Pau, el abuelo en la basura
Expedición al vertedero catalán en el que apareció el excepcional fósil del ancestro común del hombre y los grandes monos y que se ha revelado como uno de los grandes yacimientos paleontológicos de España.
El abuelo estaba en el vertedero. Pau, remoto ancestro de la humanidad, el último antepasado común nuestro y de los grandes monos actuales, según los científicos; "el primer catalán", como se le ha dado en saludar, apareció en este enorme basurero de la localidad barcelonesa de Els Hostalets de Pierola, como acredita su nombre oficial de Pierolapithecus catalaunicus: el mono de Pierola catalán. Por aquí trota ahora este enviado especial a la prehistoria tratando de seguir los ágiles y entusiastas pasos del feliz descubridor, el paleontólogo Salvador Moyà, que está en envidiable buena forma. Descendemos a saltos por un barranco y, al llegar al fondo polvoriento y sembrado de guijarros, junto a unos matorrales y una solitaria ortiga, el científico guarda unos momentos de silencio respetuoso.
Pau, con sus 13 millones de años, entró de golpe en el cuadro de honor de la paleontología
"Hostalets de Pierola será un lugar de culto por la información que está proporcionando"
Esto es una suerte de sanctasanctórum de los orígenes: el lugar exacto que eligió el caprichoso destino para efectuar un extravagante cara a cara entre el viejo simio fósil y sus lejanos y exitosos parientes humanos. La friolera de 13 millones de años llevaba aquí el mono, aguardando con paciencia mineral el encuentro y a la mano tendida sobre ese abismo de tiempo que le iba a dar nombre. El escenario, pese a su sobriedad, tiene algo de sobrecogedor, y uno no puede dejar de pensar en Olduvai -el lejano paraje tanzano hogar de habilis y australopitecos-, contagiado de la emoción de Moyà, que sigue mudo. Ni una mariposa, ni una lagartija, ni el vuelo de un pájaro aligeran la sensación espesa de tiempo acumulado, añejo. Una torre de alta tensión que corona el barranco, como el monolito de 2001, una odisea del espacio dominaba los predios de los homínidos del filme de Kubrick, emite un sordo zumbido. Es la canción eléctrica que ha acunado el sueño casi eterno de Pau los últimos años y que acaso haya contribuido a despertarlo.
"El cráneo estaba aquí", dice por fin Moyà haciendo historia de la prehistoria. "Estaba casi en la superficie; luego, con una excavadora rebajamos todo el lugar y dimos con los otros huesos. El lugar está ya agotado". Será verdad, pero el aura del descubrimiento sigue impregnándolo, y uno anda casi de puntillas sobre la tierra arcillosa y se asoma con asombro al gran charco evaporado sobre cuyo lecho de barro han dejado impronta leve, evanescente, algunas criaturas. El ingenuo viajero del tiempo imagina que son huellas de tigres dientes de sable, de hipariones, de gomphotheriums o de alguna otra exótica criatura miocénica. "Un perro, y pajaritos", zanja Moyà por encima del hombro del explorador aficionado disolviendo la ensoñación. Ese perro vagabundo y previsiblemente sarnoso pudo haber escamoteado a la paleontología catalana su gran descubrimiento. El cráneo de Pau, tras milenios de erosión del terreno, era presa fácil para el chucho. Hoy, el valioso fósil sería sólo un hueso roído más en la caseta del can, sus secretos y maravillas perdidos para siempre. Es una reflexión algo hamletiana, cierto, pero es lógico que la propicie un cráneo. "Unos años más, quizá únicamente meses, y el agua, las riadas se lo hubieran llevado barranco abajo y no lo hubiéramos encontrado nunca", agrega Moyà. Vamos, que Pau está con nosotros por pura chiripa. "Así sucede con los fósiles", filosofa el paleontólogo bajo el sol, que pega de lo lindo. "Son ellos los que te encuentran a ti".
