Alcaldesas por imperativo moral
Tenían profesiones rentables y no sabían nada de política. Estas cuatro mujeres coraje se han lanzado al ruedo del Gobierno en Italia para luchar contra la corrupción y la Mafia, pero sobre todo para defender el bien común de los pueblos en los que crecieron.
El despacho es un vaivén constante de personas. En un estante, una de las muchas placas conmemorativas reza una frase de Gianbattista Vico: “La esperanza y el valor de pocos dejan trazas indelebles”. La mujer sale y entra continuamente, sin perder nunca la calma y escuchando a todo el mundo. Fuera, los hombres de la escolta que la acompañan desde hace año y medio esperan pacientemente.
Estamos en Rosarno, pueblo de casi 16.000 habitantes en la Piana di Gioia Tauro, Calabria, Italia. La mujer se llama Elisabetta Tripodi: 44 años, abogada, madre de dos hijos adolescentes y, desde finales de 2010, alcaldesa del pueblo.
La primera vez que se habló de Rosarno fuera de Italia fue en enero de 2010, cuando varios centenares de inmigrantes africanos, empleados en la cosecha de cítricos y exasperados por las condiciones de explotación en las que estaban, inundaron la carretera que atraviesa el pueblo prendiendo fuego a algunas de las principales calles. En respuesta empezó una caza al negro con patrullas armadas que duró dos días y dos noches. El suceso pasaría a la historia como la revuelta de Rosarno.
En Italia, en cambio, Rosarno y la Piana di Gioia Tauro se asocian desde hace años a la ‘Ndrangheta, hoy reconocida como la organización criminal italiana más poderosa y la primera Mafia global gracias a su capacidad de reproducir su estructura en el extranjero, establecer relaciones con personas ajenas y, a la vez, mantener una base fuerte en casa. En Calabria es donde la ‘Ndrangheta tiene su origen y su fuerte.
Hay mucha gente en silencio que quizá tiene miedo, pero se identifica con lo que estoy haciendo”
A los ocho meses del comienzo de su legislatura, una mañana de verano, Tripodi recibe en su despacho una carta intimidatoria por parte de un condenado a cadena perpetua perteneciente a una familia mafiosa de Rosarno.
“Me expresaba su decepción por algunas decisiones tomadas por mi Administración, concretamente, el habernos constituido como parte civil en un proceso de mafia –hoy todavía en curso– contra la cosca (banda) de Rosarno y el haber desalojado una casa habitada por la madre de él. Un edificio ilegal adquirido en 2003 por el Ayuntamiento y que las anteriores Administraciones no habían desalojado”, cuenta Tripodi.
Las investigaciones posteriores determinan que en la celda del hombre hay otras cartas dirigidas a Tripodi. Él ha sido condenado a cinco años.
Cuando durante el verano de 2010 un grupo de amigos proponen a Tripodi presentarse a la alcaldía, al principio, ella dice que no. La Administración anterior había sido disuelta por mafia, la situación estaba tensa tras la revuelta. Ella, que todavía hoy trabaja como secretario comunal en un pueblo de la zona, no tiene ninguna experiencia política. En Rosarno, la urbanización salvaje no se ha acompañado de servicios y hay barrios sin alcantarillado ni iluminación pública. Los clanes de la ‘Ndrangheta –la estructura familiar es la especificidad de esta Mafia con respecto a las otras mafias italianas– controlan el tráfico de drogas y armas gracias al cercano puerto de Gioia Tauro, y reinvierten en el terciario, en la construcción, en el ciclo de los residuos, donde sea que haya grandes intereses económicos, emprendedores corrompibles o extorsionables y políticos corruptos, en Italia y en el extranjero. En Calabria hay un 40% de desempleo juvenil y casi un 30% de ocupación irregular. Las personas jóvenes se van. En Rosarno, desde 2003, ninguna Administración ha conseguido terminar su legislatura, tendencia que Tripodi pretende romper.
