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Tribuna
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El 'trilero' y sus vecinos

Andrés Ortega

Sadam Husein ha venido moviendo rápido sus cubiletes. Tan rápido que la comunidad internacional no sabe no ya dónde está la bola, sino incluso si existe tal bola; a saber, las armas de destrucción masiva, fundamentalmente químicas o bacteriológicas. No hay pruebas contundentes al respecto, aunque sí precedentes, por ejemplo, en la guerra con Irán, algunos indicios documentados, algunos juegos de trilero desde 1991 y, en todo caso, una gran duda. Estados Unidos, obsesionado con la proliferación de estas armas tras haberse librado de la amenaza nuclear permanente de la guerra fría, quiere asegurarse de que Irak no disponga de esta bola -que se presta al terrorismo-, cuyo control y eliminación debe preocupar también a los europeos, más próximos.Washington amenaza con el uso de la fuerza no -como ya en noviembre reconocía el Pentágono- porque de llevar a cabo su amenaza vaya a destruir con ella esas armas que se le suponen a Sadam Husein, sino para echar por tierra todos los cubiletes y forzar la aceptación de inspecciones totales,y permanentes; alcanzar directamente o de rebote al tirano si fuera posible, aunque Clinton lo niegue, y, de paso, mandar un aviso contundente a otros proliferadores poco de fiar. Pero Washington no logra articular con plena coherencia su política. Y el problema de la amenaza de atacar es que, para ser creíble, debe poder ejecutarse. Lo que, pasado un cierto punto de no retorno, puede provocar su puesta en práctica.

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Sadam Husein debe considerar que, tras un tira y afloja, puede presentar toda cesión como una victoria personal -lo ha hecho anteriormente- e incluso resistir casi cualquier ataque. El objetivo del gran trilero es sobrevivir y, si acaso, conseguir el levantamiento de las sanciones. En todo caso, el desarrollo de la crisis está generando una situación que políticamente le favorece y debilita la posición de Estados Unidos y en general occidental, pues está poniendo patas arriba la región. Y esto es lo más grave. Los mirones importan más que el trilero.

La crisis se produce en un ambiente sumamente caldeado en la región por el hecho de que el proceso de paz entre árabes -concretamente palestinos- e israelíes está embarrancado. O, por precisar, porque Estados Unidos -y con él Occidente- aparece ante muchos ojos árabes o musulmanes como dispuesto a torcerle el brazo a Sadam Husein con medios desproporcionados, pero que no consigue un ápice de flexibilidad por parte de su aliado natural, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, aunque, a pesar de ello, le vende cazas de la última generación.

Así, en las poblaciones de la zona, este proceso se percibe ya no como uno de paz, sino de fuerza. Y muchos- de los que apoyaban el camino iniciado en Madrid y concretado en Oslo y Washington se sienten hoy traicionados por Estados Unidos, imposibilitados en su acción y debilitados en su interior. Ni el enfermo rey de Jordania ni Egipto pueden salir en apoyo de la política de Clinton, mientras que el duro de Irán se reblandece. Turquía, que, en abierto desafío a Siria, ha estrechado sus vínculos militares con Israel, tiene un profundo problema de fundamentalismo islámico e intenta también tomar sus distancias respecto a la política de Washington.

La eventual operación militar puede no sólo hacer volar por los aires algunos palacios presidenciales en Bagdad, sino lo poco que queda de este proceso de paz. El SOS (aunque se haya abolido el Morse) lanzado por Arafat en Madrid es harto significativo, pues los propios palestinos podrían radicalizarse y la posición de Arafat, elemento moderador, hacerse insostenible. La radicalización llegaría incluso a otras poblaciones del Mediterráneo, más próximas a nosotros. Es la percepción de estos riesgos la que está dando posibilidades a la diplomacia, como continuación de la guerra por otros medios. Pero poner a Clausewitz cabeza abajo siempre comporta peligros.

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