Esperando a Godot
¿Recuerdan la pompa con la que se anunciaba a sí mismo Rajoy? ¿La seguridad con la que afirmaba que la crisis terminaría al día siguiente de su advenimiento?


Nos encontramos en la inauguración del Museo Arqueológico de Madrid. Parecería que Rajoy se ha quedado expuesto en la zona de registradores de la propiedad, notarios y otras antiguallas, y que su sombra ha decidido terminar el acto por él. La sombra de Rajoy, fiel al estilo de su dueño, acaba de pronunciar un discurso mudo por el que es aplaudido con fervor por los señores de la izquierda de la imagen. Y también por sus sombras. Curiosamente, la de Wert (la otra apenas se distingue) parece mostrar más entusiasmo incluso que su cuerpo. Nos referimos a la expresión anhelante del perfil que se dibuja sobre el mármol de la pared. Compárenla con la expresión del ministro de carne y hueso y comprobarán que hay en ella (sobre todo en su boca) un mayor grado, diríamos, de sumisión, de acatamiento, a la sombra del jefe que, hierática por proceder de quien procede, se limita a extender el brazo en un gesto de expresividad contenida. Una sombra, diríamos, incapaz de mover un solo músculo.
En una vieja versión de Esperando a Godot, Godot llegaba al fin, pero era una especie de sombra informe que pasaba de largo mientras Vladímir y Estragón aplaudían sin saber a qué. Rajoy, pese a ser una pieza antigua, digna de figurar en la vitrina de cualquier museo arqueológico, posee también la condición godotiana que apreciamos en la fotografía. ¿Recuerdan la pompa con la que se anunciaba a sí mismo? ¿La seguridad con la que afirmaba que la crisis terminaría al día siguiente de su advenimiento? Adivino, en efecto, como una sombra desprovista de volumen. Y ahí lo tenemos.
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