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Desastre e impotencia en los altos de Giciye

Enric González

ENVIADO ESPECIAL Es un éxodo inmenso, un océano de siluetas oscuras que se derrama sobre cientos de colinas. Según el capitán Gabriel Niyitegeka, oficial de enlace de la Cruz Roja Internacional en la zona controlada por las fuerzas gubernamentales, más de tres millones de ruandeses se han visto forzados a abandonar sus hogares y vagan por el país hasta instalarse en algún campo de refugiados."Estimamos que puede haber ahora mismo 3,5 millones de refugiados, entre hutus y tutsis. La Cruz Roja está desbordada. Necesitamos con urgencia comida y medicamentos, y ayuda para distribuirlos", afirmó ayer el oficial ruandés de la organización internacional.

Si los refugiados fueran 3,5 millones, constituirían casi la mitad de la población. Las estimaciones son muy difíciles, porque cada día llegan miles de nuevos refugiados a campos como el cercano a Giciye, a unos cien kilómetros de la frontera con Zaire y a otros cien de Kigali, la capital del martirizado Estado de Ruanda.

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La guerra sigue haciendo estragos, pero el mayor mal procede de las bandas de criminales civiles que pululan por el país, perpetrando un delirante genocidio. El odio étnico está ya tan enraizado que cualquier pacífico vecino puede convertirse en un instante en un asesino furioso.

Los hutus (85% de la población) intentan exterminar a los tutsis (15%), y al revés. Los helicópteros del Ejército francés han localizado varios escenarios de matanzas recientísimas alrededor de Kigali, según fuentes de toda solvencia, pero esa información no ha sido oficialmente difundida por los militares.

Los mandos de las tropas franceses tampoco han querido organizar expediciones a campos como el de Giciye, en la provincia de Kabaya.

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Los oficiales de prensa del Ejército francés prefieren, obviamente, que la Operación Turquesa sea identificada con esas imágenes de televisión en las que se ve a la población vitoreando a las tropas, y con actuaciones humanitarias que, por el momento, pueden contarse con los dedos de una mano.

Por eso facilitan al medio centenar de periodistas desplazados a su base de Goma (Zaire) informaciones cuidadosamente elegidas: un herido hacia el hospital o un grupo de religiosas trasladadas a lugar seguro, todo gracias a la Operación Turquesa. Imágenes positivas. No como el campo de Giciye, o el hospital de Mukororo, que sólo hieden a desastre e impotencia.

En Giciye se hacinan 13.000 personas, todas de la etnia hutu, desplazadas de la región fronteriza con Uganda (al norte de Ruanda) por las incursiones del Frente Patriótico Ruandés (tutsis). Instaladas sobre las colinas de los alrededores, las barracas y la población componen una fantasmagórica cascada de harapos y figuras.

El encargado de la distribución de alimentos, Pascal Edu, de la Cruz Roja, declaró ayer que se había conseguido organizar el campo por barrios, lo que permitía más fácilmente la distribución de alimentos sin desbordamientos graves ni escenas de pánico.

Había arroz, lentejas y aceite. Pero no suficientes para todos, y faltaban medicinas. "La higiene general es muy deficiente y tenemos problemas de malnutrición. La situación es preepidémica", señaló Edu. Las cosas no estaban mejor en el hospital militar de Giciye. Hasta 360 heridos de bala y machete, militares y civiles, se hacinaban en un edificio con capacidad para sólo un centenar de pacientes. Sólo los heridos más graves disponían de cama individual.

Y seguían llegando heridos desde el hospital de Mukororo, cerca de Gitarama (30 kilómetros al suroeste de Kigali), donde el Ejército gubernamental ruandés y la Cruz Roja centralizan la evacuación de heridos de la capital y del frente de guerra.

Los cinco médicos presentes en el hospital de Giciye carecen del material más básico. Los guantes de goma se lavan y se tienden sobre la hierba, para ser reutilizados. Faltan jeringuillas y medicamentos contra el tétanos y la malaria. En el hospital militar se teme, como en el campo de refugiados, la eclosión de epidemias generalizadas.

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