Vestir la guerra
En el cambio de siglo cuando ha crecido el 'reenactment': a la reconstrucción bélica se le han sumado los mercados medievales

Ellos insisten en que no se disfrazan: se visten. Me corrigen varias veces, porque yo no puedo evitar hablar de disfraces al verlos con esos uniformes republicanos –la pistola al cinto, galones arcoíris, la boina ladeada o la gorra de capitán, la pipa tan verosímil en la correa que cruza el pecho–. No se llaman a sí mismos “soldados” y por supuesto que no se piensan en un carnaval: la palabra precisa para nombrarlos es “recreacionistas”. Son el Ejército del Ebro. Con su Ford AA modelo de 1928 y su hospital de campaña, no solo reconstruyen acciones militares a orillas del río, también imitan la enfermería, la medicina, quién sabe si la herida de aquellos tiempos: “Para nosotros no es un juego, somos aficionados a la historia y estamos convencidos del deber de recordar”.
La memoria es individual, la historia es colectiva. La actualización de capítulos del pasado, sobre todo de batallas, es una constante humana: desde los romanos, que lo hacían en sus anfiteatros, hasta la última temporada de la serie House of cards (donde Frank Underwood conversa con el recreacionista que encarna a su tatarabuelo durante la guerra civil americana), pasando por un sinfín de fiestas patrióticas de todo el mundo que en los últimos dos siglos contaron en su programa con asedios, combates y cañonazos, las tropas con trajes y tecnología de otra época, los espectadores a la moda de la suya. Pero ha sido en nuestro cambio de siglo cuando ha crecido exponencialmente el reenactment: a la reconstrucción bélica se le han sumado los mercados medievales, los parques temáticos, los museos de historia. Rebecca Schneider, profesora de la Universidad de Brown, lo vincula con “el auge en el siglo XX de la industria de la memoria”.
Según el Portal Historia, especializado en esta afición, en España hay unas 150 agrupaciones que practican la recreación, ocho especializadas en los años 1936-1939. Frente de Madrid reimagina “tan trágica contienda sin distinción de bando”. La Asociación Frente de Aragón “no puede hacer apología de ninguna opción política, de ninguno de los dos bandos”. En la web de La Batalla del Ebro se lee: “Sentimos en la piel de aquellos combatientes que lucharon por unos ideales que tanto a un bando como al otro les parecieron justos”. Pregunto a los tres miembros del Ejército del Ebro que atienden un stand del Salón del Cómic de Barcelona cuál es su posición al respecto: “Los abuelos de la mayoría de nosotros eran republicanos, de modo que nos identificamos con ellos, pero a veces faltan soldados del ejército nacional y tenemos que sacrificarnos para que el evento sea fiel a los hechos”. Supongo que entonces sí que se disfrazan.
Estamos rodeados por pilotos de bombarderos y mariscales de campo, este año que el Salón está dedicado a la guerra, pero también menudean los batmans y laras crofts y hellboys y jades y supermans y todos los personajes de Star Wars. En el cosplay la ropa, el peinado, los juguetes o las armas trascienden la máscara, devienen la encarnación de unos códigos de conducta, de una forma de ver la vida. La guerra más antigua se da en el cerebro de cada ser humano, y sus contendientes son la ficción y la realidad, el mito y el logos. Las fronteras son móviles, las trincheras se mueven: en ambos abundan los desertores, los confundidos, los topos.
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