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"El cierre del modelo autonómico es imposible"

'Es mucho más fácil ser presidente de Endesa que ministro del Interior', bromea Rodolfo Martín Villa. Y este leonés de 68 años habla con conocimiento de causa: desde el poder, fue uno de los arquitectos de la transición política. Estuvo en la operación retorno de Josep Tarradellas y en la restauración de la Generalitat de Cataluña, de la que ayer se cumplió el 25º aniversario. Desde su dilatada experiencia como ministro, Martín Villa analiza el trayecto recorrido.

Pregunta. ¿Cuál fue la dificultad más importante a la que hubo que hacer frente para que viera la luz el decreto de reinstauración de la Generalitat de Cataluña, que ayer cumplió 25 años?

Respuesta. Contrariamente a lo que pueda pensarse, no fue una operación milimétricamente calculada, ni tampoco fue fruto de la improvisación. Teníamos un diseño de conjunto, pero no las soluciones concretas. En la transición política, lo que más preocupaba era el reparto del poder político y administrativo. Del grito de aquellos días en Cataluña, '¡Libertad, amnistía y Estatuto de autonomía!', lo que más dudas nos ofrecía era esto último. La libertad y la amnistía estaban en los propósitos de todos los españoles; la autonomía, sólo en los propósitos de algunos. Además, ¿en qué debía consistir la autonomía? Eso ya era más opinable.

'Tarradellas me impresionó. Tenía una idea de España y del Estado; no la mía, pero la tenía'
'El título octavo de la Constitución dista mucho de ser perfecto: bendita imperfección'
'Las ideas sobre el País Vasco que tengo por la mañana, el asesinato de la tarde las hace inviables'
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P. ¿Hubo un intento de descafeinar la Generalitat?

R. Supongo que se refieren a la idea del Consejo General de Cataluña, que fue anterior a mis responsabilidades en el Ministerio de la Gobernación. En el decreto-ley por el que se restauraba la Generalitat introduje la idea de que Tarradellas presidiera la Diputación de Barcelona y eso nos evitó muchos problemas y, de hecho, dio contenido inmediato al cargo.

P. Hay quien interpretó el retorno de Tarradellas como un intento de neutralizar la victoria de las izquierdas en Cataluña tras las elecciones del 15-J -socialistas, comunistas y republicanos obtuvieron más del 51%- y de corregir los malos resultados de la UCD...

R. No fue así. El 15-J, la UCD obtuvo un importante segundo puesto en Barcelona. La operación retorno de Tarradellas fue un ejercicio de reflexión.

P. ¿Recibió ayuda Tarradellas de los fondos reservados?

R. Estoy en condiciones de asegurar rotundamente que no. De haber sido así hubiera pasado por el Ministerio de la Gobernación, que era el que podía disponer de fondos reservados. Incluso en Cataluña, Tarradellas era bastante desconocido en 1975. Mucho más en Madrid. No me figuro quién hubiera podido tener interés en financiar desde el Gobierno a Tarradellas.

P. ¿Qué les hacía dudar de Tarradellas; que hubiera estampado su firma de consejero en el decreto de colectivizaciones que se aprobó en la Cataluña revolucionaria de 1936?

R. Insisto en que nuestras dudas siempre iban por el lado del diseño autonómico. Nos preocupaba hasta dónde se podía llegar con la autonomía, no el pasado izquierdista de Tarradellas. Para nosotros, hacer converger la legalidad con la legitimidad histórica de la Generalidad republicana de Cataluña no era el problema mayor. Como en el caso de la legalización del Partido Comunista, eran menores las cuestiones de origen estrictamente ideológicas. Era imposible defender que debía haber libertad para todos los españoles menos para los comunistas españoles.

P. Lo que les preocupaba era el diseño territorial del Estado.

R. Sí, y el título octavo de la Constitución dista mucho de ser perfecto. Con la perspectiva de hoy, yo diría que es una bendita imperfección, porque si fuera perfecto a juicio de los mesetarios como yo, no lo sería para los periféricos.

P. O sea, que ¡viva la imperfección!

R. En el título octavo, sí. A veces, desde mis propias filas del PP se dice que hay que diseñar definitivamente el Estado autonómico. Ello es posible para transferencias concretas de poder, pero imposible desde un punto de vista político general. ¿Por qué? Porque cualquier nacionalismo tiene derecho a existir: el catalán, el vasco o el nacionalismo español, que también tiene derecho a existir. Habrá soluciones que gustarán a unos, pero no a otros.

