Tercer día de campaña. Hoy, petanca y mushing, a cargo de Joan Clos. Se les veía muy aéreos a los socialistas, últimamente. Clos en avioneta, Maragall en ultraligero, Borrell en el cielo. Había que hacer algo y el alcalde ha decidido bajar las bolas al suelo. Ayer por la mañana, efectivamente, estuvo en el bouledrome de la Sagrera. El bouledrome es, en Francia, el lugar emblemático de la retraite, tanto que se han inventado esa horrenda palabra para otorgar mayores pujos al campo en el que el jubilado se dedica plácidamente a jugar a la petanca con los amigotes. En la Sagrera, el bouledrome no es otra cosa que la plaza de la Assemblea de Catalunya, justo detrás del edificio aquel de la Meridiana cuyas ventanas llevan anteojeras de asno. Petanquistas de varios clubes se han citado para celebrar el Memorial Emilio Martí, un colega desaparecido hace un año que le daba al boliche. Diferencias del bouledrome de la Sagrera con el bouledrome francés: concluida la partida, los jugadores beben masivamente quintets y dicen cosas como "ei, nano, com hem xalat, avui!", mientras que nuestros vecinos se ponen morados de pastís y repiten cada dos por tres: "Moi, je m"en fou!". Y otra cosa: aquí nadie lleva un imán colgado de un cordel para recuperar la bocha del suelo sin doblar el espinazo. Hay que convenir que en materia de tecnología avanzada los franceses todavía nos sacan ventaja. Clos debía llegar a las once de la mañana, pero lo hace a las once y cuarto, respetando una de las tradiciones más enraizadas de la alcaldía barcelonesa. "¿Puedo tirar unas bolas yo?", pregunta. A ver. Buena tocada de las mismas sería que haciendo levantar al personal a esas horas en domingo nos quedáramos sin foto. Vamos allá, alcalde. Los petanquistas se arremolinan. Empieza la juerga: "¡No se te ocurra sacar la suya!", "¡quédate, quédate!", "¡oye, que el que tiene que ganar es él!", y así. Clos, chuleta: "Yo ganaré al final, ya veréis". Y en ésas mete una bochada de maestro que levanta aclamaciones. "Es que en mi barrio había jugado bastante". Calladito se lo llevaba. El alcalde se va del bouledrome sin importarle un pito que queden 20 líneas de este artículo por completar. Se hace perentorio seguirle. El escenario siguiente, al que Clos llega con el retraso previsto, es en la calle del Tajo, en Horta. Los comerciantes celebran la jornada del comercio en la calle. Gentío tremendo, baño de masas. Más bien centrifugado y aclarado rápido de masas. El hombre se maneja con soltura: aquí un glop de porrón, allá un beso a un niño y vuelta a empezar. Ahora promete a una señora, que no juega a la petanca pero que tiene las vértebras como si lo hiciera por gentileza de los bancos demasiado bajos de la plaza de Eivissa, que este asunto se solucionará. "Es la segunda vez que me lo promete", dice encantada la señora cuando el alcalde se aleja. Sesión de mushing para acabar. ¿Y esto qué es? Pues otro deporte de fuera. Nada que ver con nuestro mus. Consiste en dejarse arrastrar en un carrito por un tiro de perros de Alaska, que ya es complicarse la existencia. Clos se sube al carrito y arranca a toda velocidad, Tajo abajo, contento como un niño. "Et je l"ai vu, tout petit, partir gaiement vers mon oubli" (Brassens, y dale)