el campo de exterminio de Auschwitz. Tras más de treinta años de exilio clandestino, murió en Brasil sin haber pagado nunca por sus crímenes.

El libro combina el rigor en la descripción de los hechos con una estructura de ficción cercana al suspense

El siniestro historial y la fuga de este médico, especializado en experimentar con personas y en eliminar epidemias a base de asesinar en masa a los enfermos, ha dado origen a una nutrida bibliografía a la que ahora se suma la publicación en España de la obra de Olivier Guez La desaparición de Josef Mengele, galardonada el pasado año con el Premio Renaudot. Aunque el autor y la propia editorial se han esforzado en presentar el libro como una novela, es en realidad un extraordinario reportaje de investigación. Para quienes pensamos que el periodismo constituye en cualquier caso un género de la literatura, esta observación, lejos de ser un reparo, supone un elogio añadido a las calidades del libro, que combina el rigor en la descripción de los hechos con un estilo vibrante y una estructura de ficción cercana al suspense. Gran parte de lo narrado era ya conocido, pero hasta ahora nadie había intentado escudriñar en la despreciable personalidad de este científico que convirtió su profesión en una escuela de terror abracadabrante. “Solo la forma novelesca me permitía acercarme en la medida de lo posible a la macabra trayectoria del médico nazi”, explica el autor.

La obra da pie a una reflexión sobre la inmoralidad por la que pueden despeñarse personajes aparentemente educados y cultos

En los años sesenta y setenta, periódicos de todo el mundo dedicaron gran cantidad de espacio a la leyenda de este traidor al juramento hipocrático, dispensador de muerte en vez de sanador de cuerpos, al que muchos creían haber visto en diversos puntos de América Latina. Un año antes de que el monstruo desapareciera ahogado en una playa brasileña, Gregory Peck, Laurence Olivier y James Mason protagonizaron una película en la que el primero interpretaba a un Mengele imaginario, dedicado a clonar 94 pequeños Hitler que habrían de poner en marcha el Cuarto Reich. Frente a excesos como este en el tratamiento de la ciencia-ficción, la obra de Olivier Guez es una contribución inestimable a la memoria histórica del Holocausto. Y da pie a una reflexión inquietante sobre el infierno de inmoralidad por el que pueden despeñarse personajes aparentemente educados y cultos, en nombre de la selección de la excelencia genética. Los obsesionados por la identidad en este mundo nuestro que amenaza con traicionar a la razón deben saber que la senda del horror nació entre melodías wagnerianas y un impostado interés por el progreso científico a costa del desprecio a la vida y la dignidad humana. Mengele pasó serias tribulaciones en su interminable fuga, pero disfrutó también de placeres y comodidades que pudo financiar gracias a su adinerada familia, que permaneció afincada en Alemania. Al final de sus días, cuando su hijo, horrorizado por sus crímenes, le pregunta si no siente remordimientos, es capaz de responder sin compasión alguna: “La piedad no es una categoría válida”. Todavía hoy la memoria histórica del Holocausto es negada, cercenada y manipulada por millones de cómplices anónimos de los asesinos nazis.

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Autor: Olivier Guez. Traducción de Javier Albiñana.


Editorial: Tusquets.


Formato: tapa blanda.


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