La expedición para visitar el yacimiento de Pierolapithecus había arrancado de buena mañana en Sabadell, en ese centro neurálgico de la investigación paleontológica catalana que es el Instituto Paleontológico Miquel Crusafont, bautizado con el nombre del gran pionero. Mientras esperaba a Moyà y tras comprobar disimuladamente lo agudo del cuerno del triceratops que se exhibe en el vestíbulo, aproveché para visitar la pequeña exposición consagrada, precisamente, a Pau, que desde su presentación en sociedad el pasado noviembre se ha convertido en una verdadera estrella mediática. "Pau, el Pierolapithecus, un elemento clave en la evolución humana", reza la cartelería.
El fósil apareció a finales de 2002 en el barranco del Torrent de Can Vila, dentro del término municipal de Hostalets de Pierola, a unos 50 kilómetros de Barcelona. Los paleontólogos que hacían el preceptivo seguimiento de las obras de ampliación del enorme vertedero de Can Mata hallaron el primer trozo de cráneo. El examen de los especialistas reveló que se trataba de algo absolutamente excepcional: el cráneo de un antropomorfo del mioceno medio, de 13 millones de años. La excavación del nivel de procedencia del fósil a lo largo de sendas campañas en 2003 y 2004 permitió recuperar ochenta trozos más del esqueleto del mismo individuo. El estudio del material condujo a la extraordinaria conclusión de que se había descubierto algo completamente desconocido, un nuevo género de mono, un verdadero eslabón perdido al que se le asigna el puesto fundamental de antepasado común de los grandes monos actuales y el hombre. La investigación fue publicada con todos los honores en la revista Science, y Pau entró por todo lo alto en el cuadro de honor de la paleontología mundial, donde se codea con los más célebres hominoideos y homínidos, algunos con nombres tan exóticos y simpáticos como el suyo (por ejemplo, el Australopithecus bahrelghazali, "mono del sur del río de las gacelas"; el Australopithecus garhi, "mono del sur sorpresa" -que es lo que significa garhi en lengua afar-, o el deliciosamente equívoco Paranthropus robustus, "al lado del hombre robusto").
Mientras contemplaba la panoplia de los huesos del pierolapiteco, costillita por aquí, vertebrita por allá, y el cráneo, de largos dientes e hipnótica mirada -esos dos huecos por los que uno se asoma a nuestro más remoto pasado-, apareció Salvador Moyà.
Subimos al área de trabajo del museo y pasamos ante una foto del viejo Leakey. En el laboratorio, donde reinaba un ambiente entre taller de escultura y departamento forense del CSI, unas investigadoras con batas blancas y armadas con pequeños taladros de dentista trabajaban sobre unos fósiles hallados en el mismo yacimiento que Pau, limpiándolos y reconstruyéndolos con infinita paciencia. Habían montado la cara muy plana de un antropomorfo -"un bicho que aún no sabemos lo que es, distinto a Pau", según explicó Moyà- que parecía sonreír, como si agradeciera el esfuerzo. En su despacho, decorado con tantos cráneos que recuerda la cabaña de un cazador de cabezas dayak, el paleontólogo abrió un armarito del que extrajo con reverencia un trozo de fémur. "Corresponde al bicho que has visto antes", estableció orgulloso. Tras exhibir otros huesecillos, despedirse de la paleontóloga Meike Köhler -firmante también del artículo de Science sobre Pau- y animar a unas becarias de la Universidad de Roma inmersas en un trabajo sobre la evolución de la fauna insular en el pleistoceno, Moyà consideró que estábamos listos para partir. Dado que el paleontólogo vestía vaqueros, botas y una camisa como para ir a cazar dinosaurios a Isla Nublar y portaba una mochila, resultaba difícil no pensar que uno, con americana y mocasines, se había equivocado de atuendo.
