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Una epidemia en Europa

El Gobierno británico desoyó a los científicos y minimizó el riesgo de contagio de las 'vacas locas'

Un comité de expertos determina que Londres actuó a destiempo y negligentemente ante la crisis

Isabel Ferrer

El comité de expertos independientes creado por el Ejecutivo laborista hizo públicas sus conclusiones sobre la actuación anterior a 1997 de la Administración británica ante la crisis de las vacas locas. El informe culpa a ministros y altos funcionarios de la anterior etapa conservadora de haber desoído a los científicos, minimizado riesgos y no haber suministrado a tiempo a la ciudadanía datos sobre el peligro de consumir de carne infectada con la enfermedad mortal. Aunque el dictamen indica que no hubo engaño deliberado, sí califica de negligencia inaceptable el intento de no alarmar a la población y la lenta reacción oficial.

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A pesar de que el informe critica con nombres y apellidos sólo a unos pocos ex ministros de Agricultura y Sanidad, así como a varios de los altos funcionarios que despachan con ellos, la condena a la falta de comunicación entre las distintas instancias oficiales y los retrasos en aplicar y supervisar las medidas de seguridad impuestas por el propio Gobierno equivalen a una negligencia grave. Del texto, que suma 16 volúmenes y cuya elaboración ha costado 27 millones de libras (7.425 millones de pesetas), se desprende que los gobernantes hicieron caso omiso de sus obligaciones para con la ciudadanía y no adoptaron las necesarias medidas de cautela. Antes al contrario, se empeñaron en asegurar durante más de una década que la carne de res británica era apta para el consumo en lugar de proteger a la población. Si bien la epidemia no pudo ser evitada, sí hubiera sido factible combatirla antes de haber comprendido las instancias públicas la trascendencia de los problemas de la cabaña bovina."De los científicos se esperaba que dieran todas las respuestas, pero su falta inicial de pruebas concluyentes fue interpretada por las autoridades como si el contagio no fuera posible. El público fue traicionado porque no se le consideró capaz de asumir los riesgos de la situación como adultos. Ello unido al hecho de que las reses eran alimentadas con piensos de vaca y oveja convirtió la epidemia en un desastre", dijo ayer Lord Phillips, que ha coordinado la elaboración del estudio por parte de un equipo de científicos, juristas y expertos independientes.

Uno de los extremos más delicados de toda la crisis, esto es, averiguar si el anterior Ejecutivo conservador antepuso los intereses de la industria cárnica a la salud publica, quedó por fin despejado. No hubo malicia por parte del Ministerio de Agricultura, pero sus titulares fueron presionados por su propio partido y por los ganaderos para que mantuvieran la confianza del consumidor a base de promover la carne autóctona. "Hubo por tanto un conflicto de intereses que no fue solventado adecuadamente por el Gobierno", añade lord Phillips. En cuanto al departamento de Sanidad, no supo imponer las necesarias normas de higiene para evitar que la carne infectada entrara en la cadena alimentaria. Y sobre todo falló de plano a la hora de asegurarse, junto con Agricultura, de que los mataderos desechaban desde 1987 los cerebros, médulas espinales y bazos de las reses, las partes más peligrosas para la salud. No hay que olvidar que Agricultura había reconocido la encefalopatía bovina como una enfermedad singular en 1986, pero tardó más de un año en comunicárselo a Sanidad. Un desfase criticado de plano por el informe.

Entre los políticos censurados aparecen dos ministros de Agricultura, John MacGregor(1987-1989) y John Gummer (1989-1993). El primero tardó tanto en decidirse a compensar a los ganaderos por sus pérdidas, hecho que favoreció sin proponérselo que estos siguieran vendiendo como sanas reses enfermas. Para cuando les ofreció, en 1990, un precio razonable por cada ejemplar sacrificado, casi un millón de cabezas infectadas había sido ya consumido. El caso de Gummer forma más bien parte de la imaginería de la epidemia. Cuando le dio una hamburguesa a su hija pequeña en público, también en 1990, hacía dos años que su departamento había ordenado el sacrificio de reses mayores de 30 meses.

Dado que las conclusiones de lord Phillips culpan tanto al anterior Gobierno conservador como a la forma misma en que actúa "la maquinaria del poder", el actual Ejecutivo laborista se empleó ayer a fondo en primar la tragedia de las 85 víctimas contabilizadas hasta hoy entre muertos y enfermos sobre la búsqueda de villanos. "Esto ha sido una catástrofe nacional y de ahí que hayamos decidido compensarles tanto desde el punto de vista económico como con ayudas para que cuiden a los que están hoy en cama", dijo Nick Brown, ministro de Agricultura. Horas antes de su comparecencia ante la Cámara de los Comunes, el primer ministro, Tony Blair, había recibido un vídeo casero donde aparecía Donnamarie McGivern, fallecida en 1997 a los 17 años. Ausente y sin poder moverse, su estado conmovió al líder laborista y ha podido contribuir a la decisión de ayudar a las familias afectadas.

"Lo sabían y no hicieron nada"

A los 15 años, Donna McIntyre, una muchacha escocesa hija de un electricista de Aberdeen, tenía el pelo rizado, una sonrisa despreocupada y el aspecto de quien cuida al detalle su apariencia física. Hoy ha cumplido 21 años y pasa las horas acurrucada en un sillón del hospital donde la cuidan. Apenas conoce a su familia, le cuesta andar y en sus escasos momentos lúcidos pregunta si va a morir.

Donna padece la mortal enfermedad de las vacas locas en su versión humana, y los médicos dudan de que llegue a la próxima primavera. Para su padre, Billy, esta muerte lenta es una tragedia intolerable. Durante meses creyó que su hija padecía una demencia precoz y se sentía casi avergonzado. Ahora acusa sin miramientos a los que considera responsables de su sufrimiento: "Los políticos estaban informados de las porquerías que comíamos y no hicieron nada. Espero que a Tony Blair se le atragante el desayuno cuando lea lo de mi hija", dice.

La pasada Pascua, Billy estuvo con Donna y la joven hasta pensó en dejar su trabajo de recepcionista y buscar otro empleo cerca de la casa paterna. Luego todo cambió. Donna desapareció durante dos meses, un comportamiento inusitado en ella. Para cuando la encontraron, ya no era la misma. Tenía un extraño eccema en la piel y movía las piernas de una forma rara. Como si no formaran parte de su cuerpo.

Las familias de las 74 víctimas mortales de la encefalopatía bovina registradas hasta la fecha podrían haber sacado de dudas a su progenitor de inmediato. La chica se había contagiado comiendo carne de res contaminada y la neuropatía empezaba a destruir su cerebro.

"A Donna le gustaban las hamburguesas y los pasteles de carne, pero nunca pensé que pudiera tener una enfermedad de las que salen en la televisión", repite ahora Billy McIntyre, que la ha encontrado más de una vez escondida como un animal herido junto a la cama del hospital y con expresión de terror. La misma que tenía Clare Tomkins, una joven de 24 años que llevaba 11 siendo vegetariana y murió infectada en 1998 "con los ojos llenos de miedo", según ha recordado su padre, Roger. Él es uno de los miembros del grupo de familiares que han unido sus fuerzas para pedir una disculpa oficial y una compensación económica por lo ocurrido.

En casa de los McIntyre, lo peor está aún por llegar. Dentro de poco Donna perderá la voz y la vista y será incapaz de tragar. Tendrán que ponerle una sonda gástrica y ayudarla en sus necesidades más íntimas. El mismo final desesperado que aguarda también a otros 11 pacientes desahuciados ya por los médicos en el Reino Unido .

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