Dos historias que no se tocan
'A Flora Tristán le obsesionaban sus faltas de ortografía', contó ayer Mario Vargas Llosa. Fue una mujer autodidacta, que aprendió de su afán de pelear por la emancipación de la mujer en las calles, no en los gabinetes. 'George Sand , en cambio, fue una feminista de salón, y se burló con frecuencia en su correspondencia de los errores de Flora Tristán'. Luego, sin embargo, cuando ésta murió, se portó muy bien con su hija Aline. 'Le buscó marido. Primero lo intentó con un viejo millonario, pero fracasó', y Vargas Llosa se ríe. Al final, consiguió que se casara con un periodista, y de ese matrimonio nació Paul Gauguin (1848-1903), el pintor.
Flora Tristán y Paul Gauguin son los protagonistas de El paraíso en la otra esquina, la última novela que Mario Vargas Llosa ha entregado ya a su editorial, Alfaguara, y que aparecerá este mismo año. El autor de La fiesta del Chivo, su anterior libro, comentó que se trata de una novela de unas 450 páginas y que, como decía Borges de Las palmeras salvajes de Faulkner, cuenta dos historias que, aunque nunca se tocan, terminan por confundirse'.
De un lado está la historia de Flora Tristán, 'la mujer que concibe la utopía de la libertad a la mujer de la situación de injusticia, explotación y discriminación que padecía (y padece todavía hoy en tantos lugares) en el siglo XIX'. De otro, las peripecias de Paul Gauguin, el pintor que también luchó por otra utopía, 'la de una sociedad donde la belleza fuera patrimonio de todos y no sólo un lujo reservado a unos pocos'.
Dos utopías
Dos personajes, dos utopías. Mario Vargas Llosa dedicó una parte de la primera de sus clases magistrales de ayer a hablar del contexto en el que surgió la obra de Flora Tristán. Y analizó las obras de varios pensadores utópicos: Saint-Simon (1760-1825), Charles Fourier (1772-1837) y Etienne Cabet (1788-1856). El escritor explicó con todo detalle las grandes líneas maestras del pensamiento de estos autores, pero supo dar también un retrato cabal de cada uno de ellos.
Así que Vargas Llosa desentrañó la época que surgió después de la Revolución Francesa, con ese ímpetu que se extendió por todas partes por cambiar el mundo. Habló del espíritu racionalista de aquellos grandes teóricos. Pero también se extendió en sus particulares 'locuras'. Contó, por ejemplo, del proyecto de Saint-Simon de convertir a Madrid en una ciudad portuaria, gracias a un complejo sistema de canales, o de los dislates matemáticos de Fourier, ese hombre que defendía la 'orgía noble' y que calculó que el planeta duraría 80.000 años, y que cada hombre realizaría en ese tiempo 810 transmigraciones, lo que le llevaría a cada uno a vivir 1.626 existencias. Eso mismo: el fulgor poético en el centro de la construcción, en teoría, más racional.
Babelia
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