Durante el trayecto de Sabadell a Hostalets de Pierola, Moyà aprovecha para subrayar el alcance y las perspectivas del trabajo en el lugar. "Hemos encontrado seis yacimientos nuevos en la zona con restos de primates, aparte de Pau. La riqueza del lugar es extraordinaria, fantástica, no hay nada comparable en simios antiguos en ningún otro lugar del mundo". Al investigador le gusta la idea que se atreve a sugerir su pasajero de que el vertedero de Hostalets de Pierola puede ser el Atapuerca de los simios. "Si lo hubiéramos sabido, no habríamos estado tanto tiempo excavando en otros sitios, como en Can Llobateres, que durante los últimos años no nos ha dado nada", continúa. En Can Llobateres, en Sabadell, fue donde Moyà y su equipo desenterraron entre 1992 y 1998 el esqueleto de driopiteco -un simpático mono de hace unos 10 millones de años- más completo conocido, y al que se bautizó como Jordi. Un bicho con aire de orangután que no está en la línea evolutiva que conduce hacia nosotros y cuyo interés paleontológico ha decrecido un punto al aparecer Pau.
¿Por qué es tan rico Hostalets de Pierola? "Por una combinación de factores. Tenemos una fosa tectónica activa que se hunde mientras se llena de sedimentos que atrapan los restos fósiles. Al ocurrir eso muy rápido, geológicamente hablando, el registro es muy completo. Si además el ecosistema que había allí permitía una gran diversidad y ofrecía el ambiente ideal para que vivieran primates, la combinación es perfecta. En otros lugares hay sitios interesantes, pero no series continuas como en Hostalets de Pierola".
Del interés de los viejos antropomorfos, el paleontólogo explica: "Sabíamos que el grupo de primates que nos incluye a los grandes monos actuales y a nosotros había tenido un antepasado común, pero nos era desconocido. Siempre se supuso que el lugar donde apareció ese antepasado fue África -y aún no se descarta-, pero no se sabía cómo era ese antepasado común. Había unos requisitos, unas características anatómicas de esqueleto y diseño corporal del grupo, que ese antepasado debía cumplir. Un tórax amplio de lado y estrecho dorsoventralmente, los omóplatos detrás, para liberar la articulación para la locomoción no cuadrúpeda. Ese esqueleto debía permitir la verticalidad en la locomoción, y ese estadio era necesario para la aparición de la locomoción bípeda en África hace seis o siete millones de años -con el Orrorin tugenensis, el mejor candidato actual a antepasado directo de los homínidos-. Los genetistas apuntaban la existencia del último antepasado común, con un diseño físico intermedio entre los primates generalistas y los grandes antropomorfos y los homínidos, en torno a 14 o 15 millones de años. Pau es la forma fósil hallada más cerca de la idea que se tenía. De hecho, es exactamente lo que tocaba hallar".
Es imposible no contagiarse de la pasión de Moyà en este viaje a los orígenes que, de momento, arroja buenas vistas de Montserrat. "Nos estamos dando cuenta de que analizando la información en África hace 16-14 millones de años, todas las formas halladas presentan un diseño corporal primitivo, no han avanzado hacia el diseño moderno. Parece que la forma que salió de África hace 15 millones de años y colonizó Eurasia poseía ese diseño primitivo. Entonces, hallamos en Cataluña el diseño moderno con 13 millones de años. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde tiene lugar el cambio? ¿En el camino? Algo así sugieren ciertos hallazgos en Turquía. Los yacimientos posteriores a 14 millones de años en África son muy pobres y siguen presentando diseños primitivos. El escenario que dibuja la información que poseemos apunta a que la forma que salió de África era primitiva, el diseño moderno evolucionó en el Mediterráneo y hace siete u ocho millones de años volvió a África y dio lugar a los homínidos bípedos".
Los yacimientos de Hostalets de Pierola, concluye Moyà brillándole los ojos como si le poseyera una súbita fiebre, "son, con su muestreo de 15 a 8 millones de años, el lugar ideal para ver ese proceso. Por eso nuestra ansiedad por excavar es enorme, tenemos todas las piezas para reconstruir el puzzle, uno de los más apasionantes rompecabezas de nuestros orígenes está aquí al alcance de nuestra mano".
