Delta del Llobregat
¿Hay un impulso desatinado en esas plantas, a veces hasta florecidas, que crecen en los intersticios de las aceras, en medio del asfalto, desafiando al pisotón, al atropello a la lenta asfixia? ¿Son islas de ternura? ¿Son náufragos de esa tormenta ingente que es la progresiva minéralización del planeta que nosotros mismos hemos desatado? A veces esos últimos reductos de lo palpitante tienen entidad de bosque, laguna, río, de retazo en suma de naturaleza plena aunque el cerco de lo inerte se cierre sobre ellos.Uno de los casos más destacados en nuestro entorno, tan desnortado, es el que supone la comarca del Baix Llobregat. La arribada al aeropuerto de la capital catalana permite una cómoda y esclarecedora panorámica de lo que está siendo desterrado. Cierto es que junto a las pistas de aterrizaje comienza el cinturón industrial de Barcelona, que la zona está ceñida por una madeja casi embarullada de autovía, carreteras, accesos de servicio, tren, instalaciones portuarias y centenares de industrias, muchas muy contaminantes. Además la alta demografía de la periferia capitalina cuaja de núcleos urbanos aquel espacio.
Pero allí en medio como un pequeño regalo para la vista hay un planeta de huertos, una desembocadura libre de uno de los ríos más contaminados de Iberia y unos engastados espejos que a veces ciegan al pasajero que curiosea el aterrizaje. Son varias pequeñas lagunas deltáicas que todavía, son un cosmos, un bullicio vital, una crucial estepa en las invisibles rutas migratorias de las aves. Aguazales que convocan al esplendor en medio de ruidoso trasiego de la mayor concentración de transporte de todo el estado. Recordemos que el puerto de Barcelona queda a sólo tres kilómetros litoral arriba.
Bien, pues parece que no han llegado las transforma ciones a su fin aunque se haya acabado casi todo el territorio disponible. Ahora se abate sobre la región costera del Llobregat una de las más rotundas actuaciones de infraestructuras de casi todos los tiempos y que puede ahogar a los escasos botones de muestra de lo que fue la naturaleza. Ya muy escasos en casi todo el litoral, no sólo catalán sino de todo el Mediterráneo.Se pretende aumentar, contumaz tendencia, el aeropuerto que no lo necesita en absoluto y menos tras los juegos olímpicos. Se quiere también agrandar el puerto, algo tal vez, sólo tal vez, más justificado. Se proyecta incluir una nueva depuradora -bienvenida- y otra incineradora -malhallada- Pero lo que superlativiza la agresión ambiental es que se proyecta la canalización total del último tramo del río Llobregat y el desvío de su desembocadura dos kilómetros y medio al sur de su, actual emplazamiento. Disparate que alterará toda la zona, sus playas y hasta la cohesión del paisaje. Todo ello aderezado de escasos estudios de viabilidad, menos aún que justifiquen la estricta necesidad o un impacto ambiental que va a batir records mundiales. Por suerte hay una alternativa que propone hacer con exquisito cuidado y que comienza considerando que el río y los usuarios del litoral sólo necesitan una buena depuración.
Hay todo un estudio realizado por la veterana, prestigiosa e incansable Depana, la Asociación Catalana de Defensa del Patrimonio Natural, que además de salvaguardar las ya diminutas teselas de vida que allí quedan ha sabido ubicar los trazados de las infraestructuras por donde no se convertirían en incompatibles con su propio derredor.
Vamos a tener una larga, compleja e intensa polémica sobre este caso. Pero cada día, como se ha demostrado con las Hoces del Cabriel, resulta más necesario que las necesarias infraestructuras no destruyan los también necesarios nexos de la sociedad con el paisaje natural.
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