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LAS HUELLAS DEL ESPÍRITU OLÍMPICO

Recorrido por las cuatro ciudades del atletismo- panhelenico de la antigüedad clásica

Olímpicos, Píticos, Ístmicos y Nemeos. Éstos son los nombres de los juegos panhelénicos, que se celebraban en los grandes centros de la antigüedad clásica. De esos puntos neurálgicos hoy sólo quedan terrenos depredados: ruinas, en el mejor de los casos, de un pasado en el que se compartió el espíritu olímpico.Ese sentimiento fue el que mantuvo unidos a una serie de estados que jamás se fusionaron. Aún hoy, esos centros desolados constituyen una declaración de principios de una civilización empeñada en alcanzar logros superiores.

Románticas ruinas de los Juegos

Por boca de su personaje Childe Harold, proclamó Byron, entre las ruinas, una de mis frases favoritas: "Oh tú, que tuviste el don fatal de la belleza...". Es un salvoconducto para todos los amantes de las ruinas y, en el presente caso, de la fuerza y la agilidad expresadas en los lugares donde se celebraran los grandes juegos de la antigüedad clásica. Lamentablemente, de los cuatro centros vitales del panhelenismo sólo quedan patéticas imágenes de terrenos depredados -lo fue mucho toda la geografía griega- y la referencia, mitificada en la alta cultura, de una soberbia inspiración. Pues conviene no olvidar que, durante mil años, el espíritu olímpico, con sus ritos, sus treguas y su compleja estructura de reconciliaciones temporales, sería el lazo que conseguiría mantener unidos, en un mismo sentimiento, a una serie de estados que de hecho nunca pudieron llegar a fusionarse en una realidad política común.A la salida de la moderna localidad de Olimpia, se encuentra la residencia para deportistas modernos, colocada bajo la advocación del antiguo panhelenismo, aunque evidentemente su significado actual poco o nada tenga que ver con ello a causa, especialmente, de su comercialización forzosa. Se trata, todo lo más, de un fetiche cultural de cierta envergadura pero que ni siquiera se acerca al espíritu filohelenista, tan en boga durante el siglo pasado, cuando Pierre de Coubertin decidió restaurar los Juegos Olímpicos.

Correspondía este intento a una época de recuperación del espíritu helénico desde todos los frentes: por ahí andaba Burekhardt y su obra monumental; se restauraba la tragedia antigua, en el impresionante teatro de Delfos, con el Prometeo encadenado. Pero siempre conviene recordar que, antes llegaron los jóvenes leones del movimiento romántico.

La firma de Byron

Humilde acaba siendo el rastro de los inmortales. De Byron, que lo es en literatura, ya ni siquiera se nos permite acariciar su firma en la segunda columna del templo de Sunion: unas cadenas las protegen de la agresiva curiosidad del turismo de masas. Poco queda también de los lugares que habitó durante su apasionada experiencia helénica. Se desmorona, en Atenas, la casa de la viuda Macri, cuya hija Teresa inspiró el poema The maiden of Athens, convertido a la muerte de Byron en himno espiritual de los activos soñadores que abogaban por la libertad de Grecia. Y para culminar el olvido de aquel inmortal de las letras, la casa donde habitase en Cefalonia es un convencional chaletito de los muchos que sustituyeron a los antiguos edificios de piedra cuando asoló la isla el terremoto de 1953. Una lápida nos advierte que, en este acantilado abierto sobre el mar Jónico, residía Byron pocos meses antes de desplazarse a Misolonghi, donde le sorprendió la muerte. A pocos pasos de la citada lápida, un mirador natural que solía utilizar el poeta para sus ensoñaciones, lleva hoy su nombre. Era inevitable que alguien pusiera un Byron Café dominando el paisaje. Y así ha sido.

Es ideal recordar este destino relativamente cercano cuando nos disponemos a internarnos en un mundo de ruinas cuyo legado no deja de afectarnos. ¿Qué queda incluso de los restos que conocieron viajeros más modernos? Todavía habló Flaubert de un graffiti de Byron en una de las columnas de la Panayia de Delfos, hoy destruida. La referencia pertenece al año 1851 de nuestra era; pero el destino de las ruinas es común a obras y personajes de eras mucho más lejanas. En la ruina, todas las épocas se mezclan para comunicar una experiencia única, que es la feroz antropofagia de la historia devorando continuamente o que antes había creado.