El paleontólogo matiza que con eso no quiere decir que la locomoción bípeda se haya desarrollado aquí. "Eso pasó en África, aquí se desarrollaron las condiciones precisas para que eso pudiera suceder". Algunos investigadores creen que no es descabellado imaginar que los antropomorfos que dieron lugar a los homínidos en África pudieran emigrar desde la zona de Hostalets de Pierola. Y uno piensa, expresando con trazo grueso el fino dibujo de la ciencia, que acaso el vertedero sea nada menos que la cuna de la cuna de la humanidad.
¿Cómo empezó todo lo del pierolapiteco? "Fue un inicio muy curioso. Un geólogo de nuestro equipo trabajaba para su tesis en los depósitos del mioceno de la zona. Se enteró del proyecto de ampliar un antiguo vertedero. Y así empezó nuestra implicación. Los fósiles son patrimonio cultural e insistimos en que el proceso debía hacerse controlado por paleontólogos. La ley es muy clara en este punto. La empresa, que en este caso ha sido muy comprensiva, ha de pagar el trabajo de los especialistas, y éstos supervisan la acción de las máquinas. Si aparecen restos, se para y los paleontólogos evalúan el interés de lo hallado. Comenzamos en 2002 en los accesos al vertedero y apareció un canino de primate y, a los pocos días, la cara de Pau. En las campañas sucesivas obtuvimos el resto de sus huesos. Ese hallazgo convenció definitivamente a la Administración y a la empresa de la importancia paleontológica del lugar".
Nada prepara lo suficiente para la increíble visión del enorme vertedero de residuos de Can Mata, de la empresa Cespa-gir. Rodeado de pinares, tiene una extensión total de setenta hectáreas y un aspecto entre cráter gigante de meteorito, mina de oro katangueña a cielo abierto y tell arqueológico. Moyà detiene el coche ante una barrera y entramos en unos edificios prefabricados en el perímetro exterior. En la oficina del gerente del vertedero, Ramón Parés, una fotografía aérea permite contemplar la asombrosa instalación en toda su extensión. El proceso consiste en abrir grandes extensiones, depositar los residuos industriales y urbanos y, cuando se completa una zona, sellarla, impermeabilizarla y desgasificarla con sofisticados mecanismos. A medida que se van clausurando secciones, se plantan encima viñedos o gramíneas. "Estamos en un momento de mucha actividad", dice Parés. "Gestionamos unas 2.500 toneladas de residuos al día. Llevamos ya varios millones de toneladas. Éste es uno de los grandes vertederos de Cataluña". El gerente de la empresa de gestión de residuos y el paleontólogo parecen sostener una relación cordial, aunque está claro que las cosas no han sido fáciles. "Nos llevamos bien con los paleontólogos, pero, naturalmente, su trabajo significa un sobrecoste, y esto es una empresa privada", señala con sinceridad Parés. "No sólo es costoso por los paleontólogos, sino porque con cada hallazgo se paran las máquinas, cuyo tiempo es muy caro. Culturalmente es muy bueno, pero para nosotros ". El gerente ríe con una cierta amargura. "Hemos aprendido todos mucho, ellos y nosotros", apunta Moyà. "Se ha logrado hacer compatibles ambos proyectos. Por supuesto, no se resolvió todo en un día".
