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Reportaje:[49] MALOS DE LA HISTORIA

El santo carnicero

Berenguel de landoria, arzobispo de Santiago en 1317, fue protagonista de una época convulsa en la historia de la Iglesia. Para hacerse con el control de Compostela tuvo que batallar y mandar asesinar. Una de las torres de la catedral lleva su nombre, la Berenguela, para recordar al hombre que la conquistó.

¿En qué consiste ser malo? Complicada cuestión. Hay buenísimos oficiales que no hacen más que irrigar el mal y hay malos de libro que no han dejado de hacer el bien. Por el momento aceptemos como malvados a los que blanden su espada contra los demás.

Hoy hemos elegido a un malo de guante blanco, a un malo un poco remoto, bastante escondido en las simas de la historia. ¿Es mala una persona que mata a 17 hombres después de invitarlos a su casa a cenar? Nuestro malvado de hoy se trata casi de un santo, y con nombre de campana: Berenguel de Landoria. Este hombre fue arzobispo de Santiago allá por los albores del siglo XIV, época interesante (¿hay alguna que no lo sea?), época convulsa (¿alguna no lo es?), que exigía hombres como don Berenguel para mantener bien alto el mástil de la Iglesia, que por aquel entonces tenía su sede en Aviñón y andaba un poco a la deriva. Hoy no tenemos esa cara de santo a nuestra disposición -las iconografías cambian-, pero imagínense ustedes los frescos valles y los apacibles prados de un castillo medieval en pleno campo francés a finales del silencioso y filosófico siglo XIII. Allí nació Berenguel hacia 1262, en un hermoso y fortalecido castillo. Era hijo de los condes de Rodez, una de las cortes más importantes de la época, en la que se cultivaba con gran éxito la poesía trovadoresca y otras artes. En medio de ese floreciente rincón del país galo, el pequeño Berenguel debió de criarse, como segundón que era, con un destino ya trazado de antemano: sería un hombre de Iglesia, y un hombre importante, dado su rango. Pero su gran hazaña le esperaba en el confín de la tierra conocida, en el Finisterre gallego, adonde sería enviado por el papa Juan XXII para pacificar (es un decir) a los exaltados burgueses de Santiago. En ese momento, la corte pontificia no está en Roma, sino en Aviñón, y Juan XXII está encargándose de construir el fastuoso castillo de los Papas con cargo a los presupuestos de todos los fieles del universo. En esta corte, el joven Berenguel destaca como importante mediador y diplomático, y pronto se convierte, a la sombra de su amigo Juan XXII, en el típico agente aviñonés. El 15 de julio de 1317, a la edad de 55 años, es nombrado arzobispo de Santiago de Compostela, y diez meses más tarde es la consagración episcopal. Once meses después de su designación emprende el nuevo arzobispo un largo viaje a Compostela para hacerse cargo de su puesto.

La situación eclesiástica de aquella época era extremadamente conflictiva, y en especial la gallega: lo que más preocupaba entonces a Juan XXII era la gestión fiscal, que no conseguía afianzar en tierras hispanas. La construcción de su fastuoso castillo era un pozo sin fondo, se lo comía todo. Nombrar a un arzobispo extranjero para Compostela era sin duda una decisión audaz por parte del papa, pero no había otra solución. Entre todas las tierras bajo dominio de la Corona castellana, Compostela era una de las zonas que más activos aportaba, tanto económicos como simbólicos, y al mismo tiempo era el lugar donde más terreno estaban ganando los ciudadanos frente a la Iglesia. Era un bocado suculento Compostela. Una plaza que no se podía perder. Desde que el obispo Teodomiro de Iria le comunicó al rey asturiano, allá por el año 1000, el descubrimiento de la tumba de Santiago, este lugar empezó a tener privilegios que otros sitios no tenían, y como sus burgueses ofrecían buenos ingresos a la corte, los reyes, aliados siempre con los obispos, solían abrir la manga a los ciudadanos. Este complicado equilibrio a tres patas (reyes, obispos y burgueses), o, lo que es lo mismo, caciques lejanos, caciques locales y poder civil, era fuente de batallas. Lo que se le daba a los burgueses se le quitaba a la Iglesia, y viceversa. En este tira y afloja, después de muchos años de litigios y guerras entre la ciudad y sus eclesiásticos (no olvidemos que la vida del arzobispo Gelmírez fue una lucha constante con estos rebeldes ciudadanos), Santiago consigue del rey una carta real que habilita a su concejo para administrar los bienes y la economía de su ciudad. Es en este momento de bajo poder para la Iglesia cuando don Berenguel irrumpe en Compostela armado hasta los dientes y respaldado con un poderoso equipamiento de milicias, asesores y oficiales; viene -con su nombramiento de Aviñón, con su zorrería de dominico experimentado y con su fama a cuestas de extranjero tomista y sabihondo- a restituir el poder de la Iglesia en Compostela. Según el texto que nos cuenta la aventura del aviñonés en Santiago, Gesta de don Berenguel de Landoria, escrito por uno de sus compañeros de expedición -y que es, lógicamente, una loa-, don Berenguel se nos presenta como un sabio y modesto dominico que se niega a aceptar la designación papal, pero que acaba haciéndolo ante la insistencia de Juan XXII, a pesar de lo bien que estaba él en París.