Ya la obra de Pausanias sobre Grecia, que es en realidad una guía -tomando el concepto con las debidas precauciones-, estaba escrita desde la óptica de un viajero romano que sentía tanta curiosidad como veneración por un legado cuya vetustez sustentaba su propia cultura. Este respeto por el genio helénico no era nuevo. Anteriormente, había escrito Plinio el Joven a un amigo que se trasladaba a Grecia: "Allí tuvo inicio la civilización; tuvo inicio la literatura e incluso la arquitectura... te dispones a vivir entre hombres que son verdaderamente hombres, junto a hombres libres que son verdaderamente libres; este derecho, concedido por la naturaleza, han sabido mantenerlo por medio de la virtud... respeta a quienes fundaron aquellas ciudades y sus nombres, respeta la gloria antigua... honra su antigüedad, sus grandes empresas e incluso sus leyendas...".

¡Respetar la gloria antigua! Estos honores, concedidos tanto a las obras del genio griego como a su ética fundamental, no fueron olvidados por los grandes viajeros del diecinueve y es muy posible que ayuden a comprender el verdadero sentido de los lugares "olímpicos". Me referí en otra ocasión al sentido mítico /religioso de los epicinios de Píndaro, soberbio cantor "oficial" de tantos certámenes. También lo experimentaron los románticos, a su modo: la liberación del yugo turco aportó la atmósfera de gran gesta, de gran causa, que la pasión del movimiento necesitaba. En la poesía de Byron, el exaltado catálogo de paisajes ilustres coincide con la invocación incesante de las gestas del pasado. Pero las pueblan dioses

Románticas ruinas de los Juegos

y héroes que nos sueñan mucho más lejanos, acaso porque uno de los sentidos profundos de la cultura griega -el elemento mítico / religioso- es el que había desaparecido de las sociedades burguesas. El mismo espíritu se reproduce en impresiones posteriores. Eugène Gandar dio el ejemplo en unas Lettres et souvenirs de la Grèce que prologó el mismísimo Sainte-Beuve: "Entre los lugares célebres y su historia existe una armonía que constituye su verdadero encanto; veinte siglos después de su ruina sentimos que estaban predestinados, que debían ser lo que son, que la naturaleza coloca una correspondencia entre los hechos cuyo escenario fueron o el pensamiento que simbolizaron...".

Variados sincretismos

Aun cuando avanzamos por campos desolados, el auténtico espíritu olímpico rezuma en estos lugares la declaración de principios de una civilización empeñada en alcanzar logros superiores a través de todas sus manifestaciones. Es sintomático que, pasados tantos siglos, sean estos principios los que continúa buscando el viajero, pese a que la Grecia actual ofrece el resultado de muy variados sincretismos, empezando por Bizancio y terminando con la influencia de los siglos de dominación turca. Es una acumulación de ritos que se multiplican en imágenes a menudo discordantes y que acaban por abrumarnos, remitiéndonos continuamente al origen.

Cuando hablamos de Grecia pensamos inmediatamente en el Partenón, no en el monasterio de Hosios Loukas u otras joyas del arte bizantino. Y si nos referimos a un auriga inmortal no evocamos los campeones del gran hipódromo de Constantinopla, sino al severo joven cuyo bronce fue hallado cerca del estadio de Delfos.

Creo haber expresado en cierta ocasión el abismo existente entre los Juegos Olímpicos actuales y los antiguos. Y aun éstos llegaron a proliferar de tal modo a partir del helenismo, que perdieron toda conexión con los juegos originales. Piénsese en los ludi romanos, convocados bajo el menor pretexto y a veces con la consideración demagógica de saciar al pueblo a base de "panem et circenses", en la expresión despectiva de Juvenal. La retahíla es abundante y generalmente repetitiva: Juegos Accianos, instituidos por Octavio para conmemorar la victoria sobre Antonio y Cleopatra en Accio; Juegos Augustales; Juegos Capitolinos; Juegos Marcianos; Juegos de Cástor y Pólux; y así hasta una saciedad que incluye a los que proponía algún particular como ofrenda o agradecimiento.