Con el coche de Moyà nos adentramos en el vertedero, hacia una zona de recientes hallazgos en la que se está trabajando. "En dos años hemos descubierto más de 400 puntos fosilíferos, las piezas catalogadas en el inventario de la excavación ascienden a 8.700, de las que 120 o 130 corresponden a fósiles de simios, y 80, a Pau. Desde el verano pasado hemos encontrado cuatro yacimientos con primates". El científico conduce como John Wayne en Hatari y la visita al lugar parece haberle causado el efecto de una luz a una polilla. "Los huesos de Pau correspondían a un solo individuo. Soñamos con el premio mítico de un antropomorfo entero y articulado. Podría ser, porque aquí han aparecido esqueletos así enteros de rinoceronte y antílope". Tras recorrer anchas carreteras de tierra surcadas por volquetes, tomamos un sendero y descendemos hasta un punto en el que el paleontólogo detiene el vehículo. La vista es fascinante. Estamos en un enorme agujero. La primera impresión hace pensar en el cráter del Ngorongoro, pero en vez de cebras y ñúes, lo que se ve, a distancia, son más camiones y excavadoras. El cielo es azul purísimo y, lo que resulta muy sorprendente en un basurero, no se percibe de momento ningún olor. Dos paleontólogos están inclinados sobre una pequeña extensión de terreno polvoriento acotado, golpeando pacientemente las rocas con pequeños martillos. Llevan cascos de construcción amarillos y recuerdan poderosamente a enterradores shakespearianos. "Es la cuadrícula C4A1", informa Moyà, "de aquí procede la pequeña mandíbula de primate que viste en el laboratorio". Los dos paleontólogos del suelo, Raúl Carmona y Juan Vicente Bertó, a los que llevar horas bajo este sol les da un aire ensimismado a lo Donald Sutherland en Los violentos de Kelly, hablan sin abandonar su labor desesperadamente minimalista. "¿Calor, dices? Hay días que sí, pero te habitúas. Encontrar restos es algo azaroso, pero van saliendo. Ahora estamos encontrando unas 400 piezas al mes. Aquí abunda mucho el microcérvido, un ciervo minúsculo; también hay proboscídeos y un primate pequeño. Es posible que un carroñero hiciera acumulación de presas, a lo mejor una hiena".
Un viejo Land Rover llega envuelto en una nube de polvo. Lo conduce el paleontólogo David Martínez Alba, colaborador de Moyà, codirector de los trabajos de seguimiento en el vertedero y firmante también del seminal artículo sobre Pau en Science. El recién llegado, que luce coleta, un pendiente y ha dibujado en su casco una calavera y dos tibias cruzadas -o sea, que es tal y como se imagina uno a un paleontólogo-, baja del todoterreno con una bolsa en la que parece que lleve el almuerzo. La abre y le enseña el contenido a Moyà con gran excitación, así que no debe ser un bocadillo. Claro que nadie guardaría el bocadillo en un envoltorio con la anotación ACA 8060 1 a. "Es una mandíbula de pecarí, de cerdo", establece Moyà, "pero es verdad que parece de mono". Los dos paleontólogos inician una conversación técnica de la que el profano sólo retiene una referencia al astrágalo. Mientras, los dos colegas que trabajan en el suelo explican el proceso habitual en el vertedero: "Una máquina hace aflorar restos, se detiene y miramos si hay continuidad, si hay otros restos. Entonces trazamos una cuadrícula y vamos extendiendo la excavación hasta que dejan de aparecer restos. Aquí estamos en 12,5-12 millones de años". Un golpecito de martillo hace aparecer un huesecillo largo, amarillento. Resulta sobrecogedor pensar que la última vez que lo acarició la luz del sol aún no había hombres sobre la Tierra. ¿Puede que sea un fragmento de ancestro? "No, es una astilla ósea sin valor".
Al cabo de un rato dejamos el lugar para ir a visitar el sitio donde apareció Pau. David conduce el Land Rover. Moyà explica que el pequeño trayecto que recorremos en el vertedero significa retroceder casi medio millón de años en el tiempo. Suerte que el vehículo no lleva taxímetro. Avanzando a pie en fila india hacia el barranco, tropiezo con un hueso enorme: ¿un omoplato de pierolapiteco? "No, lo siento, no es un fósil, es una pelvis de vaca". Más allá se ve otro objeto que hasta el profano reconoce: una percha. Seguimos el viejo torrente seco y llegamos a la catedral de la paleontología catalana. Estamos a 12,7 millones de años. "Aquí estaba el cráneo; allí, las costillas; allí, las manos, el radio, y más allá, los dos pies, relativamente separados".