Sabemos que se pone en viaje a través de los Pirineos hasta que penetra con sus huestes en el desordenado y hostil territorio hispánico. ¿Qué pasa entonces en España? Corría el año 1318. La reconquista está en marcha, y la guerra de Granada se lleva todos los esfuerzos económicos y políticos hacia el sur. El norte (Galicia, Asturias, León y Portugal) es una tierra de nadie donde cada vez avanza con más fuerza el poder de los burgueses, pues la Corona de Castilla está debilitada por la guerra contra los árabes y el poder se encuentra dividido entre los distintos tutores de un rey niño todavía, el rey Alfonso, cuya abuela, la reina María de Molina, intenta conciliar las distintas facciones desde su corte en Valladolid. Hombre de estudio y de letras, Berenguel el francés se interna en este territorio llevando consigo una biblioteca repleta de libros de santo Tomás de Aquino, a quien seguía con devoción (ya sabemos aquello que decía el santo: el bien ha de procurarse, y el mal, evitarse), dispuesto don Berenguel a procurar el bien, que en su caso es el sometimiento de los civiles aunque sea a sangre y cuchillo, y a evitar el mal, es decir, que el dinero se vaya por la barranquilla. Cuenta en su séquito don Berenguel, el recién nombrado arzobispo, con consejeros y peritos en administración -dos frailes dominicos (Bernardus Carrerius y Hugo de Vezin) y dos cofrades compostelanos (Aimerico de Anteiac y Juan Fabre, experto en finanzas)- y una recua de caballeros y oficiales encargados de conducir sus milicias y despachar sus asuntos domésticos, que le ayudarán en su hazaña de someter al concejo compostelano.

En Santo Domingo de la Calzada es recibido por el rey niño Alfonso y su abuela, la reina doña María. De allí sale para Medina del Campo, donde se encuentran los tutores del pequeño rey, los infantes don Juan y don Pedro, y del primero, a quien la Iglesia ha casado ilícitamente, consigue unas cartas de privilegio que le habilitan para entrar en Compostela con mayor dominio sobre el concejo. De Zamora parte con el nuevo edicto para Santiago. Al poco llega Berenguel con sus huestes a Melide, una población a 20 kilómetros de la ciudad. Ahí le sale al encuentro el infante Felipe y su esposa, Margarita, que están del lado del concejo y, por tanto, son sus enemigos. Un vasallo de don Felipe, Alfonso Suárez de Deza, y los vecinos de Santiago se rebelan contra el arzobispo. El encontronazo en Melide no debió de ser muy bonito. Alfonso Suárez de Deza consiente en cederle al extranjero unos cuantos castillos de la ciudad, pero no la iglesia que custodia las reliquias de Santiago (la catedral) ni su alcázar (lo que hoy es el Palacio Arzobispal).

