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Reportaje:

Arquitectura sin quejas

Jacinto Antón

"Tienes la llave / de la morada de la bienaventuranza; / silencioso embajador / del infinito misterio". Sirvan los versos de Novalis para entrar en materia con el tono adecuado en un tema grave donde los haya: la arquitectura funeraria contemporánea. Bueno, pero no se trata de arquitectura funeraria cualquiera, no, sino de la realizada con firma, incluida la de algunos de los grandes arquitectos del siglo XX como Le Corbusier, Adolf Loos o Alvar Aalto. Este es el asunto de La última casa (editorial Gustavo Gili, 1999), el libro de la editora catalana Mónica Gili que recoge una selección de 60 tumbas proyectadas por cerca de medio centenar de arquitectos y que además de documentar esas construcciones, muchas de ellas poco o nada conocidas, abre un debate -especialmente gracias al texto introductorio de Pedro Azara- sobre el papel y el grado de creatividad de este digamos postrer capítulo de la arquitectura. "Al observar la lista de obras de los arquitectos más conocidos siempre veía que muchos incluían el panteón familiar, y eso despertó mi curiosidad", explica Mónica Gili sobre el origen del libro. "Del tema hay poco escrito, hay mucho sobre cementerios en general, pero no de tumbas, y al investigar salió un buen número de construcciones". Para la editora, que ha realizado un minucioso trabajo de campo (santo), resulta muy interesante ver cómo ha afrontado el tema la arquitectura moderna: "Lo ha hecho recurriendo muchas veces, paradójicamente, a un lenguaje muy clásico; en bastantes casos ves una gran diferencia entre la arquitectura de un autor, Alvar Aalto, por ejemplo, y las tumbas que proyecta: con motivos como la hoja de acanto y la voluta. No es un terreno en el que, lógicamente, la gente se lance a innovar con ímpetu. Es cierto que también hay arquitectos, los menos, que emplean la tumba como lugar de experimentación y laboratorio para sus ideas, como Giuseppe Terragni". Pese al conservadurismo que rige en la arquitectura funeraria, Gili señala una innovación moderna: "La arquitectura contemporánea trabaja mucho más el tema de la luz, deja entrar luz en el panteón". La mayor parte de los arquitectos que proyectan tumbas, señala Gili, lo hacen por una cuestión familiar, la muerte de un ser querido. También suele pasar que se hagan su sepulcro, se ocupen de ese asunto para un amigo, o como parte de un encargo general de viviendas efectuado por un cliente: la casa en la ciudad, la residencia en el campo, el panteón de la familia. Es el caso de Josef Hoffmann, la mayoría de cuyas tumbas fueron realizadas para los mismos clientes, a los que diseñó apartamentos y villas de veraneo, y que seguramente al tomar posesión de sus panteones se quejaron menos. Entre las tumbas que diseñó Hoffman figuran la de Gustav Mahler -a quien estaba a punto de construirle una casa estival cuando murió- en el cementerio Grinzinger de Viena (1911). Éste de las tumbas es un género arquitectónico que, lógicamente, no presta mucha atención al interiorismo. "Cierto, no suelen ser construcciones visitables; el proyecto se concentra en el tema del volumen", dice Gili. La visita de obras por parte del propietario no suele ser frecuente, aunque la editora señala cómo un cliente de Mario Botta, émulo del actor Vincent Price, iba con el arquitecto a probar su tumba. Gili ha acotado el tema del libro: sólo tumbas realizada en el siglo XX en el mundo occidental y exclusión de los monumentos públicos; aun así, ha tenido que dejar arquitectos fuera. Algunos se han caído del libro porque ellos o la familia del cliente no han querido que se publicara su tumba. Esto último ha ocurrido con un diseño de Álvaro Siza. Gili sospecha que hay por esos cementerios de Dios algunas obras de grandes arquitectos no documentadas. "Dos de las tumbas de Walter Gropius que aparecen en el libro, por ejemplo, han sido identificadas como suyas hace muy poco", apunta la editora. Los únicos arquitectos españoles contemporáneos que figuran en el libro -también se recoge una tumba de Puig i Cadafalch en Sant Feliu de Guíxols, de 1898- son Josep Llinàs y el equipo Antonio Armesto / Carlos Martí, con un panteón familiar en El Masnou (1981-1982) el primero y una tumba en el cementerio antiguo de Sitges (1991) los segundos. Entre los arquitectos representados en el volumen están Mackintosh, Scarpa, Aldo Rossi y Arata Isozaki, El general sigilo con el tema, opina Gili, obedece a la naturaleza del encargo: han pasado los tiempos en que se deificaba al gran Imhotep, el arquitecto del faraón Djeser, por sus construcciones funerarias. La muerte y todo lo que se refiere a ella son en nuestro tiempo tabúes y parecen contaminar con sus efluvios miasmáticos cualquier luminoso currículo. En la selección del libro hay tumbas para todos los gustos: construcciones bellas, impresionantes, románticas, deconstructivistas... Entre ellas, algunas ante las que cabe exclamar como el actor del siglo XVIII Brunet del Palais Royal al paso de un cortejo: "¡Dios mío, para ser enterrado así preferiría no morir!".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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