Patrias
Desde el miércoles, al ritmo de maraca y gaita, el mundo es una esfera de viento y pellejo curado que da vueltas alrededor de París. Ya no respeta la vieja ley de la gravitación universal: se mueve a golpe de bota. Newton se ha desmoronado frente a Ronaldo y ahora malvive de una humilde cesantía que apenas sí le da para manzanas. La afición ha instalado una patria interina en los parques, en los bulevares y en los estadios franceses. Es una patria de héroes de escayola y de figurantes anónimos, de restaurantes a la carta y de bocadillos de mortadela, de goles, de pintas de cerveza y de gendarmes a la carga, como todas las patrias a escote. Cuando el niño Luchín se censó en la voz de Víctor Jara, que no era patria de mandamientos, sino libertad y ternura, el niño Luchín jugaba con la pelota de trapo y comía tierra y gusanos antes de que tierra y gusanos lo devoraran. Y un día, le abrieron la jaula y voló como un pájaro, por el cielo de aquella voz destinada al matadero. A otros muchos niños no les abrieron la jaula: les abrieron las entrañas a sus madres y un general con estampa de lobo les catalogó el sexo, el color de la carne, de los ojos, del cabello, y para celebrar la Nochebuena se los regaló a las elegantes señoras de sus asesinos en nómina, mientras una lluvia de despojos humanos ensangrentaba el firmamento en caída libre hacia el mar. Era un patria con hedor a caverna. Aquel general licántropo que lució en su guerrera de gala la más alta orden del genocidio y de la barbarie, está en un calabozo de Buenos Aires, a disposición de la autoridad judicial. Ya soslayó sus crímenes guareciéndose en las profundidades de una pusilánime ley de Punto Final. Ahora, lo tiene peor. Pero ni las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, ni la opinión pública argentina e internacional andan muy confiadas. Carlos Menen si algo inspira es un tango con el lunfardo temblón: los centinelas del Occidente cristiano y el hocico arrugado le causan pánico. Quizá, el juez que le tome declaración lo deje sin postre y sin Mundiales. Y hasta es posible que el tribunal que lo juzgue, si lo juzga, lo condene de por vida a ser senador. Jorge Rafael Videla es de esa manada de dictadores donde aúllan Pinochet y Fujimori, mientras se erotizan con un batido de sangre inocente, pero fresca y espumosa.
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