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ENTREVISTA

“Las apuestas arriesgadas definen el futuro y permiten hacerlo nuestro”

Israel Ruiz, vicepresidente del MIT, considera clave el talento, y tomar decisiones difíciles Es uno de los impulsores de edX, la plataforma 'online' que revoluciona la educación tradicional Hace dos años consiguió la nacionalidad estadounidense y no se plantea regresar a España En el Instituto Tecnológico de Massachusetts las ideas hallan un ecosistema ideal para crecer

Borja Echevarría
Israel Ruiz.
Israel Ruiz.Caterina Barjau

Desde uno de esos lugares donde se diseña el futuro hay un español que quiere cambiar el mundo. Israel Ruiz (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1971) tiene en sus manos esa arma que tantos reconocen como poderosa pero que no muchos saben manejar: la educación. La educación desde la innovación. Como vicepresidente ejecutivo y tesorero del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) supervisa un presupuesto de 2.100 millones de euros anuales, pero sobre todo gestiona una abrumadora concentración de talento.

En solo 12 años, Ruiz ha llegado a la cúspide de una de las instituciones más prestigiosas y vanguardistas del mundo, convirtiéndose en su número dos, administrador y gestor: es, en definitiva, el alcalde del MIT, una ciudad de 30.000 personas. Cuando los terroristas del maratón de Boston asesinaron a un policía en el mismo campus del MIT, fue también el encargado de activar todo el dispositivo de emergencia, coordinar las comunicaciones y organizar la colaboración con la policía de la ciudad.

A pesar de su trayectoria y de ser el español con mayores posibilidades de impacto en la educación y la innovación a nivel global, Israel Ruiz es casi un desconocido en su país. Un campeón oculto, utilizando la terminología que se aplica a esas empresas exitosas y discretas que saben aprovechar sus oportunidades, pero resultan invisibles para el gran público. Poco le preocupa esto, y, sin embargo, sus ambiciones son enormes. 

Democratizar la educación mundialmente ya suena grande, y así define la esencia de ese proyecto que puede dar un vuelco a cómo aprendemos, dónde y con quién lo hacemos. La educación digital se presenta como la última de las grandes disrupciones. Ruiz forma parte del pequeño equipo que lidera edX, la plataforma sin ánimo de lucro que surge del histórico acuerdo entre Harvard y el MIT para impulsar en Internet cursos gratuitos de nivel universitario.

La tecnología cambió la música, la fotografía, la edición de libros; cambiaron los medios, o la manufactura de industrias como el acero, y ahora le llega el turno a la educación. Donde algunos ven riesgos y problemas, otros ven oportunidades. Es la misma filosofía vital que en su último año en la Politécnica de Cataluña, antes de graduarse como ingeniero industrial, le llevó a trabajar a Nissan en busca de la “vida real” que la universidad no le ofrecía; la que le llevó a escuchar a su mentor y jefe para volar, viajar, mejorar su inglés, trabajar en Hewlett Packard y buscar, en 1999, oportunidades en ese lugar mítico para científicos, ingenieros y emprendedores que es el MIT. Allí cursó un máster y se especializó en finanzas y estrategia aplicada a empresas de tecnología. Su plan era quedarse cinco años. Pero no le iban a dejar escapar. En un ecosistema donde prima la meritocracia, a este ingeniero del barrio de Santa Eulalia le han dado mucho poder. Y, de paso, la nacionalidad estadounidense. 

¿Se fue para no volver? Mi proyecto profesional está en Estados Unidos y solo volvería por algo de impacto, con una visión internacional. Un proyecto con un nivel de escala que no veo. Y ambición. En español, esta palabra está mal vista, pero España, aun siendo un país pequeño, no tiene por qué tener ideas pequeñas, puede tenerlas ambiciosas, de futuro. Son ideas que cuestan, y aquí –la entrevista se realizó el pasado 2 de enero en Barcelona– te dicen cosas como "es una americanada”, como soñar demasiado. Soñando igual no llegas donde quieres, pero te lleva a un sitio mejor. Esto lo veo tan difícil que creo que puedo ayudar más desde donde estoy, y el impacto que tengo y las posibilidades de ejecución se magnifican en una proporción desmesurada en una región como Massachusetts. La gente buena puede tener su sitio en todas las partes del mundo, pero el nivel de escala allí es mucho mayor. Replicarlo no voy a poder hacerlo nunca, y volver, ni me lo planteo.

