La etiqueta británica llega a Airbnb
La plataforma de alojamiento y ‘Debrett's’ han creado un código de comportamiento para huéspedes y anfitriones. Critican que las normas son demasiado ‘Downton Abbey’
Un expediente X. Eso fue mi último anfitrión de Airbnb. Se llamaba Serge. Alquilaba su apartamento neoyorquino muy cercano a Times Square. Por la foto parecía un tipo cordial, simpático, abierto. Su retrato encajaba con la descripción que él mismo se había adjudicado: “Parisiense y cosmopolita”. Cuando llegamos al apartamento, 10 horas de vuelo después, Serge no era Serge. La persona que nos esperaba era otra. Eso, o la foto había sido tomada en los ochenta con una Polaroid y Serge había envejecido de muy mala manera. Ante el cambiazo pregunté:
–¿Serge?
–Serge –confirmó.
7 reglas de oro para anfitriones y huéspedes
1. Ser extremadamente puntual
Llegar tarde es el súmmun de los malos modales.
2. Hacer una buena entrada
Las botas embarradas nunca deben pisar una alfombra inmaculada (ni siquiera las limpias).
3. Respetar los espacios compartidos
Acaparar el baño es la ofensa más común.
4. Olvidarse del mundo virtual
Charlar mirando a una pantalla es inmaduro y maleducado.
5. Ser un fumador considerado
En la prohibición de no fumar también están incluidos los cigarrillos electrónicos.
6. Ser discreto
Nada de poner la música a tope, gritar o correr por los pasillos.
7. Controlar a niños y mascotas
Hay que evitar que empiecen a armar jaleo a las seis de la mañana (por mucho que lleven despiertos desde las cinco).
Fuente: Debrett’s y Airbnb
–¿Parisiense y cosmopolita? –insistí.
–That’s it.
Y cortó el interrogatorio. Dejó las llaves y desapareció. No lo volvimos a ver. Al irnos pusimos las llaves debajo del felpudo, como habíamos acordado, y nos quedamos con las ganas de conocer al auténtico Serge.
Al igual que muchos usuarios de Airbnb, escojo casa mirando a los ojos al anfitrión (a su foto, quiero decir). Sin ella no hay negocio. Si no me gusta una cara, busco otro sitio. Y aspiro a encontrar el mismo rostro en el mundo real. Estoy segura de que el dueño de la casa espera lo mismo de su huésped. La vanidad no es un valor en la economía colaborativa y la estrategia de poner una fotografía de la década pasada genera desconfianza.
Desde entonces he pensado que alguien debía redactar un protocolo de conducta para Airbnb. Y ahora me siento más acompañada: una encuesta de la propia compañía reveló que el 68% de los usuarios británicos opinaban que las buenas maneras estaban en declive entre anfitriones e inquilinos y que convendría llegar a un acuerdo para minimizar “torpezas sociales”. Y eso pretende ser el nuevo código de etiqueta creado a medias por Airbnb y Debrett’s, una publicación que desde 1769 dicta las reglas de las élites británicas. Dos cosas se le critican a esta guía: ser demasiado Downton Abbey (uno de los pecados capitales de los anfitriones es no recibir con el servicio de té puesto) y estar diseñada para los alojamientos de gran lujo que también ofrece Airbnb (se puede pasar la noche por 120 euros en castillos medievales de Bretaña).
Entre Airbnb y Debrett’s han puesto por escrito lo que se considera “comportamiento inaceptable” en un huésped. A saber: prestar más atención al teléfono que al anfitrión (sí, los hay que quieren conversación). Dedicarse a publicar fotos en Instagram o en cualquier otra red social de la cena de bienvenida. Emborracharse. Fisgonear.
Los pecados capitales del anfitrión consisten en no poner sábanas y toallas limpias y no hacer acopio de suficiente papel higiénico para la estancia (uno de cada cuatro huéspedes considera este hecho “indignante”). Al baño, la guía dedica varias líneas de recomendaciones y sugiere a los invitados que antes de salir del lavabo “hagan un examen forense de todo el espacio” para evitar errores.
Abrir la puerta y poner mala cara es otra de las infracciones imperdonables de los anfitriones. En mi opinión, también debería considerarse “indignante” recibir con una cara diferente a la de la foto del perfil, con 10 años o 10 kilos de más, así como no dar la contraseña del wifi (haciendo oídos sordos a ruegos y humillaciones varias) o pedir, por favor, que se mienta a los vecinos y el huésped se identifique como el primo segundo que viene a pasar un mes de vacaciones. Pero, claro, en Downton Abbey no suceden esas cosas.
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