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Columna
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El regreso de Gabo

Joaquín Estefanía

Cuando todavía no se habían retirado los signos externos de la cumbre para la financiación al desarrollo -el aeropuerto internacional sigue dando la bienvenida a los invitados-, la ciudad mexicana de Monterrey recibió al más insigne de los escritores vivos: Gabriel García Márquez. Apareció Gabo en el mismo hotel donde una semana antes se había alojado George Bush, todo vestido de blanco, como un indiano, incluido el reloj y la correa del mismo.

En ese momento él era el anfitrión. Saludaba a las más de tres docenas de periodistas latinoamericanos que habían llegado para acompañar a los galardonados por el Primer Premio de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside García Márquez, y que se iban a encerrar unos días para debatir del periodismo de la zona, liderados por el Nobel de Literatura. Pero, con serlo, ello no era lo más importante. Lo era que Gabo reaparecía por primera vez en un acto público, tras haber pasado por la experiencia de un cáncer linfático de baja intensidad, que le ha apartado muchos meses de la calle.

Tiene escritos casi mil folios, que se titularán 'Vivir para contarlo'

Todos teníamos el interés de saber cómo está. No defraudó. La enfermedad ha dejado huellas en el cuerpo de Gabo, más viejito, más delgado, pero también más entrañable y totalmente recuperado. Muy animado al estar rodeado de amigos, en forma, con ganas de vivir y de aprender ('el único modo de seguir aprendiendo es seguir enseñando'). Con el espíritu intacto, aunque tal vez más ensimismado; de vez en cuando se ausenta de los demás y se le observa reflexionando consigo mismo. Pero inmediatamente vuelve, participa, quiere enterarse de todo. Es el Gabo de siempre, aquel que hace de cada circunstancia una conjetura. Las consecuencias de su percance clínico son más bien externas: ha dejado de hacer vida social y se propone viajar poco. Sólo de México (donde se ha instalado de nuevo) a Los Ángeles, a hacerse las revisiones médicas para no tener una recaída a traición. Pero también para ver a su hijo Rodrigo y a sus nietos. Quizá vaya poco a Colombia (¡qué nostalgia de su casa cartagenera!), donde su presencia supone un terremoto en el que todo el mundo le exige pronunciamientos y apoyos. Y desgraciadamente, nada a España, porque como ciudadano colombiano se le exige un visado que él no acepta. Creo que la necesidad del visado, siendo un pretexto cierto, no es la causa última: García Márquez no quiere hacer más viajes largos que le saquen de su creatividad de escritor. 'Al final, me he convertido en un escritor', afirma con ironía.

El autor de tantas novelas memorables y de reportajes tan mágicos como Relato de un náufrago o Noticia de un secuestro, quiere dividir su vida profesional entre la escritura y el periodismo. Está terminando el primer volumen de sus memorias, aunque mientras no se lo arranquen de las manos no lo terminará del todo, tal es el carácter minucioso de su trabajo: toca y retoca cada dato, hasta lograr la perfección. Tiene escritos casi mil folios, que se titularán Vivir para contarlo; el segundo tomo se centrará en episodios de su vida, no en los recuerdos; y el tercero, más difuminado, seguramente incorporará retratos de la gente que ha conocido. Se interesa por el libro que Ana María Moix acaba de publicar sobre la gauche divine de Barcelona, y dice sonriente: 'Yo estuve allí'. Al mismo tiempo que esas memorias, García Márquez trabaja en tres cuentos de amor, de los cuales tiene dos a punto.

En cuanto al periodismo, Gabo sigue con minuciosidad la marcha de las ediciones colombiana y mexicana del semanario Cambio, aunque la enfermedad interrumpió la frenética labor de edición de todos sus textos, que hizo mientras pudo. Al frente de las mismas hay dos periodistas jóvenes, Mauricio Vargas y Roberto Pombo, de su total confianza. También lo hace con la fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, que creó él, y que administran Jaime Abelló y su hermano Jaime García Márquez, entre otros. En ningún momento ha estado ausente de ella, como tampoco lo ha estado en el desarrollo de los premios que en su primera edición acaba de otorgar la fundación. Pocos dudan que el galardón concedido al mexicano Julio Scherer por una vida dedicada al periodismo, tiene la marca personal de Gabo. Scherer describía en Monterrey una anécdota cómplice de los dos: García Márquez le dio a leer el manuscrito de Del amor y otros demonios y el director de la revista Proceso cayó rendido por la belleza de su escritura. Así se lo dijo a Gabo y éste le contestó: 'Julio, ahora cuéntame tú ese mismo cuento'.

Presidió García Márquez las sesiones del seminario convocado por la fundación con motivo del premio. Lo mejor eran sus comentarios, muchos en voz baja, sobre algunas de las cosas que allí se dijeron: 'La ética no es un problema del periodismo; es una herramienta de trabajo'; 'el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede dirigirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad'; o 'la razón suprema del periodismo es el descubrimiento de la lógica interna de los hechos'.

Concentrado en sus memorias, sus cuentos y su vencida enfermedad; dolorido por la muerte reciente de su hermano Eligio y por el asesinato de su amiga Consuelo Araujo, secuestrada por la guerrilla colombiana; blindado por Mercedes, su mujer, de las interferencias externas, García Márquez recibió un baño de multitudes y de cariño en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey cuando se entregaron los premios. Se notaba que lo necesitaba y que lo quería. Centenares de personas se acercaban para tocarle, oírle, para que firmase sus libros recién comprados o manoseados por muchas lecturas. Algunas ediciones de las novelas que le entregaban son hoy inencontrables, siquiera en las librerías de viejo. Por unas horas se hermanaron en los pasillos del museo la figura de García Márquez y la obra del donostiarra Eduardo Chillida, no tan lejana de las del colombiano, que acababa de inaugurar allí una soberbia exposición. No en vano los dos son personas universales.

Gabo sigue recibiendo mil peticiones para que asista, escriba, hable (esto sólo puede pedírselo quien no le conoce, pues su timidez -y la obsesión por el matiz y el rigor- hacen que jamás improvise en público), para ser entrevistado. Todas pasan por el tamiz de Mercedes, que siempre le acompaña y protege. Es emocionante verlos juntos, tan unidos. Acaban de recibir un telegrama de Roberto Benigni, el estupendo director de La vida es bella, que quiere rodar Cien años de soledad. No es arriesgado afirmar que no se filmará.

Al final de las conversaciones, confidencias, charlas en Monterrey, quedan dos sensaciones: la primera, que hay Gabo para mucho tiempo y que su capacidad de escritura sigue intacta, para bienestar y alegría de sus lectores. La segunda, que aunque 'al final se ha convertido en un escritor', su verdadera profesión, su gran querencia es el periodismo. Los reunidos con él lo dijeron con rotundidad: 'Reclamamos a Gabo íntegramente para nuestra profesión'.

Lo cual, para los tiempos que corren en nuestro oficio, no deja de ser un gran orgullo. Y una esperanza.

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