Se deja escapar mucho talento, más aún en época de crisis. ¿Cómo ve desde la distancia lo que está ocurriendo en España? Hay gente con mucho talento, y una de las cosas que más valoro, aunque parezca que voy a contracorriente, es que la gente se vaya. Lo mejor que le puede pasar a España es que se entienda que hay gente muy buena. Hasta ahora, la imagen de país no existe. Se define por tres o cuatro cosas que son estereotipos. Este talento, que hasta ahora estaba cautivo, sale por las necesidades y son nuestros mejores embajadores. Ha existido una formación educativa que permite ese movimiento. El factor negativo es que el entorno no les ha ayudado aquí. Cuando miro lo que pasa en Boston y la vecina Cambridge, es increíble la concentración de talento internacional en esa región, que puedas hablar con gente en la misma sintonía, que permite que tus ideas fructifiquen, pasar de una etapa de indecisión a otra, porque la creación y la innovación necesitan unas fases, y allí se acelera por el entorno. Aquí el entorno está en algunos sitios, pero es un microcosmos. 

¿Y cómo hacemos para combinar esa necesidad de talento fresco, inmediato, con la importancia de que la gente viaje, se forme, vea mundo? Solo nos fijamos en la fuga de talentos hacia fuera y no hablamos de la importación de talentos hacia dentro. Ese es un factor clave en la competitividad española. Hasta que ese flujo sea igual o mayor que el flujo exterior, España no competirá bien. Si aquí no se dan las oportunidades de hacer cosas, se van a ir. Pero eso no es tan grave como que estemos conectados. Tener un programa para mantener conectada a esa gente con España. Es una inversión mínima. Las conexiones son internacionales, y si va pasando el tiempo, se pierden. Debemos decidir en qué vamos a ser competitivos internacionalmente y no se puede competir en el mundo global solo con el talento español. Lo que hay que hacer es crear la estructura de soporte y de conexión disciplinar, una conexión intelectual. 

Dieciocho minutos del pensamiento de Israel Ruiz sobre innovación, talento y cultura emprendedora. La charla tuvo lugar en 2010 durante el Fórum Impulsa, que organiza la Fundación Príncipe de Girona./ FUNDACIÓN PRÍNCIPE DE GIRONA. <A HREF=" http://elpais.com/elpais/2014/01/17/eps/1389985329_845832.html ">(Vídeo íntegro)</A>

¿Cuál es la estrategia en un lugar como el MIT para retener en su esfera a los individuos más valiosos? A nivel de profesorado hay una dimensión que queremos tener, saber qué tamaño y en qué disciplinas. Contratamos de media a unos 50 profesores cuando están al principio de su carrera. Nuestro modelo es que crezcan dentro del sistema. Los tenemos durante siete años trabajando en equipos. Les damos los recursos para que puedan tener los mejores estudiantes, y de esos 50 acaban quedando 20 o 25, que vienen de todas partes del mundo. El factor primordial por el que se quedan es la concentración del talento en su disciplina, el nivel de conectividad, que tu grupo sea de alto nivel, no tú solo. Otro tema clave es que cuando hay gente con ganas de hacer cosas, necesitan hacerlas, una válvula de escape. Si la empresa o el contexto no lo permite, esa gente acabará marchándose. Con edX, por ejemplo, reconociendo que dentro de una estructura grande es difícil innovar, creamos una empresa paralela que no está ni en nuestro edificio y que ha crecido de una persona a 75 en 18 meses. Este factor de crecimiento es casi imposible en una gran empresa, y nuestra decisión fue poner recursos separados. Es la teoría de Clayton Christensen –el padre de la innovación disruptiva y autor de El dilema del innovador–, y con él, que está en Harvard y esto le interesa, hemos hablado mucho. Está por ver si funcionará. El reto es probar si podemos utilizar la tecnología disruptiva para transformar para bien nuestro entorno y además cambiar el mundo. 