P. ¿Pensaba así en los 70?

R. Hombre... somos los mismos, pero no lo mismo que hace 25 años. Lo que sí puedo decir, hoy como entonces, es que apenas tenía dudas por lo que se refiere a las libertades y que estas dudas eran mayores en el diseño del Estado. He recordado hace algún tiempo que, a veces, la exactitud, la perfección en la política, que no es una ciencia exacta, es negativa. Un artículo del teólogo Olegario González de Cardedal publicado en EL PAÍS recordaba la historia de su comarca, en la provincia de Ávila. Allí, el frente dividió durante la Guerra Civil el norte -con capital en El Barco de Ávila- del sur, cuyo centro fue Arenas de San Pedro. En la zona roja se fusiló a los curas. En la zona nacional, a los maestros. Una solución muy exacta pero muy desgraciada. Afortunadamente, la transición fue benditamente inexacta. Fue exacta en los planteamientos generales y en los principios, y no lo fue, no podía serlo, en las soluciones concretas.

P. ¿Estas incertidumbres acercaron a viejos antagonistas, a la generación de políticos que protagonizó la transición?

R. Nos afectó a los entonces jóvenes reformistas del franquismo y a los veteranos dirigentes antifranquistas. Tarradellas, Ajuriaguerra, Carrillo, por un lado; Suárez por otro. Los veteranos franquistas vieron aquello como una traición y los jóvenes antifranquistas creían que ser oposición consistía en montar una especie de asamblea libre de tercero de Derecho. Luego, algunos de estos jóvenes llegaron al Gobierno y fueron gobernantes. Y buenos gobernantes.

P. El ex vicepresidente Alfonso Osorio sostiene en sus memorias que Suárez y usted se entendían mejor con Pujol que con Tarradellas. ¿Se explica por el factor generacional?

R. No, no. Políticamente estoy más cerca de Tarradellas que de Pujol. Me impresionó, y no poco, que Tarradellas hubiese querido tomar posesión de su cargo en territorio español, en la Embajada de México, la única porción de tierra española que no estaba en manos de Franco, después de que en 1954 fuera nombrado presidente en el exilio. Tenía una idea de España y del Estado, no la mía, pero la tenía. Razonó así: 'Yo soy el representante ordinario del Estado y debo tomar posesión en territorio español'. Con todo, discrepé de Tarradellas, y no poco, en las críticas que hizo a Pujol, que siempre me parecieron desmesuradas.

P. Y en esa preocupación por el modelo autonómico, ¿propugnaba el café para todos o la singularidad de las nacionalidades históricas?

R. Algunos quisieron copiar el aparente sistema autonómico republicano: reconocimiento especial para Cataluña, País Vasco y Galicia. Eran verdades a medias, porque, de hecho, sólo Cataluña gozó de autonomía, suspendida en 1934; el País Vasco apenas, y Galicia no tuvo ocasión. La cuestión comenzó a complicarse cuando en 1981, a las denominadas nacionalidades históricas se les unió Andalucía. El sistema ya hubo de aplicarse a cuatro comunidades. Habría que reconocer el sistema foral navarro, los archipiélagos; era mayor lo excepcional que lo general. Tampoco se tuvo en cuenta que fue la Guerra Civil la que impidió el café para todos. Casi todas las regiones tenían sus estatutos preparados en 1936.

P. Con estos precedentes, ¿esperaban que la primera reunión Tarradellas-Suárez, el 27 de junio de 1977, fuera un fracaso revestido de éxito?

R. Aquel día yo me había entrevistado con Tarradellas con anterioridad. Esperé el final de la reunión con Suárez tomando una cerveza en los jardines de La Moncloa. Entré en el despacho de Suárez. '¿Qué, cómo ha ido?', pregunté. 'Muy mal', dijo Suárez. Pasados algunos minutos entró José Meliá y dijo que Tarradellas estaba comentando con los periodistas que todo había ido muy bien. Si hubiera contado la verdad habríamos perdido la partida todos. Lo cierto es que Tarradellas se mostró como un hombre realmente importante, no el aldeano, el payés que algunos pretendían que fuera.

P. ¿Por qué era, a su juicio, tan importante ese sentido del Estado que le unía a Tarradellas, frente a los jóvenes descorbatados de la izquierda?

R. Para consolidar las libertades había que huir del matrimonio entre democracia y desorden. El régimen de Franco, al precio que fuera, dejó a los españoles una cierta sensación de seguridad. Había, pues, que superar el recuerdo histórico que persistía desde la Guerra Civil. Había que acabar con la aparente contraposición entre democracia y orden. Había que huir también del supuesto matrimonio Estado autonómico-desaparición del Estado, y de la idea de España.

P. La idea de Estado vende hoy menos. ¿Hay que ir hacia un Estado más delgado?

R. Sí, sí, claro. Y no sólo el Estado central, sino el Estado de las comunidades autónomas y el Estado de las corporaciones locales. Delgado, pero fuerte. Además, en el fondo, los españoles somos algo así como una comunidad autónoma de Europa.

