La estrategia del temor
En este país, muchas personas de buen juicio contemplan con intranquilidad el comportamiento estridente y agresivo de los líderes del Partido Popular. Recuerdan con nostalgia los tiempos de la Transición, cuando la UCD de Adolfo Suárez ocupaba los escaños de la derecha en el Congreso de los Diputados. Entonces, tras cerca de cuarenta años de guerra civil y dictadura, los debates políticos entre personalidades hasta aquel momento duramente enfrentados -unos venían de la cárcel o el exilio y otros del poder opresor-, los debates en los que se abordaban problemas de fondo se mantenían dentro de una gran dignidad, respetando la cortesía parlamentaria y con la voluntad de superar la fractura entre las dos Españas. Y todo esto en una sociedad sin la estabilidad social que existe hoy, en la que se daban las conspiraciones golpistas y de ultraderecha y en el periodo más álgido del desestabilizador terrorismo de ETA, los GRAPO y los otros grupos ultras, supervivientes del franquismo.
Hoy, tras cerca de treinta años de libertades, con un amplio ejercicio de la democracia, cuando la estrategia política de las grandes tendencias de izquierda o derecha en Europa se encamina a buscar el voto de lo que se considera corrientemente el centro moderado procurando abrir hacia éste sus planteamientos y sus programas, en España nos encontramos con una derecha que los cierra cada vez más, que se arma ideológicamente con ideas del pasado y cada vez es más bronca, más desafiante. La provocación y la intolerancia animan casi todas sus intervenciones públicas. Ha convertido los debates parlamentarios en auténticos escándalos, con un lenguaje barriobajero y chulapón, amenazando groseramente a todo el que no piense como ellos. A los ancianos esto nos recuerda cómo se producía en otros tiempos la derecha que se enfrentaba más radicalmente a la II República.
Y las personas de buen juicio a las que aludo al comienzo de estas líneas se preguntan ¿qué le pasa a la derecha de la postransición, que en vez de abrirse hacia el "centro" y modernizarse para lograr mayorías en las elecciones, se cierra cada vez más y da la impresión de inspirarse en la derecha de los años treinta del siglo XX? ¿Por qué ese tono bronco y de amenaza que resucita fantasmas del pasado? ¿Cómo Rajoy, que daba la impresión de ser más moderado, adopta el tono de los Acebes, Zaplana y otros Pujalte? ¿Cómo Manuel Fraga consigue ser uno de los líderes del PP más moderados y más actuales, pese a su edad y pasado? ¿Acaso el PP ha renunciado a atraer a los moderados que a veces pueden decidir la mayoría de unas elecciones y asume el papel de una oposición que se siente tan cómodo protestando que no desea volver al Poder?
Reflexionando sobre esta absurda situación se llega a la conclusión de que los líderes del PP no es que hayan renunciado al voto moderado de centro, ni a volver al Poder. Lo buscan, pero por caminos distintos a los que utiliza la derecha en las otras democracias europeas. Parecen pensar que a causa de la memoria de la guerra civil, "España es diferente"; han optado por lo que yo llamaría la estrategia del miedo.
Actúan como si creyeran que a los moderados se les puede ganar también, no con posiciones modernas de apertura, sino enviándoles el mensaje siguiente: "Nosotros tenemos la llave de la paz y el orden en este país. Si nos apoyáis, os la aseguraremos desde el Poder. Si no lo hacéis, podemos armar la marimorena, somos capaces de impedir la estabilidad democrática y de volver a las andadas. La única España posible es la que nos gusta a nosotros".
Piensan que con este mensaje pueden arrugar y atemorizar a los sectores moderados en los que todavía está vivo el recuerdo de la guerra civil y disponerlos a su favor como representantes del mal menor. Creen que aún puede explotarse el miedo de algunos sectores traumatizados por el pasado. En último caso, estiman, si esta estrategia no les alcanza para ganar elecciones, les basta para conservar el voto de una todavía impor
-tante minoría de derechas que les permita seguir siendo el segundo partido en la oposición. Obsérvese que en España carecen de importancia electoral y no pasan de la categoría de grupúsculos las organizaciones de ultraderecha que en otros países europeos han adquirido un peso electoral. Con la estrategia del miedo, el PP sigue conservando la adscripción de esos sectores.
