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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Conferencia de donantes, ¿esperanza muerta?

Nueva oportunidad en República Centroafricana

Una casa destruida en Bangui.
Una casa destruida en Bangui. Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Cuando llegué a la República Centroafricana (RCA) en mayo del 2015 volé a bordo de un avión comercial en el que también se encontraba Catherine Samba-Panza, entonces presidenta del gobierno de transición, que regresaba de una conferencia de donantes en Bruselas. El ambiente de alegría de la delegación oficial transmitía satisfacción: las promesas de financiación presagiaban un nuevo comienzo para el país.

Mañana se llevará a cabo en Bruselas otra conferencia de donantes para la República Centroafricana. La crisis que sacude al país desde 2013 no ha logrado superarse, en parte a causa de la falta de fondos. El mal del país, aunque sobradamente conocido, es difícil de curar: la ausencia total del Estado, los conflictos repetitivos y la pobreza resumen perfectamente la realidad cotidiana de este país de 4,6 millones de habitantes instalados en un territorio más grande que España y Portugal juntos.

Después de año y medio como trabajador humanitario aquí, ya sé bien que la ayuda está mal financiada y que los casi 280 millones de euros comprometidos en la conferencia de Bruselas en 2015 no han sido desembolsados en su totalidad. Esta cantidad habría permitido a la República Centroafricana responder en términos humanitarios, organizar las elecciones, poner en marcha un programa de desarme, desmovilización, reinserción y repatriación; y también establecer un tribunal penal especial para crímenes cometidos durante el conflicto.

Sólo esas medidas podría favorecer la estabilidad en un territorio con la cadena de producción y la de recaudación fiscal totalmente desmanteladas. La población eligió en las urnas pasar la página de la guerra, pero la violencia y el dolor que causa a los civiles vuelve siempre como un bumerán y, sin apoyo, todo irá a peor.

Hay crisis de esperanza. Las promesas no sirven. El 65% de los centroafricanos que no tienen acceso al agua potable y enfrentan una nueva epidemia de cólera o la cuarta parte de la población del país que continúa desplazada o refugiada, fuera de sus casas, no pueden mantenerse de promesas incumplidas una y otra vez.

La conferencia de hace dos años también fue en Bruselas y los 496 millones de dólares prometidos tampoco se llegaron a desembolsar. Para la República Centroafricana, Bruselas se ha convertido en un lugar de esperanza y de promesas de donantes e inversores que, conmovidos en el momento de la tragedia, se olvidan de los fondos cuando llega la calma. Y eso duele.

Todo esto me lleva a plantearme y a plantear aquí mis dudas sobre la eficacia de las conferencias internacionales postconflicto. Han sido unas cuantas desde los años 80. Es sorprendente observar cómo un país bajo perfusión internacional desde hace 30 años no logra hacer el viraje definitivo y sigue necesitando casi de todo.

Lo más peculiar es que las propuestas a donantes e inversores que se preparan desde el país son de buena factura y podrían, si obtienen respuesta, hacer despegar la reconstrucción. Lo he visto personalmente en muchos talleres organizados por el gobierno centroafricano para preparar la conferencia de mañana.

Seguramente los donantes están sujetos a ataduras y dificultades que, como humilde actor humanitario sobre el terreno, quizá no soy capaz de entender. Quizá sea una enorme ingenuidad pensar que es posible transformar todas las promesas en compromisos.

Pero la ingenuidad, en este caso, me permite estar al lado de las personas que sufren, y con las que trabajo. De las 200 mujeres que sufren abusos cada día y que quieren que se les haga justicia. De los 10.000 niños cuyas escuelas están ocupadas por grupos armados que aguardan al proceso de desarme para retomar su infancia. De la mitad de la población que sufre inseguridad alimentaria y que espera sencillamente poder volver a cultivar su tierra.

En marzo pasado, las personas que eligieron en las urnas la vuelta al orden constitucional esperaban, quizá con ingenuidad, pasar la página de la guerra. Y creyeron que para construir la paz contarían con el apoyo de estos países que entonces se lo prometieron. Cada retorno a la violencia tiene consecuencias irreparables para las personas de a pie que lo sufren. En este fin de año lo estamos viviendo de nuevo. Mientras la solución sea parcial, el riesgo de volver a la casilla de salida es evidente. Por eso necesitamos de esta Conferencia de donantes una esperanza razonable.

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