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Columna
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La revolución en la derecha

Manuel Rivas

El ‘efecto Gürtel’ debería ir más allá del Gran Susto para una facción política y establecer, por fin, la vigencia de la ley de la Gravedad en España.

EN SU DISCURSO PÚBLICO, fulminado el centrismo reformista de Suárez, la derecha española se ha presentado siempre y a la vez como conservadora y liberal.

En rigor, no es ni una cosa ni la otra ni las dos al mismo tiempo. Por eso vive una crisis de identidad. Porque no la tiene. En sus mejores momentos, con Carmen Díez de Rivera de hechicera en la agenda de la Transición, Suárez adelantaba un lustro por minuto. Su identidad era machadiana: hacer camino al andar. Al desprenderse de los miedos atávicos y las ideas cadavéricas, iba ensanchando la mirada, y desmontó la gran falacia del enemigo “interior”.

Hasta que volvió la acometida de la vieja guardia, con el asentimiento de la “gente bien”. Fue la derecha la que traicionó a Suárez, su “exceso de democracia”, y no al revés. La identidad en la que después recayó la derecha fue la de interesarse exclusivamente en lo que consideraba suyo. Una idea patrimonial, inmobiliaria, de lo que era España. La corrupción, en el fondo, no deja de ser una ideología, falsa, pero ideología, derivada de esa concepción de España como una propiedad privada. Y al igual que el dinero falso se pega al honesto, el presunto patriota se envuelve con arrobo en la bandera, constitucional o no, mientras exculpa el pillaje y combate el patriotismo más patriótico: el patriotismo fiscal. En España hay grandilocuentes patriotas que centran su amoroso programa en la rebaja o exención de impuestos, sin que falten altos funcionarios que se mofan en público del lema: “Hacienda somos todos”. La fulminante dimisión de Màxim Huerta como ministro por un pretérito problema fiscal debería figurar en la historia de España, por su excepcionalidad, a la altura de la jura de Santa Gadea o la muerte de Manolete. Estos pecados siempre se solucionaron en un confesionario o con una amnistía fiscal.

La fulminante dimisión de Màxim Huerta como ministro por un pretérito problema fiscal debería figurar en la historia de España

Pese a que son alrededor de 1.000 cargos del Partido Popular los imputados, sería injusto identificar en exclusiva la derecha con la corrupción. La ideología canallocrática emponzoñó a otros partidos, como el PSOE y Convergència i Unió. Lo que hay en común es el protagonismo de la “gente bien”, o que aspira a serlo. A la “gente bien” se la identifica no por su competencia, sino por su incompetencia. Vive bien en el hábitat de la Administración, aunque despotrique liberalmente contra el Estado. También se la identifica intelectualmente porque se consideran una excepción en la ley de la Gravedad. Mientras las demás cosas caen, la fuerza de la gravedad empuja a la “gente bien” hacia arriba.

El efecto Gürtel debería ir más allá del Gran Susto para una facción política y establecer, por fin, la vigencia de la ley de la Gravedad en España. Para la derecha, la competición por el liderazgo, con la participación real de las bases, puede ser o no la oportunidad para un cambio histórico. La posibilidad de una nueva política emancipada de la eterna tutela de la “gente bien”. Para empezar, deberían tomar nota de Angela Merkel: “Quien decide dedicar su vida a la política sabe que ganar dinero no es la prioridad”.

Sería de gran interés para la democracia que existiera, de verdad, una derecha conservadora y liberal en España. Conservadores que, por ejemplo, tuvieran como prioridad conservar el medio ambiente. Por ejemplo, en lugar de Aznar, piensen en la propia Angela Merkel, conservadora, cristiano-demócrata, que tomó la iniciativa de abandonar la energía nuclear y sustituirla por las renovables. Una mujer que tuvo el coraje de acoger más de un millón de refugiados y que no se arruga ante ese Tolerante Cero llamado Trump. Liberales que defiendan la libertad en lugar de amordazarla. En vez de Esperanza Aguirre, y su “liberalismo” iliberal, piensen en Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, un hombre que se declara “orgulloso de ser feminista” y que se opone al rearme de la nueva “guerra fría” y al matonismo contra los inmigrantes.

Nadie se extraña en España de que haya socialistas de derechas. Fueron los que trataron por todos los medios de que no gobernase un socialista democrático como Pedro Sánchez. Con más razón que socialista de derechas, se puede ser conservador ecologista y liberal igualitario. Que sea visible y convincente, no parece haber nadie de ese estilo en la carrera por gobernar la derecha española, a la que le vendría muy bien una revolución interna. Pero, sí, se hace camino al andar. Espero que no acaben todos inventando la antigua novedad del modernismo reaccionario. 

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