¿Tiene futuro esta estrategia? ¿Ha cambiado tan poco España, tras la transición, que el miedo sigue siendo un factor tan importante como para determinar la política en nuestro país?
Si examinamos las encuestas publicadas en los últimos tiempos, vemos que muchos de sus electores en las últimas generales se posicionan frente a aspectos importantes de su política obstruccionista. Lo que indica que ésta no sólo no les ayuda a ganar nuevos votantes, sino que les va haciendo perder parte de los que tenían. Y un conservador con mentalidad europea -y en España comienza a haberlos- puede llegar a plantearse: "Este PP, con la orientación que hoy lleva, ¿puede seguir siendo el instrumento adecuado para la defensa de la estabilidad política y social a la altura en que está hoy mi país?".
En el pasado fracasaron dos experiencias no idénticas de crear nuevos partidos burgueses, de tipo más europeo y más moderno, que superaban las estrecheces y dogmatismos retrógrados del conservadurismo tradicional español. Uno fue el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez; otro, que no llegó a pasar nunca de proyecto y que parecía apoyar al menos una parte de la banca española, lo personalizaron los Sres. Roca Junyent y Antonio Garrigues Walker, que a mi entender nunca se entregaron a fondo a la tarea.
El escaso éxito de aquellas iniciativas puede estar relacionado también con el fondo liberal de la política del Gobierno de Felipe González, que había tenido el apoyo electoral no sólo de la izquierda, sino de muchas gentes de centro, a las que la imagen del PP hacía temer un retroceso en los avances democráticos de la transición. Éste es un dato que debería hacer pensar al PP: en el 82, cuando el factor miedo tenía todavía un peso considerable, los electores temieron más un triunfo de la derecha y dieron la mayoría absoluta al PSOE de Felipe González. El mérito de Fraga, jefe de la oposición de derechas en ese periodo, fue asimilar la lección de las elecciones del 82, no consentir que el ascenso de Alianza Popular se le subiera a la cabeza y practicar la leal oposición a su majestad manteniendo una conducta parlamentaria que le permitió influir poderosamente en la labor del Gobierno.
Han pasado bastantes años, crecido nuevas generaciones ya en la democracia, y yo supongo que en el electorado de este país se han acendrado los valores de libertad y de progreso. Subsisten sin duda en la creencia de muchos españoles residuos de una subcultura anticatalana, sembrados hace ya muchos años por las clases dominantes españolas. Y el terrorismo etarra probablemente perturbe la percepción de reivindicaciones nacionales vascas. Pero por encima de esto existe un sentimiento más general: que ninguno de los problemas políticos, territoriales u otros, justificarían nunca un nuevo enfrentamiento civil y que las diferencias sólo deben resolverse por caminos democráticos.
El espectáculo que el PP está dando en el Parlamento levanta la duda entre un número cada vez mayor de españoles de si el PP, bajo su dirección actual, es verdaderamente un partido parlamentario y democrático. Cada vez va a ser también mayor la duda de si las fuerzas económicas solventes, los conservadores que han aceptado el juego democrático, puedan sentirse representados por gentes como Pujalte, Acebes, Zaplana y comparsas.
El PP está dejando vacío el espacio que debería ocupar un partido conservador serio y moderno.
Habrá quien se pregunte cómo a mí desde la izquierda, con mi connotación de rojo, me preocupa tanto la deriva del PP. La respuesta es simple: si bien es cierto que este sistema en que vivimos está lejos de colmar mis aspiraciones ideales, me importa mucho la conservación y consolidación de las libertades democráticas alcanzadas hasta el día de hoy. Y querría tener la seguridad de que ninguna de las alternativas de gobierno normales en democracia encierra el riesgo de recortarlas o incluso perderlas.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.
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