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Tribuna:LOS EFECTOS ECONÓMICOS DEL ATAQUE
Tribuna
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Después del horror

Paul Krugman

Parece casi de mal gusto hablar de dólares después de un acto de asesinato masivo. Aun así, debemos preguntarnos por las repercusiones económicas del horror que tuvo lugar el martes.

No hace falta que estas repersusiones sean de gran consideración. Por espantoso que esto pueda parecer, el atentado terrorista -como el día de la infamia original que puso fin a la Gran Depresión- podría incluso ser positivo para la economía. Pero ya hay siniestros indicios de que algunos van a considerar esta tragedia no como una ocasión para la verdadera unidad nacional, sino como una oportunidad para obtener un beneficio político.

Sobre el impacto económico directo: la base productiva del país no se ha visto seriamente dañada. Nuestra economía es tan inmensa que las escenas de destrucción, a pesar de lo abrumadoras que resultan, son sólo una pinchazo. El World Trade Center contenía 1,08 millones metros cuadrados de espacio dedicado a oficinas, frente a los 27 millones de metros cuadrados que hay tan sólo en Manhattan, y los 375 millones de metros cuadrados en todo Estados Unidos. Nadie ha cifrado todavía los daños económicos, pero me sorprendería que las pérdidas fuesen superiores al 0,1% de la riqueza de Estados Unidos, algo comparable a los efectos materiales de un gran terremoto o huracán.

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El comodín aquí es la confianza. Pero la confianza que importa en este caso tiene poco que ver con la paz mental general. Si la gente se apresura a comprar agua embotellada y alimentos enlatados, eso en realidad impulsará la economía. Durante unas semanas es posible que los horrorizados estadounidenses no estén de humor para comprar nada más que lo necesario para las necesidades básicas. Pero, una vez pasada la conmoción, es difícil creer que el gasto de consumo se vea muy afectado.

¿Huirán los inversores de las acciones y de las obligaciones empresariales en busca de activos más seguros? Dicha reacción no tendría mucho sentido; después de todo, los terroristas no van a volar el S&P 500. Es cierto que a veces los mercados reaccionan de manera irracional, y algunas bolsas extranjeras se desplomaron después del atentado. Desde entonces, sin embargo, se han estabilizado. En general, está bien que nuestros mercados hayan permanecido cerrados unos días, dando tiempo a los inversores para tranquilizarse; el Gobierno se equivocó al presionar para que abriesen inmediatamente. Cuando realmente vuelvan a cotizar, probablemente hayamos dejado atrás lo peor del pánico. Por lo tanto, es probable que el impacto económico directo de los ataques no sea demasiado malo. Y posiblemente habrá dos efectos favorables.

En primer lugar, lo que ha motivado la ralentización económica ha sido una caída en la inversión empresarial. Ahora, de repente, necesitamos nuevos edificios para oficinas. Como ya he señalado, la destrucción no es grande en comparación con la economía, pero la reconstrucción generará al menos cierto aumento del gasto empresarial.

En segundo lugar, el atentado abre las puertas a algunas medidas sensatas para luchar contra la recesión. En las últimas semanas ha tenido lugar un acalorado debate entre los liberales respecto a si defender o no la clásica respuesta keynesiana a la recesión económica, un aumento temporal del gasto público. Había argumentos económicos convincentes a favor de dicha medida, pero existía la duda de que el Congreso se pusiese de acuerdo respecto a cómo gastar el dinero a tiempo para ser útil; y había también la certeza de que los conservadores se negarían a aceptar dicha medida a no ser que estuviese unida a otra ronda de irresponsables reducciones fiscales a largo plazo. Ahora parece que realmente conseguiremos un rápido aumento del gasto público, independientemente de lo trágicas que sean las razones.

Ahora las malas noticias. Después de los atentados me pregunté si algunos políticos intentarían explotar el horror para defender sus habituales programas partidistas. Luego me reñí a mí mismo por una idea tan poco caritativa. Pero parece que no se puede ser lo bastante cínico: cómo no, ya hay quien anima a vender deducciones fiscales para las empresas y una reducción del impuesto sobre plusvalías para responder al terrorismo.

Uno espera que la Casa Blanca se distancie de este desgraciado oportunismo, que muestre el bipartidismo que prometió originalmente. Pero los primeros indicios no son buenos: el Gobierno organizó su solicitud de financiación de emergencia en consulta con los republicanos del Congreso. Punto. Un contacto demócrata afirma que su partido no ha recibido 'ninguna consulta, ninguna colaboración, prácticamente ninguna información'.

No quería mencionarlo, pero ahora es el momento de trazar la línea. El explotar esta tragedia para obtener beneficios políticos sólo servirá para magnificarla. Los políticos que se envuelven en la bandera mientras persiguen incansablemente su propio programa político no son verdaderos patriotas, y la historia no les va a perdonar.

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton, Estados Unidos.

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