Tras la visita, Moyà rebosa emoción: "Hostalets de Pierola será un lugar de culto en unos años por la información que está proporcionando". La verdad es que es romántico esto, todo y ser un vertedero. "Sí, sí, y los paleontólogos sienten que van al paraíso cuando vienen aquí". En exacta coincidencia con la frase de Moyà llega una vaharada fétida para recordar la naturaleza del lugar. Pero al paleontólogo le trae sin cuidado el olor. "Hemos hallado cinco tipos de primates en este lugar, dos son no antropomorfos, sino antropoides primitivos sin descendientes actuales. Los otros son tres antropomorfos distintos: Pau, el del fémur y el maxilar que no sabemos qué es exactamente, de 12,3-12,5 millones de años, y otro también sin clasificar, un poco más antiguo. Como se ve, la diversidad de taxones, de especies, es mucho más alta de lo que podíamos imaginar. Sería interesantísimo hallar formas de 14-13 millones de años que nos permitan comparar con las de África. Para ver si podemos seguir todo el proceso de adquisición del diseño corporal moderno en Hostalets de Pierola. Eso apoyaría la hipótesis de que ese proceso tuvo lugar en el ámbito mediterráneo". Moyà está seguro de que encontrarán formas más antiguas que Pau y de que el vertedero y sus alrededores esconden toda una radiación de primates que ocuparían diversos nichos ecológicos. Algo, pues, muy parecido a lo que sucede con el género Homo en Atapuerca.
En el viaje de regreso, Moyà abandona a Pau unos momentos para hablar de sí mismo y de su profesión. "Es cierto que a veces parecemos un circo, con teorías que se contradicen, polémicas, fósiles discutidos. Somos humanos y estamos hechos de emociones al fin. Y todos nos enamoramos de nuestras hipótesis, y tenemos la tendencia a menudo de defenderlas más allá de lo razonable". Moyà sabe de lo que habla, pues él formó parte del equipo que descubrió en 1982 el célebre y polémico fósil de Orce, cuya atribución al género humano provocó la mayor crisis de la paleontología española.
¿No echa en falta trabajar con homínidos? "Hago algunas incursiones en ese tema, trabajo, por ejemplo, en la mano de Homo habilis de Olduvai; el origen de la mano humana es algo que me ha apasionado siempre. Pero estoy muy cómodo en el mioceno, con los monos".
Una excursión a la prehistoria crea vínculos, y Moyà, el Virgilio del mioceno, hace algunas confidencias. "Las obras en la estación de los Ferrocarriles Catalanes en Terrassa han sacado a la luz un yacimiento pleistocénico de un millón de años. Es inmenso, a ver si tenemos el santo de cara y hallamos algo que nos ilumine sobre qué homínidos había aquí, en Cataluña. En un mes llegaremos al nivel fosilífero, luego hay siete metros de sedimentos con una fauna del pleistoceno impresionante. Es la edad perfecta para hallar los primeros homínidos de esa antigüedad en la Península, más viejos que los de Atapuerca".
Mientras nos alejamos de Hostalets de Pierola, un manto de sombra parece caer sobre el vertedero. Es fácil imaginar que el tiempo retrocede como una flecha y el mioceno recupera las tierras arrebatadas por la acumulación de milenios. Una densa selva tropical sustituye a las basuras. Un pequeño animal se mueve entre las ramas de un árbol. Es un simio, un macho adulto aunque joven de unos 35 kilos y algo más de un metro de altura. No se cuelga como un chimpancé o un gorila, sino que sube y baja verticalmente entre las ramas. Tiene un no sé qué familiar. Hace calor y la sed aprieta. El mono salta al suelo y se acerca a beber a un arroyo. Mientras se refresca, su pequeño cerebro entona algo parecido a "el mundo es un lugar maravilloso" en versión simiesca. Entonces, súbitamente, algo enorme y pesado como una piedra cae sobre él. Lo último que percibe mientras la luz se apaga entre un dolor agudo de puñales es un aliento fétido y un espantoso ronroneo de placer. Pau muere. Y empieza a hacerse inmortal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.