¿Considera que estas tecnologías han roto, o van camino de romper, el modelo de negocio de la educación universitaria? El nuestro no creo que esté roto. Se ha fomentado a muy largo plazo con unos recursos propios que han venido de los alumnos, y ese modelo va a durar. Pero hay muchas otras universidades, unas 4.000 en Estados Unidos, cuyo modelo de negocio es más que probable que esté roto con la aparición de la educación digital. Veo muy difícil que de aquí a 10 años siga habiendo tantas. 

¿Eso es bueno o malo? Creo que es bueno en el sentido de la excelencia. Lo que no sería bueno es que solo quedaran tres. Si hay universidades donde la proposición de lo que tienen y su valor económico no funciona, y ese es el modelo que rompes, entonces puede haber un camino intermedio. Ha de existir una diversidad de opinión, pero se ha generado un modelo universitario, con muchas instituciones privadas, en el que el retorno al estudiante no es muy bueno. Si es así en un caso, no vería mal que esa universidad no estuviera de aquí a 10 años. En algunos lugares habrá menos profesores, pero en otros habrá más porque se generarán nuevas oportunidades. Si este modelo de contenidos se pudiera modularizar, ocurre como con la música. ¿Cuándo es la última vez que te has comprado un álbum? Con sitios como iTunes, cada vez menos. Y en la educación puede ser igual. Cuando entras, por ejemplo, en la politécnica de donde sea, ¿tiene que ser monopolio? ¿O al final el valor es lo que ofrece residencialmente? Igual hay un profesor de otro lugar que explica muy bien el contenido. Tengo muy claro que hay una parte presencial, de tú a tú. No creo que para esto los medios digitales estén al nivel en muchos años. El factor de creación y de ideas pasa en el mundo real, en el día a día, en los dormitorios donde viven los estudiantes, tomando un café, en los laboratorios. Pasa mucho menos cuando hay un profesor que simplemente te está diciendo las cosas. Lo que queremos es minimizar en lo posible esto y dar más ayuda y contenido a lo otro, a lo diferencial. 

El vicepresidente de EEUU Joe Biden, durante el funeral por el policía asesinado en el MIT. Le acompañan Israel Ruiz y el presidente del MIT, Rafael Reif (derecha).
El vicepresidente de EEUU Joe Biden, durante el funeral por el policía asesinado en el MIT. Le acompañan Israel Ruiz y el presidente del MIT, Rafael Reif (derecha).D. REUTER (AP)

Entonces, igual que ocurre en otros sectores, ¿es la clase media de las universidades la que tiene un grave problema? Ya está pasando. Por ejemplo, en España. Es casi una revolución. España es el cuarto país del mundo de usuarios de edX, después de Estados Unidos, India e Inglaterra. Esto refleja que hay una población que tiene ganas de aprender cosas, y cosas que estén bien, y luego que buena parte de esa población está desempleada y busca reconvertirse. Y las universidades de aquí no se han dado cuenta. ¿Qué va a pasar? Pues que si en la universidad el profesor que sea está dando las leyes de Newton, unas leyes escritas hace cincuenta años, ¿cuál es el valor añadido de explicar las leyes de Newton en la Politécnica de Madrid, de Valencia, de Barcelona, de Milán, cuando hay un profesor muy bueno que te las explica online?¿Por qué no decirles que en vez de leer un libro se miren una lección en Internet y en clase hagamos el experimento entre varios de cómo cae la manzana? Me parece lamentable que hoy día muchos de los ingenieros que salen de España no han hecho un trabajo de equipo en cuatro años. Les han dado contenido, y a ese nivel somos muy buenos, pero nada en la parte experimental. Y es ahí donde la universidad se va a tener que diferenciar. Va a pasar, y los usuarios ya lo están haciendo. Si España es el cuarto país en número de usuarios… 

