Concha de Oro para 'Los lunes al sol', el drama del paro
Mercedes Sampietro gana el premio a la mejor actriz, y el director argentino Carlos Sorín, el del Jurado
Aunque en las últimas jornadas del festival los augures de siempre no se atrevieron a pronunciar en voz alta el título de un filme aspirante a ganador indiscutible y barajaron varios candidatos a la Concha de Oro, la película española, escrita y dirigida por Fernando León, Los lunes al sol, era considerada, en voz baja y bajo cuerda, la que reunía más rasgos de ganadora. Su gran pegada inicial, durante y después de sus ruidosas proyecciones del pasado lunes, aún seguía viva ayer en la memoria de los centenares de informadores y profesionales del cine que participaron en las cerradas y unánimes ovaciones que este gran filme, rebosante de gracia y de verdad, cosechó en la abarrotada gran sala del Kursaal donostiarra.
Ha sido ésta una de las ediciones más ricas y coherentes que se recuerdan del festival
No se oyó ni un carraspeo, ni se percibió entre los aplausos un gesto de disidencia, cuando Wim Wenders, presidente del jurado internacional que concedió la Concha de Oro a Los lunes al sol, anunció esta decisión y añadió que la película merecía haber sido galardonada además por algunos aspectos concretos -en más que probable referencia a la interpretación de Javier Bardem en ella-, pero que el jurado consideró que la Concha de Oro engloba a todos estos aspectos concretos. Formaban el jurado, junto al cineasta alemán, la actriz francesa Ariane Ascaride, el director español Mariano Barroso, el fotógrafo suizo Renato Berta, la actriz cubana Mirtha Ibarra, la directora británica Angela Pope y el director tailandés Chatri Chalerm Yukol.
La actriz española Mercedes Sampietro ganó la Concha de Plata a la mejor interpretación femenina por su elegante y expertísima -en la que pisa el frágil y resbaladizo borde de la perfección- composición en el filme argentino Lugares comunes. Allí, sobre todo en los sutiles, pudorosos y poderosos, instantes finales, alcanza la actriz con rara facilidad y sorprendente sencillez, sin pedir ayuda al más mínimo rebuscamiento gestual, el prodigio de una transfiguración, de una delicada mutación expresiva en la que una mujer hace suyo, para de esta manera mantenerlo vivo, el aliento, o el espíritu, del hombre que amó.
Es Lugares comunes un inteligente y conmovedor filme, que no sólo se llevó esta concha de su actriz protagonista, sino que obtuvo también el Premio del Jurado al mejor guión, que fue a las manos de su escritor y director, Adolfo Aristarain, y a las de su colaboradora Katy Saavedra. Paralelamente, el guionista ruso Guennadi Ostrovski, por su escritura, muy profunda y de alta precisión, de El amante, compartió con sus dos colegas argentinos este premio a los mejores guionistas. De esta rica, sólida y vigorosa película rusa se habló mucho en las idas y venidas de los últimos días del festival e incluso llegó a considerarse como una de las competidoras más serias de Los lunes al sol para ganar la Concha de Oro. Se dio a conocer sin ruido en la recta final del festival, pero su empuje creció velozmente y al final era considerada por muchos, con merecimiento, como una de las varias películas importantes, que ha despertado del silencio esta rica y llena de coherencia edición del medio siglo del festival donostiarra.
Otra película que llegó aquí con discreción, sin apenas meter ruido, pero que poco a poco levantó el tono, y se fue dando a conocer como una de las mejores que se han visto estos días en las pantallas del Kursaal, es Juntos, un originalísimo y magistral ejercicio de filmación y puesta en pantalla del eminente director chino Chen Kaige, ya convertido en un clásico viviente con poco más de cuarenta años, lo que en su oficio es todavía casi edad de niñez. Juntos se ha llevado la indicustible Concha de Plata al mejor director, título que nadie puede negar a un profesional de la talla de Chen Kaige, que es uno de los realizadores más solventes que existen, un dominador irrefutable de su complejo oficio.
Pero Juntos no se ha quedado ahí y se ha llevado también la Concha de Plata a la mejor interpretación masculina, lo que sí es discutible. El actor elegido se llama Liu Peiqi y ciertamente derrocha talento y dotación histriónica, pero -dejando aparte a Javier Bardem, excluido de la competición por protagonizar la película ganadora, Los lunes al sol- no alcanza la altura y la finura del asombroso trabajo que el ruso Oleg Yankovski, protagonista de El amante, hace en esta excelente película, que a cambio sí ha sido adornada con una bonita y justificadísima condecoración por su admirable fotografía, que es un prodigio de iluminación interior a cargo de Serguéi Mijalchuk. Son, como se ve, premios a profesionales curtidos y solventes, decididos por profesionales igualmente curtidos y solventes. Pueden discutirse los matices de sus decisiones, pero no su sustancia, que deja ver conocimiento del territorio que pisan, lo que convierte a este reparto de premios en uno de los más acertados que se recuerdan en un festival como éste, lleno de decisiones finales plagadas de solemnes meteduras de pata.
Y para redondear el buen reparto, ahí queda su lanzamiento a la celebridad con el Premio Especial del Jurado -que equivale a una réplica sin tanto glamour a la Concha de Oro- del filme argentino Historias mínimas, una preciosa película dirigida, con intensa gracia e iluminación íntima, por Carlos Sorín, que ha hecho cine grande con recursos muy pequeños, mínimos. Esta fragilísima y delicada obra es pura orfebrería cinematográfica, ante la que todos los jurados se han proclamado seducidos, cautivados. Es Historias íntimas un trenzado de itinerarios de personajes en carne viva y de acordes de una musicalidad escondida en los rincones íntimos de un paisaje poético inabarcable. Y allí, en ese vasto escenario de soledades, una decena de intérpretes, en su mayor parte con pinta de no profesionales, dan en Historias mínimas un recital de verdad y libertad.
Y esto -sobre todo si se añade que, en registros opuestos, es una obra complementaria de la gravedad de Lugares comunes- hace que Historias mínimas engrose, junto al filme de Aristarain y Federico Luppi, el caudal de espíritu subversivo, de respuesta libre, de conocimiento, de inventiva y de fuerza de arrastre emocional que está alcanzando en los últimos años el cine argentino, convertido en un sorprendente vehículo restaurador del honor de un pueblo pisoteado por quienes dicen defenderlo.
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