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La OCDE acuerda crear un organismo internacional para controlar los transgénicos

La entidad informará a los Gobiernos de las investigaciones sobre alimentos modificados

Isabel Ferrer

El concepto de seguridad alimentaria se impuso ayer en la conferencia sobre productos transgénicos organizada en Edimburgo (Escocia) por la OCDE, que concluyó con el acuerdo de crear un organismo internacional que mantenga al día a los Gobiernos acerca de los avances y supuestos riesgos de los alimentos modificados. En ese organismo, las naciones pobres -probables consumidoras mayoritarias de las nuevas semillas- deberán estar representadas. La propuesta acordada será elevada en julio a los países del grupo G-8, que se darán cita en Japón.

Los expertos reunidos en Escocia han reconocido que los alimentos transgénicos no han producido hasta la fecha efectos nocivos para la salud humana, pero ningún investigador puede garantizar lo que ocurrirá a largo plazo. Ello, unido al hecho de que los consumidores no se fían de unos productos aún en periodo experimental, "ha globalizado el debate acerca de su futuro en todos sus aspectos, tanto éticos como económicos, medioambientales y tecnológicos", en palabras de John Krebs, presidente de la conferencia y futuro encargado del nuevo servicio británico de vigilancia alimentaria a punto de formarse.Si bien todos los presentes, unos 400 delegados de una treintena de países, admitieron que la biotecnología alimentaria atraviesa una crisis de credibilidad, "que tanto las empresas como los gobiernos deben solventar", los grupos ecologistas decidieron disociarse de las conclusiones del foro. En opinión de Greenpeace y Amigos de la Tierra, la única forma de evaluar los verdaderos efectos de los transgénicos es prohibiéndolos hasta que no se demuestre que son inocuos. Para sus representantes, situaciones como la de Estados Unidos -donde el 35% del maíz y el 55% de la soja son transgénicos- y Argentina, que no diferencian entre las semillas naturales y las tratadas en sus exportaciones, merecen cuando menos una revisión.

Para John Krebs, sin embargo, las urgentes necesidades alimentarias de países como China e India, además de África, que espera poder plantar cosechas en terrenos completamente secos, cuentan tanto o más que las peticiones ecologistas. "Hay que ponerse de acuerdo de una vez, pero siempre atentos a los posibles riesgos sanitarios". En el mundo en vías de desarrollo, los arroces con vitamina A o cualquier otro tipo de grano reforzado con hierro, pueden salvar la vida de millones de personas. Y también evitar la muerte de mujeres en edad fértil.

Revolución imparable

A pesar de la polvareda levantada por la aparición de las semillas tratadas en el mercado, la biotecnología es todavía una disciplina naciente. Muy pocos granos comerciales, aparte del maíz y la soja, han sido modificados. Tampoco existen aún animales transgénicos listos para el consumo humano. Los científicos partidarios de seguir adelante con estas investigaciones alertan, de todos modos, de lo imparable que será la revolución biotecnológica en este siglo. En la conferencia escocesa, los "bioingenieros" recordaron que estos alimentos no se alteran sólo para mejorar su sabor o evitar que se pudran demasiado pronto, como el caso de los tomates. Con el 40% de la producción agrícola mundial perdido por culpa de las plagas y malas hierbas, la demanda de semillas capaces de producir una cosecha entera a tiempo será, según ellos, imparable.

Los peligros del monopolio del mercado por parte de unas pocas multinacionales no fueron evitados en la cita de la OCDE, pero sí tratados con cierto truco. Robert May, principal asesor científico del Gobierno británico, dijo, por ejemplo, que el consenso científico "sobre lo que es seguro y aceptable para el consumidor despejará las dudas de todos acerca de los transgénicos". Si el nuevo organismo supervisor propuesto en Escocia consigue sus objetivos, países como Brasil, hoy libres de cosechas alteradas, podrán decidir por su cuenta y sin presiones empresariales si plantan dichas semillas en sus tierras.

En Europa, el debate es por fuerza distinto. Se trata aquí de averiguar si las cosechas modificadas dañan los terrenos agrícolas tradicionales; si aumentan la explotación intensiva de las tierras de labor, o si la fauna autóctona desaparece por falta de alimentos como las malas hierbas o los insectos propios de la labranza. "Todos ellos son aspectos propios del debate, sin hambrunas, en países desarrollados", según May. Para el mundo en desarrollo, por el contrario, la obtención de un cacahuete nutritivo y libre de las proteínas que causan a veces alergias mortales, sería un fruto muy valioso.

Un etiquetado más preciso

La Conferencia de Montreal, en la que Europa y EEUU dirimieron sus diferencias sobre transgénicos, apenas fue mencionada en la reunión de la OCDE. El pasado mes de enero, 130 países acordaron en Montreal (Canadá) el Protocolo de Bioseguridad, un texto que impone ciertas restricciones al comercio de organismos genéticamente modificados. En esencia, ese protocolo permite a los países rechazar las importaciones de organismos transgénicos si existen dudas razonables sobre su seguridad para el medio ambiente o la salud. Este acuerdo es el primero que plasma el llamado "principio de precaución", ya que los países no precisan de evidencias científicas sólidas para vetar una importación: basta con las dudas, o con la mera falta de información. El protocolo, no obstante, dejó sin definir si su contenido prevalece o no sobre los acuerdos de libre circulación de mercancías alcanzados previamente en el seno de la Organización Mundial de Comercio.

Un aspecto que tampoco se resolvió en la Conferencia de Montreal fue el etiquetado. Ayer, en Edimburgo se insistió, sobre todo por parte de los europeos, en la necesidad de un etiquetado preciso. Esta petición fue apoyada por los representantes internacionales de los consumidores. En este sentido, los expertos señalaron que en países como el Reino Unido, este etiquetado preciso no supera el 10% de los productos hoy a la venta. Asimismo, la Comisión Europea espera proponer mayor claridad en este terreno para los piensos animales antes de septiembre próximo.

Otro aspecto tratado en la reunión de Edimburgo fue el de los avances asociados a la tecnología genética. Para científicos como el estaodunidense Marc Weksler, de la Universidad Cornell, junto al desarrollo de los alimentos transgénicos, la biotecnología aportará nuevas y definitivas vacunas. "Vacunas desarrolladas por ingeniería genética, como la del sarampión, que mata un millón de niños al año, o bien medicamentos que prevengan la malnutrición o ciertas enfermedades infecciosas, están a la vuelta de la esquina", señaló. En estos momentos, alrededor de un centenar de vacunas se deben a esta tecnología y, según Gordon Conway, presidente de la Fundación Rockefeller, "no hay duda de que si se llega a conseguir una contra el sida será con ingeniería genética".

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