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“Todas las noches se escuchan disparos y bombas”

Agustín Cuevas, misionero español en Bangui, asegura que la solución al conflicto de la República Centroafricana aún queda muy lejana

Lola Hierro
Dos refugiadas con sus bebés en un campamento de Bouca (RCA)
Dos refugiadas con sus bebés en un campamento de Bouca (RCA)MSF

La República Centroafricana es un país "sin ley" donde la solución al conflicto entre musulmanes y cristianos aún queda muy lejana pese a las conversaciones de paz y el alto el fuego. Así lo cree el misionero salesiano Agustín Cuevas, cuyos últimos tres años han transcurrido al frente de uno de los dos centros que su orden posee en Bangui, la capital del país, que es el segundo más pobre del mundo. Desde el golpe de Estado que la guerrilla musulmana Séléka protagonizó en marzo de 2013, un millón de personas —la cuarta parte de la población— se ha visto desplazada por los enfrentamientos y 2,6 millones necesitan ayuda humanitaria urgente, según la ONU.

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Cuevas, de hablar pausado y mirada azul impenetrable, lleva 42 años trabajando en diversas misiones en África. Lejos de la tensión constante que acarrea vigilar un rebaño de 65.000 refugiados —los que han llegado a acoger en los dos centros que los salesianos tienen en Bangui— asegura con resignación que cristianos y musulmanes aún "no pueden estar juntos", pese a que el origen del conflicto no fue religioso sino que se debió a la situación de abandono que sufría el norte del país, de mayoría musulmana. "En la marcha hacia el sur de los Séléka había una especie de discriminación; atacaban a la población no musulmana. Eso se ha visto con claridad", asevera.

Los Séléka han sido acusados de decapitaciones de niños, violaciones, torturas y actos de canibalismo entre otras violaciones de los Derechos Humanos. Esto llevó a la población cristiana a crear las milicias de autodefensa denominadas antibalaka, que hicieron cómplices de su enemigo a toda la población musulmana del país, apenas un 20% del total y cometieron los mismos actos atroces en venganza.

Los enfrentamientos entre ambos bandos han dejado un reguero de miles de muertos y, de momento, el único acercamiento hacia la paz que se ha producido tuvo lugar mediante la firma de un acuerdo a finales de julio en Brazzaville. Este ha tenido como resultado la dimisión este martes del primer ministro de República Centroafricana (RCA), André Nzapayéké, a petición de la presidenta del país, Catherine Samba-Panza, según informó la emisora Radio France Internationale.

"El primer paso es el desarme y mientras no lo haya, no hay seguridad, no hay vida", afirma el salesiano. Cuevas reclama ayuda internacional para coordinar este proceso y también ayuda sanitaria y una inversión en educación para poner en marcha de nuevo el país porque quienes abandonan las misiones difícilmente pueden rehacer su vida por sí solos ya que han perdido todo debido al vandalismo. "Aún hay mucha violencia y muchas armas, se quemaron muchas viviendas", relata. "Todas las noches se escuchan disparos y bombas, se producen atracos... Hay una falta de ética total, no hay control policial, ni cárceles, ni sistema judicial; todo es un desorden enorme"

La importancia de una letrina

Higiene y seguridad son las dos prioridades en los centros salesianos de Bangui, el de Damala y Galabadja, con cuatro trabajadores —misioneros católicos— en cada uno y que han llegado a acoger a 65.000 desplazados. "Entraban personas con armas que podrían ser para defenderse o para atacar, tuvimos que organizar cacheos y turnos de guardia durante la noche para evitar asaltos", relata el misionero.

"Imagina a cinco mil personas viviendo juntas y sin letrinas", prosigue Cuevas. La preocupación más acuciante en una situación de emergencia humanitaria no es la salud, ni siquiera la alimentación; es la higiene más básica, un lugar donde los desplazados puedan hacer sus necesidades. No existía cuando los misioneros comenzaron a acoger a refugiados en sus centros después del golpe de Estado.

"Formamos un comité de crisis que se reúne cada día para discutir las incidencias del día anterior y decidir las demandas que debemos realizar", explica. Cuando los centros se vieron tan saturados, tuvieron que organizarse con voluntarios de los barrios en los que se encuentran para atender las necesidades de todo el mundo. "Hemos recibido militares, magistrados, universitarios, pastores que quieren celebrar sus liturgias a cualquier hora del día o de la noche... Algunos grupos pedían un trato preferente y tuvimos que ser fuertes para decir que no habría privilegios para nadie", describe.

La malnutrición, la malaria y las diarreas son los principales problemas que amenazan la supervivencia de los refugiados. En un contexto en el que la mitad de la población necesita ayuda humanitaria urgente y  30.000 niños podrían estar sufriendo hambruna, según datos de la organización, el padre Cuevas reclama medicinas, atención sanitaria y alimentos, ya que la producción agrícola está paralizada en el país y cada vez se hace más difícil el reparto de colchones, mantas y medicinas. "En varios meses recibido tres o cuatro envíos de unas 150 toneladas de harina, soja, azúcar, arroz.... pero en el tiempo en que llevamos viviendo con los desplazados en casa, hemos sentido la necesidad de más alimentos", indica.

Niños soldado, también en RCA

El misionero Agustín Cuevas asegura que, igual que ya ocurrió en otros conflictos armados como el de Sierra Leona, la presencia de niños soldado se ha convertido en algo corriente en la República Centroafricana aunque diversas organizaciones intentan atajar el problema. "Son críos de 12 o 14 años que llevan sus armas y sus Kalashnikov, es un fenómeno normal", asegura. La organización calcula que unos 3.000 niños han sido forzados a unirse a grupos armados. Para ellos, el centro de Bangui Damala, uno de los dos que posee la misión salesiana en la capital de RCA, acoge a 150 jóvenes que habían pertenecido al Séléka. Allí se les ofrece un programa de reinserción y de formación gratuito adaptado especialmente para ellos y financiado por Unicef.

En cuanto a los niños refugiados, Cuevas ha manifestado su admiración por su comportamiento ante situaciones de violencia, a las que parecen haberse acostumbrado. "Durante los tiroteos se reúnen junto a sus madres, sentados o tumbados, y luego juguetean, como todos los niños". Los centros de las misiones acogen a unos 500 menores que son atendidos por psicólogos de Unicef. "Intentamos hacerles hablar y expresarse a través de poesías y dibujos para que saquen lo que llevan dentro después de toda la violencia que han vivido en las calles y en sus casas".

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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