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Una epidemia en Europa

74 muertos y cuatro millones de reses sacrificadas

Isabel Ferrer

Médula y cerebro

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El Gobierno británico desoyó a los científicos y minimizó el riesgo de contagio de las 'vacas locas'

La vaca 133 ocupa un lugar especial en los anales médicos del Reino Unido. De raza frisona (holandesa), pero criada en suelo británico, fue la primera en mostrar, en diciembre de 1984, en una granja de Surrey (al sur de Inglaterra) los síntomas de una extraña enfermedad. Las patas le fallaban y, aletargada, se caía inesperadamente. Dos meses después de que su dueño informara al veterinario, la res había muerto. Tenía la encefalopatía espongiforme bovina (EEB), un mal degenerativo que agujerea el cerebro. Desde entonces la enfermedad se ha cobrado 74 vidas y arruinó la reputación del Gobierno conservador de la época por asegurar, durante 12 años más, que la carne británica de vacuno era apta para el consumo.En 1986, el Ministerio de Agricultura reconoció la encefalopatía bovina como enfermedad que debía ser notificada. La advertencia sirvió de poco. El entonces titular de Agricultura, John MacGregor, no fue informado hasta 1987. Un año después se prohibió alimentar a las reses con piensos elaborados con restos de ovejas, que padecen scrapie, la versión de la encefalopatía en el ganado lanar. Los científicos sostienen que ese tipo de alimento fue el causante de la epidemia.

En 1988 empezó, además, el sacrificio de reses infectadas. Han pasado por mataderos especializados unos cuatro millones de cabezas. En 1999 hubo 2.250 casos confirmados. Otras 827.000 reses han sido sacrificadas hasta hoy.Con la lentitud que ha caracterizado todo el proceso, el Gobierno prohibió en 1989 la venta de médula espinal y cerebro de las reses. A pesar de que las precauciones crecían, John Gummer, nuevo ministro conservador de Agricultura, aseguró en 1990 que no había pruebas "en ninguna parte del mundo" de que la enfermedad hubiera atravesado la barrera de las especies infectando al hombre. Para demostrar la confianza del Gobierno en la carne local, le dio en público a su pequeña hija Cordelia una hamburguesa. Cinco años más tarde, su sucesor, Douglas Hogg, seguía manteniendo que el contagio era imposible. La muerte, en mayo de 1995, de Stephen Churchill, de 19 años, por la variante humana del mal, precipitó las cosas. Para cuando Stephen Dorrell, entonces ministro de Sanidad, anunció en 1996 que la transmisión era posible, había ya 10 muertos. El posterior veto europeo a la exportación de vacuno, levantado en 1998, le ha costado al país 4.000 millones de libras. Con la victoria laborista en 1997, Blair trató de recuperar a la ciudadanía y encargó el informe oficial ahora publicado.

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