El hombre del acero
Cuando las relaciones entre Estados Unidos y la UE pasan por un momento complicado, la decisión de Bush de imponer aranceles que van de un 8% a un 30% sobre algunas importaciones de acero resulta sumamente peligrosa. Puede debilitar la coalición internacional no sólo en la guerra contra el terrorismo, y socavar una recuperación económica que para consolidarse necesita un nuevo impulso al comercio global. Bush se ha desdicho así de todas sus promesas aperturistas, en un nuevo gesto de unilateralismo, dictado una vez más por un poderoso lobby. Tras ser el hombre del petróleo y las eléctricas, se revela también como el del acero. Bush no sólo pone de relieve su falta de autonomía política respecto a los grupos de interés, sino que hace temer que si consigue los plenos poderes -el llamado fast track- que pide al Congreso para lograr acuerdos comerciales internacionales, los utilice para fomentar el proteccionismo.
Al ceder, con una clara carga electoralista, a las presiones de los productores de acero -un sector altamente subvencionado en EE UU y que pedía aranceles incluso más elevados-, la Administración está echando piedras contra su propio tejado. Las importaciones con aranceles bajos presionaban a favor de una necesaria reconversión del sector. Ahora, los precios del acero subirán en EE UU, y de ahí las quejas de otros sectores productivos del país que lo necesitan.
La medida ha enfurecido a los europeos, empezando por los aliados más sólidos de EE UU, como Blair o Schröder. La Comisión Europea pedirá la apertura de un expediente en la Organización Mundial del Comercio (OMC) para tratar de obligar a EE UU a dar marcha atrás. Con todo, no es Europa la más perjudicada. Las exportaciones europeas de acero hacia EE UU sometidas a estas medidas proteccionistas no llegan a un 3% de su producción total. Para países como Corea del Sur, Rusia o Japón, sí suponen daños cuantiosos, y revelan, al excluir a Canadá y México, que la Administración de Bush ha elegido el regionalismo frente al globalismo, alimentando así los argumentos antiglobalizadores. El proteccionismo sectorial de Bush puede iniciar una espiral de represalias comerciales cuando la economía global necesita justamente lo contrario.
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