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¿Cómo habría que empezar a plantearse el cambio? Creo que hay una oportunidad grandísima para la universidad, que es transformarse y que lo que se haga presencialmente sea mucho más localizado. Preparar a la gente para la vida laboral asumiendo que ciertos contenidos, los desarrolle quien los desarrolle, van a estar online. Lo que no hay que hacer es reinventar la rueda. No hace falta coger y crear una plataforma propia y volcar masivamente todos los contenidos. Es mejor especializarse en determinadas materias en las que, por ejemplo en el caso de España, se tenga una competitividad alta. Colocar contenidos en los que se tenga un factor diferencial de competitividad y ligarlos a inversiones futuras. Es la oportunidad de desmarcarnos. Invertir en determinadas disciplinas en los próximos 10 años que tengan un impacto 'online'. Cuando hablamos de internacionalización de la universidad, puedes tener así un reclamo. Pero volvemos a lo mismo: hace falta una decisión. Igual todos los profesores de una universidad quieren hacerlo, pero eso no puede ser. El mundo corre muy rápido y ya hay gente traduciendo de manera espontánea, en Latinoamérica, esos contenidos al español, como si fuera una Wikipedia. El mercado de habla hispana lo necesita y se está traduciendo pro bono. Como nosotros lo hacemos abierto, pues ya lo tienen. 

Dos años después del lanzamiento de edX se han encontrado también con algunos profesores críticos, con fuertes debates sobre la gratuidad de los contenidos ofrecidos. ¿Qué puntos oscuros van apareciendo? Todavía hay incertidumbres, pero tenemos claro lo que va a pasar, participen o no las universidades. Con que alguien lo haga ya está. La tecnología existe y nosotros optamos por asumirla. Por un lado abrazamos los contenidos digitales en la parte residencial, y analizamos qué funciona, y por otro, a través de edX, intentamos liderar la revolución tecnológica a nivel mundial. Nos hemos dado cuenta de que es muy complejo hacer digitalmente el contenido con la calidad que lo tenemos presencialmente. Como pasaba en los inicios de Internet, que se trasladaba lo analógico al mundo digital y no funcionaba bien. Al cabo de unos años se repensaron los procesos con el medio de Internet en la mente, como Amazon, por ejemplo. Todavía estamos en ese periodo: quieres un curso en Internet y un profesor dice: pues lo filmo. Y no funciona bien. Hay que hacer una rearquitectura del contenido, repensar todo el curso. Una vez que te metes, cuesta mucho más de lo que creíamos si pretendes ofrecer calidad. Por eso nosotros tenemos menos contenido del que quisiéramos. También está el riesgo de que otros hagan más con menos calidad y les valga a los usuarios, es lo de siempre, y estas discusiones las tenemos todo el rato. De momento hemos apostado por un camino. 

Usted está rodeado cada día de premios Nobel, de Chomskys o futuros Bernankes. En ese ecosistema, ¿dónde está la clave para liderar procesos de transformación? Liderar el cambio, o evolucionar, nunca es fácil, y lo primero que se necesita es que la gente que lo esté haciendo tenga credibilidad. Es el caso de nuestro presidente, que lleva más de 35 años, y su equipo. Pero el cambio solo lo puedes hacer si hay una visión, si esa visión es entendida y compartida, y si además hay transparencia. Nuestra cultura en el MIT es que todo lo hacemos muy transparente. Trabajas con gente, con mucha, que es más inteligente que tú, y debes ser capaz de vehicular las ideas. El MIT es como un conjunto de 2.000 start-ups, y mi labor como administrador es habilitar a esta gente. Es ahí donde me siento orgulloso, cuando ayudo a que salgan las cosas. En el MIT escucharás muy poco la palabra yo. Incluso un premio Nobel lo primero que te va a hacer es reconocer a su equipo, al entorno. El papel del individuo, ser un genio, es lo que marca la diferencia, pero el equipo sin el entorno no tendría el mismo impacto. Y este es uno de nuestros secretos. 

