España atascó la cumbre de Berlín
Las discrepancias sobre la Agenda 2000 hacían temer esta madrugada un fracaso total del Consejo Europeo
ENVIADOS ESPECIALESEl Consejo Europeo especial sobre los presupuestos comunitarios para el primer septenio del siglo próximo no fue ayer ni Consejo ni Europeo. Los quince jefes de Gobierno se dejaron engullir por una espiral de múltiples diferencias y ni siquiera se reunieron en sesión plenaria hasta las 20.45 horas, a cenar. Sólo a esa hora el canciller alemán, Gerhard Schröder, puso sobre la mesa del ágape una propuesta de "compromiso global", que irritó al presidente del Gobierno español, José María Aznar. Aznar la tildó de "inaceptable" y añadió que "no es una base para la negociación". Pero siguió sentado, forcejeando, en una situación de atasco, muy cercana al bloqueo.
El principal motivo del rechazo español fue la dotación de los fondos estructurales -incluido el Fondo de Cohesión-, que España consideró insuficiente. En una primera aproximación, la cuantía asignada -de 210.000 millones de euros, frente a los 239.000 millones previstos en la Agenda 2000-, supondría una pérdida para España de 200.000 millones de pesetas anuales, aunque las grandes variaciones introducidas en el reparto de esas ayudas imposibilitaban una cuantificación exacta. El mantenimiento por el canciller de esa cifra, que Aznar había rechazado explícitamente la víspera, coloreó la pugna económico-financiera con tonos de desafío político. Ya durante el día, en uno de los contactos bilaterales de confesionario celebrados por ambos políticos, Schröder se mostró inflexible en este punto. Esa entrevista no registró "ningún avance", en palabras del siempre cauto ministro de Exteriores, Abel Matutes.Para mayor inri, el documento nocturno de la discordia incluyó hasta una docena de propinas específicas para distintos países, incluidos todos los mediterráneos, a excepción de España. Aparte del carácter poco comunitario y escasamente coherente de confeccionar un traje con tantos retales, era fácil concluir que Bonn trataba de romper el frente del Sur.
Seguramente Aznar se sintió provocado y quizá por eso activó resortes inhabituales, como pedir una traducción completa del texto al castellano, según informaron fuentes británicas. Algo que sulfuró al siempre sonriente canciller. "Eso supondrá una hora y media", protestó. Fuentes de la negociación no descartaban esta madrugada que la situación de atasco se disolviera finalmente con una propina adicional para España, salida siempre humillante pero contante y sonante.
Palabras gruesas
Sin la rotundidad de Aznar, también el presidente francés, Jacques Chirac, planteó sus críticas, especialmente al capítulo agrícola del paquete. Chirac empleó "palabras gruesas", indicaron fuentes nórdicas. Otro que se dijo insatisfecho fue el presidente del Consejo de ministros italiano, Massimo D"Alema. A última hora, el sueco Göran Persson, también consideró inaceptable el documento.Seguramente, los nervios se concitaron para calentar más de lo habitual la discusión. Y es que, hasta la noche, los Quince no habían logrado siquiera reunirse. Dedicaron toda la jornada a contactos de confesionario, es decir, reuniones en pareja y en trío -con la presidencia alemana de gran protagonista-, al objeto de limar aristas en el regateo por el dinero y conseguir un paquete global.
Tras la madrugada de ayer, en que proliferaron las fracturas sobre los tres grandes asuntos debatidos (política agrícola; ingresos, con el asunto estrella de los cheques británico y alemán; y fondos estructurales o de solidaridad interna), la presidencia fue incapaz de ofrecer durante la mañana una propuesta de síntesis. Apenas dos escuetas páginas sobre la reforma agrícola, que los franceses calificaban de "retales" y los británicos, de "papelito". Habían pasado veinte meses de negociaciones desde que inició la discusión de la Agenda 2000, y muchas de las divergencias básicas seguían intactas.
El canciller alemán optó entonces por la técnica del confesionario. Pero cada aproximación parcial alcanzada entre el confesor de la presidencia y el gobernante pecador generaba una nueva diferencia para la confesión posterior.
Schröder dedicó sus esfuerzos a Francia, Reino Unido, Holanda, Suecia, Italia y España. Su ministro de Exteriores, Joschka Fischer, flanqueado por su segundo, Günther Verheugen, cuidó de las restantes almas afligidas.
Durante toda la jornada se aplazó una y otra vez el cónclave. Nunca había sucedido nada igual, ni siquiera en diciembre de 1992, cuando los entonces Doce negociaron el paquete Delors, los presupuestos para el septenio que ahora concluye. Los Quince lograron al fin, entre bocado y bocado nocturno, leer once folios a modo de propuesta de "compromiso global" elaborada por la presidencia.
Larga noche
Y mientras la mitad de los protagonistas repetían la cantinela de que su voluntad era llegar a un acuerdo, la otra mitad desconfiaba. "Será una larga, larga noche", había previsto certeramente el ministro de Exteriores alemán. "Es un difícil proceso de acercamiento; no me atrevo a profetizar si tendremos éxito", dudaba. Entre otras razones porque a la presidencia alemana le falta un pívot técnico de primera clase.A saber, una figura capaz de calcular de memoria y al instante qué cantidades, a favor o en contra de cada uno, resultan de los cambios sobre las medidas que se proponen sobre la marcha. Ni siquiera el prestigioso profesor Klaus Gretschmann, el sherpa que ayuda a Schröder en la cancillería, asesorándole en asuntos europeos, es ducho en regateos. El profesor, autor de un importante estudio sobre las contribuciones nacionales al presupuesto, es "demasiado académico", indican fuentes alemanas.
Por si todo ello fuera poco, el fantasma de Kosovo se había sentado a los bancos de negociación. "Espero que esta cumbre concluya cuanto antes, porque no me parece adecuado arrastrar demasiado tiempo esta negociación mientras aprietan problemas más preocupantes", espetó el italiano Massimo D'Alema, ufano de haber colocado ya al exprimer ministro, Romano Prodi, como nuevo jefe de la Comisión Europea, y tenso por la insurgencia de sus ministros comunistas en Roma.
A Schröder y al primer ministro francés, Lionel Jospin, les apremiaban sendas citas parlamentarias sobre la operación balcánica. Al español José María Aznar, no tanto, porque su comparecencia ante el Congreso de los Diputados será el martes próximo, después de haber sido también el último jefe de Gobierno en dar explicaciones públicas, mediante una rueda de prensa, sobre la crisis de Kosovo. Quizá por esta diferente percepción del tiempo, el ministro de Exteriores, Abel Matutes, con calma ibicenca, afirmó que "la vida sigue", aludiendo a que la urgencia kosovar no oscurecía la importancia del debate presupuestario.
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