“Cuando en 1998 volví a Calabria tras vivir 15 años en Lombardía –quería que mis hijos crecieran aquí– vi que lo que había dejado había empeorado mucho. Entonces me di cuenta de que si había tomado esa decisión, pues tenía que hacer algo por mi tierra. Por eso, al final acepté presentar mi candidatura”.
Así, Tripodi toma, con una coalición de izquierdas, las riendas de su comunidad, intentando hacer lo que se esperaría de cualquier Administración pública: moverse en el marco de la legalidad, anteponiendo los intereses colectivos a los individuales. Concede contratas de obras públicas, cobra impuestos, se opone a la especulación inmobiliaria, financia un centro deportivo –el pueblo no tenía ninguno–, reforma el colegio y monta una tendopoli (complejo organizado para vivir en tiendas de campaña) para los trabajadores inmigrantes, “aunque Rosarno sigue sin tener la capacidad de acogerlos dignamente”. Intenta racionalizar los gastos. Ella misma se reduce la nómina como alcaldesa en un 50%, dejando la otra mitad para las políticas sociales.
Si ya durante la campaña electoral la oposición política la llama “secretaria”, disminuyendo su rol profesional, ahora la critican –y no solo la oposición – por trabajar, “acusación que nunca se ha hecho a un alcalde hombre”, dice. Le llaman la alcaldesa de los africanos, la acusan de mentir sobre las amenazas recibidas.
“Hay también mucha gente en silencio que quizá tiene miedo a manifestarlo libremente, pero que se identifica con lo que estoy haciendo”, dice recordando a un señor que a los pocos días de recibir la carta de intimidación se presentó en el Ayuntamiento pidiendo estrecharle la mano.
Unos 70 kilómetros al este de Rosarno, en Monasterace, en 2006, otra mujer había asumido la alcaldía de la comunidad animada por un sentimiento muy parecido al de Tripodi. Maria Carmela Lanzetta, 57 años, farmacéutica, madre de dos hijos veinteañeros, lo define como “el deber moral del compromiso”. Estamos en la misma provincia de Reggio Calabria, en la zona de la Locride. Igual que en Rosarno, aquí también se erguía una vez una importante ciudad magno-greca (allí Medma; aquí, Kaulon) y también hay un puerto al lado. Igual que la Piana di Gioia Tauro, la Locride es sede de una ‘Ndrangheta antigua y fuerte, que en la localidad de Monasterace hizo su fortuna durante los años sesenta y setenta con el tráfico de cigarros de contrabando.
Calabria había empeorado mucho cuando volví. Tenía que hacer algo por mi tierra”
Igual que Tripodi, Lanzetta estudió y vivió varios años en el norte de Italia y es mujer de izquierdas sin experiencia política previa. “Volví porque pensé que era necesario que los jóvenes calabreses pudieran encontrar trabajo aquí, trayendo consigo las experiencias positivas que habían vivido fuera”.
Desde que volvió ha trabajado en la farmacia familiar que su madre lleva en el pueblo desde 1954 y participa e impulsa actividades sociales y culturales.
En Monasterace faltan recursos económicos y humanos. En Italia, los recortes de la spending review (decreto 95 de julio de 2011) del Gobierno de Monti recaerán en 2013 en un 50% en los Ayuntamientos. Nada más instalarse en la Administración, Lanzetta empieza una búsqueda desesperada de financiaciones públicas “para cualquier cosa que fuera posible traer al pueblo”. Para ella es muy importante el respeto a las reglas, el orden urbanístico y dirigir el desarrollo hacia la recuperación de lo existente. Desde el primer día renuncia a la totalidad de su nómina como alcaldesa.
A pesar de las luchas políticas y de los contrastes internos, “en parte debido a que no siempre supimos mediar”, en mayo de 2011 Lanzetta empieza su segunda legislatura. La noche del 26 de junio de 2011, unos desconocidos devastan y queman su farmacia, sobre la cual vive con su familia (incluida su madre).
