La necesidad del encuadre
Si la imagen no apareciera recuadrada por los límites del ventanuco, esta escena carecería de todo interés. Pero observarla a través de la ranura proporciona una carga de misterio
Estoy pensando que si el fotógrafo hubiera acercado más la cámara, de modo que la imagen central no apareciera recuadrada por los límites del ventanuco, carecería de interés. Una fotografía más de un aula cualquiera. En cambio, el hecho de que nos obligue a contemplarla a través de una ranura proporciona a la escena una carga casi insoportable de misterio. No puedes dejar de asomarte, pero te asomas como a un microcosmo, como te asomarías a un terrario, a un hormiguero de museo de ciencias naturales, como te asomarías también a un pedazo de piedra lunar. Te dan ganas de contar a los alumnos; son 15, casi todos chicos, qué curioso, unos vestidos para el frío y otros para el calor, como si en cada zona de la clase hubiera un microclima. Aquí, en el primer plano, hay un chico en manga corta, y allá, al fondo a la derecha, se ve a una joven embutida en un plumas. Del perchero situado debajo de la ventana solo cuelga una prenda de abrigo.
Y luego están los profesores. ¿Por qué dos? Quizá no se esté impartiendo una asignatura, sino que se está hablando de cuestiones relacionadas con el orden, con la disciplina del centro. Tal vez se estén dando los horarios del nuevo curso escolar. Así lo sugiere el papel que sostiene el profesor y que parece leer a los alumnos, cuyo gesto de atención no es, piensa uno, el que tendrían si se les estuviera enseñando un teorema. En cuanto a los aparatos que cuelgan del techo, quizá sean proyectores de diapositivas, o cámaras de TV, cómo saberlo. La necesidad del encuadre, incluso del recuadro, para entender la realidad.
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