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OPINIÓN / XAVIER VIDAL-FOLCH
Columna
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A grandes males, grandes remedios

Las grandes recesiones no tienen la buena costumbre de avisar con tiempo, por eso son letales

Xavier Vidal-Folch
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca este miércoles.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca este miércoles. Alex Brandon (AP)

Resulta chocante. Con su economía creciendo al ritmo del 2,% anual y el desempleo en el 3,7% de la población activa, en EE UU se discute de si el país está a las puertas de una recesión.

En realidad, no es tan sorprendente. Las grandes recesiones no tienen la buena costumbre de avisar con tiempo, por eso son letales. Y si lo hacen, casi nadie se entera: la de 2007/2008 fue profetizada por muy pocos economistas, de distinto perfil, como Nouriel Roubini o Paul de Grauwe.

Y es que siempre hay desequilibrios aptos para una crisis, pero suele faltar un desencadenante, un multiplicador que la acelere y despierte al personal del sueño confortable al que le condena la bonanza.

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En el caso de EE UU, la Fed —atención este jueves a Jackson Hole— apuntó en sordina en su última reunión a las guerras comerciales de Donald Trump para justificar su decisión de rebajar tipos.

Es probable que tenga razón Trump cuando asegura que “estamos muy lejos de una recesión”. Pero seguro que él contribuirá a que la actual desaceleración empeore.

El FMI pronosticaba en enero que el PIB norteamericano crecería un 3,8% este año; el mes pasado lo rebajó al 3,2%. Goldman Sachs rebaja su augurio para el último trimestre desde el 2% al 1,8%.

No son cifras fatales, pero sí mucho peores que sus promesas de crecer al 4% o 5% cuando explicaba su rebaja fiscal: el crecimiento registrado ha sido en buena parte deglutido en su pulso con China.

Trump niega la recesión, pero —paradoja— ya prepara estímulos a su economía. O sea, otras rebajas fiscales, como se le ocurre siempre al populismo derechista... y que suelen redundar en grandes déficits, como demostró el inefable Ronald Reagan. A grandes males, grandes remedios.

El recorte fiscal beneficiaría como es costumbre a los más ricos (impuesto a la compra de acciones) y se acompañaría del recorte de gastos en la lucha contra la pobreza y la cooperación al desarrollo.

En el caso de Europa, los grandes remedios se avizoran menos ideológicos. Uno será la activación en Alemania de un paquete de política fiscal para invertir 50.000 millones de euros, si el ministro socialdemócrata de Hacienda Olaf Scholz se sale con la suya... ayudado por la presión de los empresarios en favor de más gasto público. Y por el miedo a la recesión pronosticada el lunes por el Bundesbank para este tercer trimestre.

Otro remedio es el paquete expansivo de política monetaria previsto por el BCE para septiembre. El dato de la baja inflación de julio (1%, contra el 2,2% en julio de 2018) da alas a las medidas de estímulo.

Algunos piden más. Hasta el helicóptero monetario de Milton Friedman y Ben Bernanke (imprimir dinero y lanzarlo a los consumidores): lo escribe Jean Boivin, alto directivo del monstruo mundial inversor, Blackrock (FT del martes).

“Poner la directa” es su lema. O sea, “colocar dinero más directamente en las manos de las entidades que pueden emplearlo, consumidores incluidos”. En las suyas, claro, pero también en las nuestras.

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