“Fue terrible no solo porque es lo único que poseemos, sino, sobre todo, por el compromiso personal que nuestra farmacia ha tenido siempre con el pueblo y con su gente más humilde”. Las investigaciones sobre las responsabilidades de la destrucción de la farmacia están en curso. La mañana siguiente, gracias a la ayuda de la comunidad, Lanzetta y su familia vuelven a abrir la farmacia en un edifico de al lado y la vida retoma el ritmo anterior.
No utilizo escolta para nada que no esté relacionado con mi trabajo. El resto he dejado de hacerlo”
El 27 de marzo de 2012, a las once de la noche, su coche recibe cuatro disparos de fusil. No se da cuenta hasta la mañana siguiente, cuando de camino al Ayuntamiento se le cae el móvil al suelo. Esa tarde hay consejo municipal para hablar del problema de 60 mujeres que trabajan en los invernaderos de crisantemos para una empresa privada que opera en terrenos comunales: 8 horas diarias por 29 euros al día que llevan sin cobrar (todavía hoy) desde 2010. Lanzetta va igualmente al consejo. “El problema de esas mujeres tenía que emerger. ¿Sabe qué significa una mujer, madre, que igual vive en el campo y recibe un salario? Significa libertad, conciencia de tu valor y, consecuentemente, que aprendes a no bajar la cabeza”.
La mañana después vuelve al Ayuntamiento y dimite. “Sentí que ya no era libre para ejercer de alcaldesa, y sin libertad no es posible hacerlo”.
El país entero se moviliza en apoyo a Lanzetta. “Al final entendí que mi dimisión daría un signo negativo al Estado, y por el respeto que le tengo al final decidí seguir”. Se mueve continuamente mientras habla. Su voz es sosegada; la mirada, cansada. “En estos siete años he envejecido muchísimo, parezco otra”.
Desde hace siete meses, Lanzetta vive con escolta. Como en el caso de Tripodi, eso significa ir acompañada en sus salidas por dos carabineros y un coche en el que nadie más puede viajar. Cuando están en casa, un vehículo con policías vigila desde la calle. Para ambas, lo más difícil de renunciar han sido las pequeñas acciones cotidianas: para Tripodi, no poder llevar su hijo a la escuela; para Lanzetta, no ir al supermercado, a dar un paseo por la playa, a tomar un café con una amiga. “No quiero usar el servicio que el Estado me da para nada que no esté relacionado con mi actividad de alcaldesa. El resto he dejado de hacerlo”, dice Lanzetta.
Ambas sienten que una se puede acostumbrar a la escolta solo pensando que no durará para siempre y que gracias a ella pueden seguir llevando a cabo lo que otra alcaldesa de Calabria, Carolina Girasole, define como “demostrar en territorios tan difíciles que el Estado está y es más eficiente y eficaz que otros tipos de organizaciones”.
Para Maria Carmela Lanzetta es muy importante el respeto a las reglas y el orden urbanístico
Girasole, 49 años, bióloga, licenciada en Roma, madre de dos hijas adolescentes, es alcaldesa, desde principios de 2008, de Isola di Capo Rizzuto, un pueblo de 16.000 habitantes en otra de las zonas calientes de Calabria, el Crotonese. La ‘Ndrangheta llegó a esta zona de mar en los años cincuenta y sesenta, cuando se empezaron a construir grandes complejos turísticos. “Aquí, la ‘Ndrangheta tiene la gran capacidad de entender enseguida que economía y política se dan la mano”, explica Enzo Ciconte, escritor calabrés, considerado uno de los mayores expertos en Italia de las dinámicas de las asociaciones mafiosas. “Entonces hizo dos cosas: por un lado, la guardieria, o sea, ofrece protección a los hoteles, y por otro entra en el Consejo Municipal de Isola”. Consejo que en 2003 fue disuelto por “infiltración mafiosa” y que hasta 2008 fue administrado casi ininterrumpidamente por “comisiones extraordinarias”. Igual que en el caso de Tripodi, la primera reacción de Girasole cuando una recién creada lista cívica de izquierdas le propone la candidatura es un no rotundo. Copropietaria de un laboratorio de análisis clínicos en un pueblo cercano, Girasole tampoco tiene ninguna experiencia política. Pero, como las otras, siente la necesidad de “romper con la dinámica por la que parece que lo que está a tu alrededor no te pertenece”.