Conmueve recordar el origen, más pintoresco y romántico, de otros juegos célebres: los consagrados a Antinoo. Es sabido que le deificó su señor Adriano, elevándole hasta las alturas mismas de la sagrada Delfos, en cuyo museo gobierna junto al auriga y algunos atletas y filósofos. Pero el centro de sus juegos era Antinoé, la ciudad que Adriano mandó edificar junto al Nilo, en el punto exacto en que se ahogó el mancebo. También es, ahora, una ruina deprimente, provocada primero por los cristianos, después por los árabes.

La diferencia entre los ludi romanos y los juegos griegos era la que media entre el rito y el espectáculo. En Grecia, Roma asimiló, pero estuvo muy lejos de crear. El más helenizado de los emperadores, siempre Adriano, embelleció de nuevo a Atenas, pero asimilando lo mejor que ella diese en el pasado. Otros hicieron menos, si algo hicieron. Nerón arrebató a Delfos 500 esculturas de bronce, como venganza contra el oráculo, que le acusó de matricida. Constantino, el emperador cristianizado, también se apoderó de gran parte de los tesoros délficos para adornar su nueva capital.

Otros cambiaron el sentido de los antiguos ritos, en provecho de nuevas inspiraciones. Los poetas romanos, por ejemplo. Ellos atriibuyeron a la fuente Castalia unas virtudes de inspiración poética completamente alejadas de su sentido original, que era religioso. Era el agua que purificaba a los consultantes del oráculo que convertía a Delfos en indiscutible "ombligo del mundo".

Según Estrabón, este oráculo tenía fama de ser el más veraz de todos, lo cual no evitaba cierta tendencia a la corrupción, al decir de otros autores. Así, cuenta Herodoto: "Aseguran los atenienses que consiguieron sobornar a la Pitia a fuerza de dinero, para que diera por respuesta a los espartanos que era voluntad de los dioses que libertasen a Atenas".

La religión y la ambigüedad del oráculo coincidían en este Parnaso, donde Apolo había venido a usurpar el poder de una divinidad anterior, una diosa madre personificada por una pitón. De aquí uno de los sobrenombres de Apolo, y la denominación de Juegos Píticos a los que se celebraban para conmemorar aquella victoria. Ésta constituía también el tema de unas representaciones sacras, seguidas de concursos musicales.

De hecho, los cuatro grandes juegos panhelénicos fueron: los Olímpicos, los Píticos, los ístmicos (Istmia, cerca de Corinto) y los Nemeos (en Nemea).

En la actualidad, cuando ya sólo nos movemos entre ruinas, recuperar el prestigioso espíritu de aquellas solemnidades ofrece estados de ánimo distintos según la identidad del paisaje que los acoge. Es abúlica, serena, plácida, la llanura de Olimpia, y, en cambio, deja el ánimo en suspenso, el temenos de Apolo en Delfos, adosado a los escarpados muros del Parnaso: es como un nido de águilas que nos provoca una profunda inquietud espiritual, mientras la mirada se solaza contemplando, al fondo de los abismos, la refulgurante marea de olivos plateados que pueblan la llanura de Itea.

El Parnaso es en la actualidad una sofisticada estación de esquí y el pueblo de Delfos una enojosa aglomeración turística, que sustituye a la localidad de Krisa, edificada a su vez sobre la Delfos original, junto al gran recinto sagrado. A quienes nos indigna y molesta la avalancha turística, nos consuela recordar que no sería completamente distinto en tiempos antiguos. Los delfios manejaban a su antojo toda la parafernalia de la religión y tenían una bien ganada fama de voracidad. Los distintos estados rivalizaban en depositar aquí sus tesoros y, junto a la roca donde se nos asegura hacía sus predicciones la sibila, no faltaban los mercadillos de reliquias.

Pero aun contando con las inevitables artimañas de toda religión convertida en comercio, Delfos acaba por imponer un rotundo sentimiento místico.

Pocos paisajes existen en el mundo tan impresionantes como esta vertiginosa elevación que parece una secreta amenaza contra el espíritu, aplastándolo. El gran lema del santuario, "conócete a ti mismo", se hace difícil en un lugar que, antes que la meditación, propone el acatamiento absoluto a fuerzas superiores que nos sobrepasan como, a los antiguos, los misteriosos designios de la Pitia.

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