¿Qué hace un arzobispo sin palacio arzobispal y sin catedral en Santiago?, debió de preguntarse en Melide don Berenguel. Tras el regalito de recibimiento, los burgueses le cerraron las puertas de la ciudad y se armaron contra él. Berenguel se ve obligado a retirarse al castillo de la Rocha Fuerte, cerca de Padrón, desde donde intenta ofrecerles algún arreglo a los compostelanos, pero éstos -"con palabras falaces y engañosas, en las que los compostelanos están bien instruidos"- le entretienen, y Berenguel, en la víspera de Navidad, se retira a Pontevedra en busca de refuerzos. Festeja allí la Navidad y es bien recibido por los nobles del lugar, encuentra apoyo en el rey de Portugal, celebra la Epifanía en Padrón, y el infante don Felipe y Alfonso Suárez de Deza, jefe de los compostelanos, acuden a su encuentro para intentar un arreglo. Según el cronista de don Berenguel, éstos le prometen la iglesia y su fortaleza; pero Berenguel teme una emboscada, y, en efecto, al llegar a la ciudad se encuentra a los vecinos armados, el pendón de Santiago (signo del señorío local del arzobispo) arriado y el del rey de Castilla enarbolado. Con el rabo entre las piernas, Berenguel se refugia de nuevo en su castillo. Es su segundo intento fallido de entrar en la ciudad, y llegado el día de la Purificación regresa a Pontevedra para celebrar su primera misa como arzobispo, donde recibe la asistencia de todos los que están a favor, el rey de Portugal y los obispos de los alrededores, mientras los vecinos empecinados de Santiago aprovechan para quemarle el castillo. Berenguel se entera del suceso mientras está comiendo en Pontevedra. Qué comían ese día no lo sabemos, pero sí conocemos que don Berenguel esperó educadamente a que sirvieran los postres. Luego, sin estrépito alguno, se levanta de la mesa, vuelve a Padrón y nombra pertiguero mayor al infante don Felipe, haciéndole jurar que no volverá a prestar ayuda a los rebeldes, aunque no pasa un día sin que Felipe le traicione.

Es en este momento, pasada la cuaresma, cuando Berenguel se hace fuerte en el castillo de la Rocha, y desde allí pone sitio a la ciudad de Santiago y les infiere a sus habitantes daños irreparables: quema sus sembrados, corta todo suministro de alimentos, y en medio de la hambruna y la enfermedad general les ofrece arreglos que éstos no aceptan. Los burgueses de Santiago han decidido resistir el cerco de Berenguel. Éste les priva entonces de rentas eclesiásticas, y un año después de ser nombrado arzobispo, con los compostelanos todavía en pie de guerra, se aproxima a la ciudad para destruir de nuevo los sembrados y dejarles sin abastecimientos. Con sus soldados, Berenguel sitia la ciudad desde el monte cercano al convento de Bonaval, de orden dominica. Durante su primera noche en el convento, los santiagueses intentan asesinarle, pero él se refugia en unas humildes chozas. El asedio a la ciudad persiste, y cuando ya los habitantes de la ciudad están a punto de sucumbir, el infante Felipe y su mujer se aprestan a tener una entrevista con él. El infante Felipe actúa como mediador de los burgueses, pero a los pocos días rompen el acuerdo al que llegan, los burgueses se lanzan contra Berenguel y éste se ve obligado a retirarse de nuevo al castillo de la Rocha. Entretanto, el cabecilla de los burgueses, Alfonso Suárez de Deza, es convocado por el rey, quien le obliga a restituir a Berenguel la iglesia y el alcázar; pero Suárez de Deza no acata la orden real y pone otra fecha para la entrega. Llegado ese día, lo que Berenguel se encuentra en el monte de Santa Susana es una emboscada que le resultara imposible vencer. Los ejércitos del arzobispo contra los de los burgueses retroceden ante el encontronazo y se conciertan distintas capitulaciones, pero nada se acaba de arreglar. No hay modo de que los burgueses acepten en su ciudad a Berenguel, y eso al arzobispo está empezando a quedarle claro, pero el hombre no desiste.