P. ¿Qué nota le pone al proceso autonómico español?

R. En conjunto, hago un balance muy positivo. Llevamos más de 20 años en este proceso y ni siquiera en los momentos más complicados el Gobierno central o las instituciones nacionales han pensado en emplear el mecanismo excepcional del artículo 155 de la Constitución, que es el que permitiría suspender los estatutos de autonomía. Yo creo que la Administración central y los poderes autonómicos tienen los mismos fallos y los mismos aciertos. Al final, hemos acabado repitiendo 17 veces el esquema de la Administración y el Gobierno central: hay un debate del estado de la nación en el Congreso de los Diputados, y 17 debates del estado de las comunidades autónomas; hay un Defensor del Pueblo, pues 17 defensores del pueblo; un Tribunal de Cuentas, pues 17 tribunales de cuentas...

P. ¿Qué papel ha desempeñado Cataluña desde la transición has-ta hoy?

R. Bien, yo creo que en el momento inicial ha desempeñado un papel de mayor empaque. Cuando la vida política se hace, por suerte, más normal, es aburrida, los protagonismos excepcionales resultan menos notables. Ello es aplicable a las instituciones y también a las personas. De la transición salieron Felipe González, Fraga, Carrillo, Pujol, Tarradellas, Arzalluz. Los que les han sucedido, o les sucedan, por suerte, son o serán personas más normales. Cataluña ha tenido una doble expresión en la política nacional: la de los partidos de ámbito nacional con implantación en Cataluña, y otra muy singular del nacionalismo catalán en su presencia en el Congreso de los Diputados, que también ha tenido importancia, sobre todo en virtud de la necesidad de sus votos para completar mayorías. A mi juicio, se ha magnificado la llamada 'gobernabilidad' y la contribución a dicha gobernabilidad del nacionalismo catalán. Ahora que tiene que aguantar a sus socios supongo que el Gobierno de la Generalitat se da cuenta de lo que supone la gobernabilidad. Eso mismo nos pasaba a nosotros.

P. ¿Por qué hay quien opina que Cataluña es 'más peligrosa' que el País Vasco?

R. Sí, hay quien piensa así. Ello puede tener una base que es cierta por el territorio, la lengua, la cultura, la población, la historia. Algunas veces también se hace la consideración de 'nosotros somos mejores', 'nosotros no matamos'. Habría que decir que ser asesino es lo excepcional, lo normal es no serlo.

P. ¿Cuál es el horizonte autonómico? ¿Lo da por cerrado?

R. En España, hablar de diseño definitivo de las autonomías es una contradicción en términos políticos. Alemania tiene un diseño federal definitivo que fue hecho por quienes ganaron la guerra, por los abogados de los ejércitos de ocupación. Seguramente desde el punto de vista nacional español, es más seguro ese diseño que el actual, aunque éste se aproxima a aquél. Pero en cualquier caso, ese horizonte no puede estar cerrado ni para los nacionalismos periféricos ni para el nacionalismo español, tan legítimo como aquéllos.

P. ¿Debe haber reforma del Senado y un mayor protagonismo de las autonomías en las instituciones europeas?

R. Claro, pero ninguna de las dos cosas se planteaban en la transición.

P. Ahora sí.

R. Son dos factores nuevos añadidos que evidencian que el diseño definitivo del modelo autonómico es imposible.

P. El terrorismo en el País Vasco, además de una tragedia ¿es un factor que impide plantearse nuevos horizontes de desarrollo del Estado autonómico?

R. Yo, la verdad, al tiempo en que insisto en que desde un punto de vista político general es imposible el cierre del modelo autonómico, creo que pueden plantearse, y de hecho se plantean, transferencias en acciones de gobierno más o menos importantes, pero nadie tiene que morir por las transferencias pendientes. Al tiempo que insisto en la conveniencia de no magnificar la contribución del nacionalismo catalán a la gobernabilidad española, creo que la gran diferencia entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo vasco es que el primero no ha tenido, no ya complicidad, sino la más mínima comprensión hacia la violencia terrorista. Ello me ha parecido siempre una contribución esencial a la convivencia en Cataluña y en España.

P. ¿Y qué solución propugna para el País Vasco?

R. Ya no me atrevo a decir nada, pero no por razones de prudencia. Mas de una vez, desgraciadamente, me ha sucedido que las ideas y las soluciones que elaboraba una mañana, el asesinato de la tarde las hacía inviables.

Rodolfo Martín Villa, en Barcelona, el miércoles pasado.
Rodolfo Martín Villa, en Barcelona, el miércoles pasado.JOAN SÁNCHEZ

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