¿Dónde cree que se suele romper la cadena hacia el éxito en la mayoría de las organizaciones? En la selección del talento. Me imagino una cadena en la que vas poniendo eslabones y cuando uno de ellos falla te vas para abajo. En un equipo tienes que intentar siempre buscar al mejor. No quiere decir necesariamente el más inteligente. De lo que te das cuenta es de que cuando hay una persona que rompe la cadena, normalmente no se echa a esa persona. Se contrata a otra, se pone una estructura, pero esa persona queda ahí. Ese tema es difícil de afrontar a veces y se deja a esas personas que te van corrompiendo el equipo. Por eso hay que empezar pequeño e ir creciendo. La tendencia que tenemos como humanos es que estás agobiado de trabajo y necesitas tres personas. Pues cojo a esos tres que me saquen el trabajo. Y no funciona. Nosotros, de los 50 que queremos contratar al año, si no conseguimos a la persona adecuada, dejamos el puesto vacante. Eso requiere una disciplina, porque o el equipo va a trabajar más o no desarrollaremos cosas que nos gustaría. Lo que no haremos es ceder en ese compromiso con la calidad. Hay una filosofía de trabajo. En muchas organizaciones, si los resultados no salen, aunque alguien lo esté haciendo muy bien, se lo cargan. Esto pasa constantemente a nivel de empresa y necesitas tener un entorno que casi te aísle de la presión del corto plazo. Para eso hace falta visión de largo plazo. En el MIT le doy mucho crédito a la estructura de gobernanza. Cuando ya estás a punto de tirar la toalla, intentando cambiar el mundo, y te hacen la vida imposible, llega ese consejo de administración que te da una palmada en la espalda y te dice “tira para delante, sabemos que es difícil, pero este es el camino”. Y esta estructura de gobernanza ha ayudado mucho durante toda su historia. 

Israel Ruiz

Tener bien ancladas las raíces es compatible con ver la realidad con amplitud. Esa es una de las razones que unen a Israel Ruiz (1971) con su vecino Ferran Adrià, los dos del popular barrio de Santa Eulalia, muy cerca de Barcelona ciudad. Comparten amistad, admiración mutua y una gran ambición por innovar. "Tú has cambiado el mundo y yo estoy intentándolo", suele comentarle al cocinero. Aunque Ruiz diseña cómo será la alta educación, proclama el valor de la escuela pública. Desde ella llegó a ser el primer universitario de una típica familia de la posguerra. Sus hijos acuden al colegio público en Boston y es, junto a su mujer, arquitecta, un activo miembro de esa comunidad, a la que dedica cuatro noches al mes. 

Este momento no ayuda precisamente a manejar el equilibrio entre el corto y el largo plazo. ¿Algún consejo para ir cumpliendo objetivos y tener verdadero impacto en el tiempo? Es uno de los problemas de muchos países, donde el ciclo político y el ciclo empresarial crean esta disfunción. Nosotros tenemos un grupo de gestión del día a día, pero constantemente hay un equipo de dirección pensando cuál es el camino a 10, a 20 o a 30 años. Y mucho viene de la gente que hace la investigación, no viene de arriba abajo. Hay que pensar en el largo plazo constantemente y hay que diferenciar los dos equipos. Cuando hay una crisis, todo el mundo deja aparcado el largo plazo y se lanza al corto plazo. Aunque también es un error dejarlo completamente, porque las crisis son un buen momento para repensarse. Así nació, por ejemplo, la idea de edX, de la crisis de 2008 y 2009. Al final, las apuestas arriesgadas son las que definen el futuro y las que permiten hacerlo nuestro. Pensando en el día a día no se define el futuro, y en España el problema en la crisis es que nos hemos focalizado mucho en afrontarla y hemos dejado esto. Hay que crear un organismo independiente, pero conectado. Un organismo desconectado de la realidad no funciona. No creo que cueste tanto, aunque sí tiempo y dedicación, y las canas que te salen, porque decir muchas veces no tiene un coste. 