Si en un primer momento se imagina compaginando su trabajo en el laboratorio con las nuevas responsabilidades administrativas, desde los primeros días de legislatura las segundas la absorben por completo. “Nos encontramos con un organismo fuertemente endeudado y completamente desorganizado. Había muchos procedimientos abiertos y errores de empleados que habían recaído sobre el desarrollo del territorio”.
La administración se lanza a la reorganización interna, con cambios de funciones entre empleados, para romper clientelas, y a la creación del departamento legal. Se constituye como parte civil en casos de mafia. Trabaja para devolver a la comunidad los inmuebles confiscados a la Mafia que estaban abandonados y los terrenos confiscados, pero que en realidad seguían ocupados por los antiguos propietarios. Para los primeros consigue financiación para rehabilitarlos –las obras acaban de empezar–, mientras que para las 80 hectáreas de tierra agrícola está a punto de constituirse una cooperativa creada a través de convocatoria pública y gracias a la sinergia del Ayuntamiento, de la prefectura, asociaciones de agricultores y la asociación contra las mafias Libera. En esos terrenos, las escuelas han realizado un parque para las mariposas e ideado una casa de la música, que el Ayuntamiento está realizando. “El hecho de que los niños puedan usar estos terrenos e, incluso, hacer proyectos en ellos permite poderles hablar del tema”.
Ya no tiene tiempo para dedicarse al laboratorio, que sufre pérdidas económicas. Finalmente decide venderlo.
Le han escrito amenazas de muerte en las paredes del pueblo. Han quemado varios coches y el portal del Ayuntamiento. “Muchas personas que probablemente tenían intereses que han visto suspendidos ya no están al lado mío ni de mi marido. Otras muchas tienen dificultad en alinearse abiertamente conmigo porque seguramente se les ataca por ello”, explica con esa concreción y decisión que comunica en todo momento. Francesco, marido de Girasole, vende material para la edificación y ha perdido clientes. “La difamación y la soledad son el precio que hay que pagar por la justicia”, dice. “Creo que aquí se subestima lo que hace mi madre”, opina Federica, de 18 años.
El Estado ha ofrecido a Girasole escolta. Ella la ha rechazado. “La escolta te impide moverte en los lugares donde encuentras a la ciudadanía: en los supermercados, en la iglesia, en la peluquería, allá donde, incluso en los momentos más insólitos, puedes explicar los motivos de algunas decisiones. Además, no tiene sentido que yo esté escoltada y el resto de mi familia esté al descubierto”. Girasole no esconde tener miedo por su vida y por la de sus familiares.
La ‘Ndrangheta no es un problema solo de Calabria. “Quien lleva adelante esta idea es porque quiere cubrir una realidad local”, afirma Ciconte, quien publicó el primer libro dedicado exclusivamente a la historia de la ‘Ndrangheta. En Barcelona, Madrid, Algeciras, Málaga, solo por citar algunas ciudades, se ha confirmado la presencia de diversas bandas (también llamadas ‘ndrine) y se han llevado a cabo detenciones de jefes forajidos.
Tampoco la ‘Ndrangheta tiene presencia en toda la Calabria. En la zona del Reventino, en la provincia de Catanzaro, el pueblo de Decollatura es históricamente una de esas islas felices. Es un pueblito de montaña: 3.300 habitantes, una economía de subsistencia y rural donde dominan las pequeñas empresas. Desde 2011, la alcaldesa es Anna Maria Cardamone, 49 años, economista, licenciada en Messina (Sicilia). Ha renunciado a un puesto como directora administrativa de una fundación regional dedicada a la promoción del desarrollo rural para cumplir con la promesa hecha a un grupo de jóvenes –en su mayoría, mujeres– de centro-izquierda y sin experiencia política que querían devolver la “democracia participativa” al pueblo.