Por estas fechas recibe el arzobispo carta de María de Molina, reina de Castilla, que había quedado como única tutora después del fallecimiento de los infantes don Juan y don Pedro en la guerra de Granada. La reina le promete reparaciones por las injurias que su hijo Felipe, conjurado con Alfonso Suárez de Deza y los burgueses, le han infringido. Berenguel marcha a Castilla en busca de estas reparaciones, llega a Salamanca y allí se entera por otros obispos partidarios suyos de que las reparaciones de la reina no le van a interesar. Decide emprender la retirada hacia Zamora, donde le visita don Juan de Vizcaya con su esposa, doña Isabel, y firman con él un pacto útil para el arzobispo. Don Berenguel se reúne finalmente con la reina en Tordesillas, adonde ésta acude haciendo muestra de su voluntad de entendimiento con el enviado del papa, el maltratado arzobispo de Compostela. Berenguel le pide pruebas, pero no acaban de ponerse de acuerdo, así que el arzobispo vuelve a Zamora, donde los gallegos de su comitiva, conducidos por el obispo de Lugo, tienen problemas con los castellanos. La reina, al ver que no podrá reducir a Berenguel ni a sus acompañantes, decide entregarles como rehenes a los procuradores compostelanos. En Padrón, en el castillo fortificado de la Rocha, el arzobispo mantiene en su poder a los rehenes mientras no llega a un acuerdo con Alfonso Suárez de Deza. Transcurridos 10 días de enconadas conversaciones parecen llegar finalmente a un reparto, pero una vez más el acuerdo se rompe en el último momento. Es en ese preciso instante de esta historia de litigios, batallas y desencuentros cuando Berenguel de Landoria, el anfitrión del castillo de la Rocha, el mismo que había congregado a los burgueses para llegar al reparto de Compostela, decide desaparecer. En el momento culminante, don Berenguel hace mutis por el foro. Por arte de magia sale de escena, y su lugar lo ocupa su mayordomo Rusignol, que ordena cerrar bien las puertas del castillo, deja encerrados a los representantes de los burgueses a la espera de un acuerdo y se lanza con un grupo de hombres armados contra Alfonso Suárez de Deza y Martín Martínez, los dos representantes principales del concejo.

Después de los dos grandes cabecillas de la ciudad vinieron los otros. En un momento se pasó a cuchillo a nueve representantes más. En el libro que cuenta esta maravillosa gesta se hace intervenir a Santiago Apóstol en tan gloriosa y sangrienta hazaña, y dice así el hagiógrafo de Berenguel: "¡Qué suceso tan admirable y tan digno de pasar a la posteridad, que un hombre tan poderoso [se refiere a Suárez de Deza, el burgués rebelde contra el poder de la Iglesia] recibiese muerte tan inesperada y horrible junto con otros hombres casi tan poderosos como él a manos de gentes de otra condición!". Los "de otra condición" se supone que son las pobres milicias armadas a las órdenes de Berenguel. Como siempre, un tirano se refugia en la idea de que mata a otro tirano, y así se escribe la historia. Santiago Apóstol se le aparece, volando sobre su famoso caballo blanco, a uno de los guardas encargados de custodiar a los procuradores, y, según narró el alucinado guarda, el apóstol llevaba en una mano una cruz y en la otra una paloma. Después del convite sangriento, aquélla debía de ser la paloma de la paz.

Tras la escabechina, cuando Berenguel entra por fin en la basílica de Santiago, como recuerdo de su toma de Compostela hace terminar la torre llamada de la Trinidad, que su antecesor había iniciado, y construye una de gran altura para defender la iglesia y dominar la ciudad: es la llamada torre Berenguela, y en lo alto manda colocar una gran catapulta. Hace ya mucho tiempo que esa catapulta no es necesaria, y en su lugar se colocó la más famosa de las campanas compostelanas, la Berenguela, considerada una de las más importantes de todo el mundo tanto por su diámetro como por su sonido. Hoy, la campana Berenguela se encuentra expuesta en el Museo de la Catedral. Cuando perdió su sonido original fue sustituida por una nueva fundida en los talleres de Asten, en Holanda. Aunque no es la auténtica, para todos sigue siendo la campana Berenguela, en honor al malo más bueno -o al bueno más malo (para gustos)- de la memoria de Santiago, al malvado e implacable extranjero don Berenguel.

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