«A un chico de nueve años no pueden decirle que le robaron de sus padres y los mataron»
«Desde que tuve uso de razón sabía que era una hija adoptada. Preguntaba por mi mamá. Cuando era una niña me decían que había fallecido en el parto . Mi gran duda era mi papá. Preguntaba por él y me decían que me había abandonado. En 1987 conocí la verdad . Tenía nueve años. Yo intentaba saber, pero nunca me iban a decir la verdad. Porque a un chico de nueve años no le pueden decir que lo robaron de sus padres y que a éstos los mataron ». María Victoria Moyano, de 19 años, nacida de una madre detenida y desaparecida durante la dictadura argentina, reconstruye con impresionante lucidez la dramática ficción que le tocó vivir porque los militares pusieron en práctica la sustracción de hijos de desaparecidos .
El 30 de diciembre de 1977 las fuerzas de seguridad de la dictadura secuestraron en su casa a María Asunción Artigas, de 27 años, y su marido Alfredo Moyano, de 22. Llevaban poco tiempo casados y militaban en la organización guerrillera Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Fueron trasladados al centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield, al sur de la provincia de Buenos Aires. Allí los captores se dieron cuenta de que María Asunción estaba embarazada de dos meses. El 25 de agosto de 1978 nacía en cautiverio María Victoria Moyano Artigas. Durante el parto, la madre tenía los ojos vendados y las manos atadas. Sólo pudo estar junto a la recién nacida ocho horas. Después se llevaron al bebé para siempre. Casi sin fuerzas, la madre fue obligada a limpiar la sangre de la habitación. Nunca más se tuvieron noticias de los padres de la niña. Una pareja, también secuestrada en Pozo de Banfield y que fue liberada más tarde, relató los hechos a las abuelas de María Victoria que iniciaron la búsqueda.«Ellos contactaron con mi familia, que no sabía que mi mamá estaba embarazada. Si no hubiera sido por estas personas, nadie hasta el día de hoy habría sabido de mi existencia», recuerda María Victoria. Sus dos abuelas recorrieron en vano todas los casas-cuna (orfanatos). «Cuando me separaron de mi mamá le dijeron que me llevaban a una casa-cuna. Nunca supe nada de ella, por lo que es de suponer que la mataron. De mi papá se sabe que el 18 de mayo, antes de que yo naciera, se lo llevaron».
Las madres no podían dar el pecho a los recién nacidos, era la condición fundamental para impedir todo vínculo madre-hijo. Ocho horas después de nacer, María Victoria fue arrebatada de su madre y entregada a su nueva «familia». El supuesto padre, Víctor Pena, era hermano del comisario jefe del centro de detención, Óscar Pena. Era un empresario textil. «Falleció cuando yo tenía un año, y con su esposa viví hasta los nueve años, cuando conocí la verdad. Ella ocupó el lugar de mi madre durante un montón de años».
«Un día llegaron del juzgado y me dijeron: "Te vamos a hacer unos análisis y después te explicamos". El juez añadió: "Vamos a ver si tienes otra familia". Uno siempre se resiste a conocer la verdad cuando es una verdad tan dolorosa. Fue desesperante. Todavía hoy, cuando voy al juzgado les digo: "Qué difícil que fue". Lloraba, gritaba. Durante años no pude ver a aquella mujer. Me hubiera vuelto loca. Me decía si la veo y me doy cuenta de lo que es, y tengo que convivir con mis abuelas...».
« Tenía que darle una oportunidad a mi verdadera familia. Ellos no tienen la culpa de lo que pasó. Me buscaron siempre. Cuando a los 16 años volví a ver a mi madre ficticia la cuestioné y la cuestioné. Ella intenta justificarse diciendo que no sabía, que padecía una enfermedad. No le creo». Pese a ello, María Victoria la visita de vez en cuando, «aunque sea un vínculo de perversión, poco sano».
Recuperada su verdadera identidad, vivió primero con una abuela, luego con otra, con amigas. «He vivido en tantos lugares y una está tan desposeída que lo único que le quedan son abuelas que se van... ».
María Victoria fue al psicólogo durante años. La propia juez del caso recomendó un tratamiento en este sentido: «Ahora, después de tantos años y de convivir el dolor con mis abuelas, creo que lo he ido superando y he tratado de admitir que la vida sigue ».
No pide venganza. «Justicia, sí». Confiesa que cuando detuvieron a Videla sintió «una gran satisfacción y al mismo tiempo una desconfianza de hasta qué punto las leyes se van a cumplir. Este señor tiene que estar preso».
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