Lean a De Gaulle
Sorprende que algunos dirigentes españoles muestren reticencias de distinto grado, en vez de orgullo ciudadano, por la implicación de España en el conflicto de la ex-Yugoslavia. Quizá pueda comprenderse. en alguna derecha, que sólo lentamente se desembaraza de su tradición aislacionista. Pero ¿y en cierta izquierda? ¿Dónde paran las proclamas internacionalistas y solidarias? ¿Acaso las tareas de ayuda humanitaria, de mantenimiento de la paz, y de disuasión armada, si conviene, sobre quienes se oponen a ella, son objetivos reaccionarios? Pregunten a los voluntarios de las ONG, aunque sea desde sus despachos.El orgullo no es contradictorio con el dolor y la humillación que producen las imágenes de cascos azules utilizados como escudos humanos, la vieja táctica de Sadam, que indica a sensu contrario dónde están. los principales culpables e invita, ya que no a destruir, al menos a controlar a la dictadura racista de Karadzic.
Angustia, pues, pero serena satisfacción sería la actitud lógicamente esperable de los dirigentes. También por razones históricas. En los dos últimos siglos, las fuerzas armadas españolas sólo sirvieron para combatir contra españoles -en guerras, civiles y golpes de Estado- o para intervenciones coloniales -en Cuba y el Norte de Africa-, siempre desafortunadas. Con problemas y desgarros, el Ejército asumió durante la transición la voluntad popular y suscribió la democracia. Ahora que, desnudo de su polémica irisación secular, encuentra al fin una convincente triple razón de ser, cosmopolita, humanitaria y buscadora de paz, ¿acaso prefieren algunos volver a la dinámica anterior? ¿A quién molesta esta impresionante ruptura? ¿Le negarán algunos demócratas el apoyo sin fisuras, con argumentos de rábula y alicortos designios electorales?
La retirada de los cascos azules quizá llegue algún día a ser políticamente inevitable y humanamente comprensible. Pero sin duda ninguna, supondría una enorme vergüenza y plasmaría el rotundo fracaso de las Naciones Unidas, de la OTAN, de España. Quienes obstaculizan con sus medias palabras y medias acusaciones el pleno compromiso español en este conflicto figurarán entre los responsables de esa eventual catástrofe moral. ¿O se dedicarán entonces a denostar la inhibición e ineficacia aliadas? Porque no retirar a los soldados humanitarios va exigiendo una mayor apuesta militar. Y ésta quizá provocará muertes de españoles. Que nadie chalanee con ellas. Criticar primero el despliegue militar por excesivo y poco después o simultáneamente denunciarlo por insuficiente es emplear el mismo doble doble lenguaje que ya se constató cuando la guerra del Golfo, en que ciertos paladines populistas machacaban a los norteamericanos por no ahorcar al dictador iraquí, pocas horas después de haber denunciado sañudamente la Operación Tormenta del Desierto. Una actitud repugnante.
No estar en la estructura militar integrada de la Alianza Atlántica no equivale a no estar, como parecen pretender quienes a lo mejor añoran ahora, paleolíticamente, formar parte del Pacto de Varsovia, cuando el problema hoy es el contrario, pues sus antiguos miembros hacen cola a la puerta de la OTAN, bajo el ceño fruncido de Moscú. No es no estar, sino estar de manera distinta. ¿De qué manera? Con una permanente doble obediencia. Lean a Charles De Gaulle: el general Leclerc logró liberar París, encuadrado bajo Eisenhower, pero gracias a la presión autónoma y al mando superpuesto del propio De Gaulle. Y con el apoyo entusiasta de los resistentes comunistas. Lean sus Memorias de guerra. Lean, antes de hablar, aunque sean 900 páginas. Entérense.
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