¿Es posible enfocarse por el camino de la innovación cuando ni existe la cultura ni los recursos? Al final, a todo el mundo le faltan recursos para buscar todos los objetivos, a nivel familia o empresa. Hay que tomar decisiones difíciles, y para poder innovar y competir a nivel global no se puede hacer innovación en todo. Para eso nunca hay recursos. Pero si concentras los recursos, es posible. Si en lugar de poner una gota de agua caliente en una reserva de agua fría, que se difumina en nada, la pongo en un chupito, se puede hacer. Encuentro a faltar que se tomen esas decisiones difíciles. No pueden ser de forma consensuada, alguien tiene que aguantar el chaparrón. Mi trabajo es decir que no el 90% de las veces, y eso sabe muy mal en un sitio como el MIT, porque las ideas son muy buenas, pero hay que hacerlo. Lo que me gustaría en España es ver un poco de eso. Esto vale para educación, pero es general. Coger dos o tres guerras y atacar esas. A los que no están ahí no les va a gustar. Pero el consenso no va a llegar. Ha de haber un grupo con la credibilidad y la pasión suficientes para decir cuáles son las cinco o seis cosas en las que vamos a concentrar los recursos. Y para eso sí los hay. No es que falten recursos, sino tomar esas decisiones difíciles, que van a ser penosas para muchos, pero es sembrar el futuro. Esto lo hacemos constantemente. 

¿Son replicables esos espacios de innovación como Cambridge (Harvard y el MIT) o Silicon Valley (Stanford)? Para empezar, la respuesta es sí, pero no 10 veces en un mismo país. Y menos en un país de escala pequeña. Nosotros tenemos colaboraciones en algunos lugares donde el sistema político, el empresarial, el universitario y el social se ponen de acuerdo en que se trata de un tema de país y futuro, y si estas fuerzas están alineadas, puede funcionar. Tenemos proyectos en Rusia, Singapur, Abu Dabi, incluso en Portugal, y creemos que la replicabilidad de nuestro entorno es a muy largo plazo. Lo que ocurre ahora es que te vienen políticos de cualquier país, visitan el Media Lab y te preguntan: ¿cómo hago yo esto en mi país? Pues mañana no lo tienes. Si hablamos a 20 años, quizá hay una oportunidad. Y entonces desconectan. No disponemos de una máquina para realizar transferencia de innovación. Pasa por las personas, por la voluntad de los profesores, de los doctorados que están en un laboratorio y deciden crear una empresa. En la innovación, el proceso evolutivo es fundamental, no es solo cuestión de recursos. En España, la innovación y la emprendeduría han cambiado a mejor, pero faltan años para que vaya a funcionar. 

Habla de enfocar bien, de seleccionar. ¿Cuáles son las prioridades del MIT y las suyas personales? Tengo la suerte de estar involucrado en muchas cosas –entre ellas, el proyecto MIT 2030, encargado de diseñar cómo será el campus de aquí a dos décadas–, porque he desarrollado la credibilidad de mi equipo durante los últimos años. Tenemos la capacidad de trabajar con la parte académica, que es la que mueve el futuro. Desde nuestro punto de vista, las tecnologías digitales y la educación usando esas tecnologías tienden a un modelo a lo Christensen, que si alguien lo ejecuta bien, la educación residencial igual pasa a ser un nicho de mercado. Mi papel allí es de estrategia, negocio y finanzas, y ese negocio podría ser afectado y gravemente con este modelo de educación digital. Otro foco es la nanotecnología y lo que ofrece a las ciencias de la vida, a la biología, a las físicas. Esta es otra área muy importante de inversión. Y lo tercero es intentar contribuir a la medicina, la sanidad, para mejorar más la salud humana. Con componentes de acceso a comida, acceso a agua, de enfermedad. En los próximos años lanzaremos iniciativas en estos campos. Sin duda, a mí lo que más me mueve es el impacto social, lo público, el factor de amplificación a gran escala. Esa escala absoluta es fundamental para garantizar la excelencia. La educación, y lo ligo quizá a mis orígenes, es el factor que cambia el mundo.

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Sobre la firma

Borja Echevarría
Director adjunto de EL PAÍS. Antes trabajó en Univision en EEUU, donde fue vicepresidente y director de noticias digital. Entre 2010 y 2014 vivió su primera etapa en EL PAÍS como subdirector de información. Empezó su carrera en El Mundo y cofundó el medio digital Soitu.es. Es Nieman fellow en periodismo e innovación en la universidad de Harvard.

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