Uvas sin domesticar
Alrededor de 60 poblaciones de vid silvestre sobreviven en Andalucía
Posiblemente fueron los fenicios y griegos los que introdujeron el cultivo de la vid en Andalucía, utilizando la subespecie sativa de la Vitis vinifera, la misma que hoy se sigue explotando, en diferentes variedades, en unas 46.000 hectáreas de la comunidad. Pero antes de que este vegetal comenzara a formar parte de la identidad agrícola de la región, los primitivos pobladores del sur de la Península Ibérica ya se alimentaban, y obtenían vino, de algunas variedades silvestres que, desde hace cientos de miles de años, forman parte del patrimonio botánico andaluz. En este caso están agrupadas en la subespecie sylvestris de la Vitis vinifera.
Con el paso de los años, las aplicaciones y aprovechamientos que se obtenían de estas vides silvestres fueron desapareciendo, aunque en algunos casos este fenómeno se ha producido hace apenas unas décadas. En Alcalá de los Gazules (Cádiz) los sarmientos de vid silvestre se aprovechaban, hasta finales de los ochenta, para fabricar los aros de las nasas que empleaban los pescadores de Barbate, y en otros puntos de la provincia, y también de Jaén, las uvas silvestres servían para elaborar vinagres artesanales.
Al igual que ha sucedido en otros países europeos, las poblaciones andaluzas de vid silvestre han ido desapareciendo al modificar el hombre sus hábitats naturales, y este proceso apenas ha salido a la luz pública. La pérdida de estos vegetales sólo parece preocupar en determinados círculos científicos, por más que pueda repercutir no sólo en el balance de la biodiversidad regional sino, incluso, en el futuro del sector vitivinícola.
Regular conservación
La preocupación de los especialistas ha conseguido trascender el ámbito de esos círculos minoritarios gracias a una publicación de la Consejería de Medio Ambiente, en la que se recogen los trabajos de Rafael Ocete y Mª Ángeles López, profesores del Laboratorio de Entomología Aplicada de la Facultad de Biología de Sevilla, quienes, con la colaboración de otros expertos, han estudiado la situación de las poblaciones de vid silvestre en Andalucía.
En general, estos vegetales crecen en torno a los cauces, formando parte de los bosques de ribera. Después de recorrer buena parte de la comunidad, Ocete y López han identificado 59 poblaciones de vid silvestre, distribuidas entre las provincias de Cádiz (23), Córdoba (23), Huelva (6), Jaén (3), Sevilla (3) y Málaga (1). El estado de conservación de estas poblaciones se califica de "regular" o "malo" en el 74% de los casos, y se anotan amenazas, presentes o potenciales, en un 62% de los emplazamientos.
Mientras que en países como Alemania, Austria o Francia, las vides silvestres gozan de algún tipo de protección legal, y hay poblaciones que se mantienen al amparo de determinas reservas, en España no existe disposición alguna en este sentido, a pesar de que, siguiendo los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, estos vegetales, al menos en lo que se refiere a Andalucía, pueden calificarse de "vulnerables" y, en algunos casos, llegan a reunir las condiciones necesarias para considerarlos "en peligro crítico".
Entre las amenazas que estos especialistas han identificado se citan las obras públicas (construcción de carreteras, puentes o embalses), la expansión de las zonas urbanizadas, las explotaciones agrícolas o forestales, el aumento de pastizales, la destrucción de los bosques de ribera y la presión ejercida por el exceso de carga ganadera y cinegética.
El empeño por lograr la supervivencia de las vides silvestres va más allá del mero interés botánico, que por si sólo justificaría el esfuerzo que se realiza en otros países, ya que, como asegura José Guirado, director general de Gestión del Medio Natural, "en los últimos años se ha puesto de manifiesto la necesidad de conservar estos vegetales con el fin de poder atajar en el futuro el problema derivado de la erosión genética y regenerar determinados ecosistemas naturales agredidos por la expansión de la actividad humana".
Dicho de otra manera, los parientes silvestres de la vid cultivada pueden corregir la pérdida de variabilidad que esta última ha sufrido a lo largo de los siglos, haciendo que pueda adaptarse a nuevas condiciones ambientales o enfrentarse, en mejores condiciones, a determinadas plagas o enfermedades. Por eso resulta imprescindible no sólo conservar las variedades silvestres en su hábitat sino que, al mismo tiempo, hay que garantizar el mantenimiento de semillas en los bancos de germoplasma y desarrollar técnicas de conservación in vitro, de manera que este patrimonio se conserve aún en las peores circunstancias.
Sevilla
Como ejemplo de la erosión genética que ha sufrido la viticultura andaluza Rafael Ocete y Mª Ángeles López citan el caso del Marco de Jerez. "En la actualidad, y dentro de esta zona", precisan, "las variedades Palomino fino, Pedro Ximénez y Moscatel ocupan el 100% de los viñedos, y tan sólo la primera casta indicada ocupa hoy el 96% de las aproximadamente 10.500 hectáreas que comprenden las denominaciones de origen Jerez-Xèrés, Sherry y Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda".
Sin embargo, el catálogo de variedades presentes hace algo más de un siglo era bien diferente.
En un texto de finales del XIX, que los autores reproducen en su trabajo de investigación, se llegan a citar una docena de variedades que entonces se cultivaban en estas tierras y que hoy han desaparecido, como la perruno, cañocazo, albillo, tintilla o mantuo. "Este hecho se torna más patético", añaden estos biólogos, "porque, dentro de cada variedad, sólo un número muy corto de clones, considerados idóneos en un momento dado, son los que ahora se comercializan".
De esta manera, la base genética de los cultivos se ha ido empobreciendo, lo que supone un aumento de la vulnerabilidad frente a determinados cambios ambientales, plagas o enfermedades.
Aunque éste es un terreno en el que se precisan investigaciones detalladas, Ocete y López señalan, en la vid silvestre, algunas características agronómicas de interés, como la elevada capacidad de floración de algunos individuos, su resistencia a enfermedades y plagas o su capacidad para sobrevivir en terrenos encharcados.
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