Sócrates y el genoma
La revista Nature ha abierto su último número con una invitación a la que nadie puede renunciar. "Su vida en sus manos: instrucciones para la era de la genómica personal", reza el título que reúne tres trabajos sobre una técnica que promete ser eficaz para responder a un viejo desafío, el de conocerse por fin a uno mismo. El investigador principal de uno de los estudios, vicepresidente de la firma británica Illumina Cambridge, explica que, tal como están las cosas, seguramente en un año aquel que lo desee podrá encargar la lectura de su propio genoma por unos 8.000 euros.
Una fruslería. Y más si se tiene en cuenta que uno podría quitarse de encima esa exigencia de aquel remoto filósofo griego, un tal Sócrates. Era un hombre un tanto charlatán que vivió en Atenas en los dos últimos tercios del siglo V antes de Cristo y al que le gustaba ir por ahí diciendo: "Sólo sé que no sé nada". El muy bellaco, sin embargo, no tuvo mayor reparo en convertir una inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos, en uno de los mandatos de su filosofía: "Conócete a ti mismo".
Desde entonces el hombre occidental anda a la greña con semejante obligación. Otra compañía de genética personal, la estadounidense Knome, ha adoptado como lema la sentencia délfica y ofrece a sus clientes "el único análisis genómico altamente personalizado, privado y completo para conseguir una mejor comprensión de su herencia genética y de sus potenciales predisposiciones". Queda, pues, un cuarto de hora para que, junto a las fotos de la primera comunión y la boda, cada uno pueda colgar una copia de su mapa genético personal. Y pueda presumir ufano: sólo sé que sé quién soy.
Alto ahí! Hay que tener mucho cuidado con las cosas de la ciencia. Y es que uno de los pocos científicos que ya tienen su genoma personalizado, Craig Venter, ha afirmado que con todo lo que han encontrado ahí... "¡yo no debería estar vivo!". Con la posibilidad de secuenciar el genoma se puede llegar ya muy lejos en el estudio de algunas enfermedades, como el cáncer. Pero la promesa de que pueda servir hoy para evitarnos el desafío de conocernos no es más que estrategia de mercado. Los laboratorios no piensan en Sócrates: están pensando en cobrar 8.000 euros.
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