“Les dije: ‘Os doy cinco años, pero tendréis que ser vosotras las dirigentes que ganen las próximas elecciones”, cuenta. Estamos en su despacho del Ayuntamiento, sigue llevando abrigo y se interrumpe de vez en cuando para toser. A pesar de la nieve que cubre las calles del pueblo, en el edificio no hay calefacción. “Teníamos que escoger: la escuela o el Ayuntamiento”, aclara. Cardamone se ha encontrado con una deuda con el Estado y con proveedores de más de un millón de euros que está intentando sanear sin tener que subir impuestos. Su estrategia actual es vender bienes en desuso, como antiguas escuelas rurales.
Todas han recibido amenazas. Todas ellas insisten en combatir la mentalidad mafiosa
Su primera acción ha sido quitar la licitación a la empresa privada que gestionaba los residuos –y que costaba al ayuntamiento casi 200.000 euros al año– y empezar a hacerlo directamente como Ayuntamiento. Ahora gasta menos de la mitad, y con el dinero ahorrado ha podido contratar (de momento, solo a media jornada) a 12 personas que llevaban unos 15 años trabajando para el Ayuntamiento de precarios y, además, comprar una máquina para la recogida selectiva.
A pesar de la diferencia de contexto, ella también, como los tres casos anteriores, es una mujer incómoda. “Como mujer, yo tenía que representar la novedad, un momento de tránsito de una situación, para que después volvieran los mismos de antes. En la política, todavía pensada en masculino, se cree que las mujeres pueden ser más condicionables o histéricas y que lo dejan antes”, cree Tripodi.
Todas ellas han recibido o reciben cartas anónimas donde se les aconseja dejar el cargo, amenazando con desvelar “lo que has hecho”, ya sea una supuesta traición a sus maridos, un delito o un fraude. Las calumnias y las intimidaciones se han trasladado también a la Red, donde perfiles y grupos de Facebook o blogs anónimos repiten la tónica de las cartas –dirigidas también a sus familiares– y de los manifiestos que en su momento han cubierto los pueblos de algunas de ellas. No solo son ladronas o mentirosas, sino que si están allí “es porque habrán sido complacientes con alguien”. En su falta, se las critica por como visten o por su aspecto. A todas, que en Italia tienen cierto eco mediático, se las acusa de pasar inmerecidamente por heroínas anti-Mafia o paladinas de la justicia, de dar una mala imagen del pueblo y de usarlo para sus carreras profesionales.
Las cuatro hablan a menudo entre sí y se apoyan unas a otras. Ninguna piensa renunciar, aunque algunas, como Lanzetta, admite planteárselo cada día. La gente que les ha votado ha puesto en ellas una confianza que no piensan traicionar. Han empezado proyectos a largo plazo que temen se cancelarían enseguida si se fueran. Girasole está en campaña electoral para las administrativas del próximo febrero. Todas insisten en la importancia de combatir la mentalidad mafiosa, que Tripodi define como “vandalizar todo lo que es común y a la vez querer que nadie toque lo tuyo”. El camino, aseguran, pasa por potenciar el trabajo en las escuelas, por el respeto de las leyes, por tener el valor de decir que no.
Las mujeres en Calabria tienen históricamente un papel fundamental en el ámbito familiar. Y es allí donde se construye y mantiene la ‘Ndrangheta. Ciconte opina: “Solo ganaremos a la ‘Ndrangheta cuando podamos convencer a las mujeres para romper sus familias mafiosas”. ¿Puede ser que algunos también teman que estas alcaldesas puedan ser un ejemplo a seguir para otras mujeres? Ciconte cree que sí. Ninguna de ellas considera que el suyo es un acto de heroísmo y todas insisten en que su intención al asumir la alcaldía no era en absoluto luchar contra nadie. Ninguna tiene como prioridad resultar simpática a la gente, todas quieren hacerlo lo mejor que puedan. Y todas sienten que, si intentan intimidarlas, es porque van por el buen camino.
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